Publicar cada dos semanas, y salir unos días de vacaciones, permiten tomar cierta perspectiva respecto a los sucesos que agitan el tinglado nacional; las elecciones del 23-J y sus secuelas inmediatas. El panorama parece un tanto desconcertante, incluso para los mismos protagonistas. En apenas veinticuatro horas Núñez Feijóo pasó de las puertas del paraíso, a las del infierno. Preconizado como San Alberto, se quedó en Feijóo. Mientras Sánchez, que esperaba la mudanza, seguía siendo el héroe de La Moncloa. ¡Cuán cerca habitan el fracaso y la gloria! Tan solo media docena de escaños, que las tropas de la CERA redujeron aún más. Menos mal que se acabó la cera, si no vaya Ud. a saber.

Los soferines anticipadores se lucieron. Alguno llegó a afirmar que un cambio en los resultados previstos, dada la coincidencia en los pronósticos y la magnitud de las diferencias asignadas, era estadísticamente imposible (?). Entonces debió entrar en juego la «Gematría» y, de su mano, la Cábala y el Tarot. Los resultados fueron peores de lo esperado para la derecha y mejores para la izquierda. Pero ni así acertó Tezanos en sus profecías; aunque «su imparcialidad y buen hacer» siguieron buscando, como desde que llegó a dirigir el CIS, que una parte de la opinión pública creyera en la victoria del PSOE y, por extensión, de SUMAR como tercera fuerza; ni lo uno ni lo otro.

Para tratar de comprender la situación debemos ir al campo del inconsciente colectivo, en el que navegaba Zapatero, donde se asientan las «estructuras del comportamiento» y funcionan los lenguajes del sanchismo, en conexión con el estómago. Nuestro país que, a comienzos de este siglo parecía entrar en la normalidad política, ha vuelto a ser un país raro. Los españoles somos los únicos ciudadanos, del primer mundo, que pagamos a unos cuantos diputados y senadores que se dedican a la destrucción de España. Aberración demencial, legitimada con aquello de España nación de naciones. Ahora la musa de SUMAR justifica lo mismo, introduciendo una nueva teoría sublime, hay que convertir el país en un país de países.

La deriva propagandística del aparato sanchista, en fase de explotación del éxito, impone su «verdad decisiva»: Sánchez ha ganado las elecciones y Feijóo queda claramente derrotado; si bien, los números dicen lo contrario. Acusaciones, descalificaciones, suposiciones… Ríos de tinta, unas decenas de imágenes repetidas machaconamente, terabytes y bots sin límite. RUIDO de todas clases. La derecha desorientada se pliega a la prepotencia de Sánchez, como siempre. Su estrategia preelectoral, electoral y poselectoral está sometida a las directrices del enemigo. Urge librar la llamada «batalla cultural», o sea no consentir sandeces sin desenmascararlas.

Nos guste o no, debemos considerar algunos de los factores de la encrucijada en que nos encontramos. El poder solo persigue perdurar, apoyado en el Estado, cuyo número de servidores crece por encima de sus funciones normales. La política queda reducida a la explotación del poder, a través de la sumisión de una parte de la sociedad a la cual se subsidia. El problema es que no hay prebendas para todos.

Algo especialmente grave se suma a lo anterior. España pasa a depender de la anti-España. El patriotismo anda a precio de saldo. La indignidad abunda por doquier. Ante el soborno infame, uno de los cerebros monclovitas, enfatiza con solemnidad boba, que la política es el arte de lo invisible. Debe ser por la necesidad de ocultar la miseria de los trapicheos. Porque la luz sobre ciertos asuntos acarrearía quizás graves consecuencias. Además los españoles nos hemos empeñado en la ceguera. Un ejemplo de estas maniobras es el Partido de los Negocios Vascos, católico y sentimental, especialista en feos comportamientos, por decirlo suavemente. Ahora a coste impuesto se disfraza de cualquier izquierda. Lo mismo que Junts, (mes, barrejats y remenats) a la hora de pasar por caja. No hay solución fácil. Esperar algo del PSOE, o de alguno de alguno de sus «barones», dados a la palinodia en ocasiones de peligro para sus intereses, es ridículo.

Lo peor es que se afianza la división de la sociedad española con dos etiquetas irreconciliables: «progresistas» y «fascistas». Ambas expresan una completa parálisis intelectual y ética. Se ha olvidado, interesadamente, aquella afirmación de don José Ortega y Gasset: «Ser de la izquierda es como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejia moral». Aunque con esta afirmación no creo que ensalzara tampoco el «centro», del que podríamos predicar lo mismo. Volviendo a la actualidad, las cosas llegan al extremo de que alguna amiga, «algo rojilla» a la que diagnosticaron «fascitis plantar», todavía no se ha recuperado de la impresión. Teme que sus vecinos la consideren un peligroso ejemplar de «fascismo pedestre».

Artículo publicado en el diario La Razón de España


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