La hecatombe económico-social que ha causado este régimen durante los años en que se encuentra en el poder ha sido la secuela de costosos errores conceptuales y de una inexcusable ineficiencia operativa de la frondosa burocracia al servicio del gobierno. Ha sido el indeseable producto de una visión equivocada del modelo de conducción de la economía lo que ha generado una hiperinflación sostenida, pérdida de una importante porción de la capacidad productiva nacional, escasez estructural, desinversión, desempleo, despilfarro de los recursos y corrupción. La desestabilización funcional a la que sistemáticamente el régimen ha sometido a la iniciativa privada y al aparato productivo nacional han generado inconvenientes efectos que se manifiestan en una recurrente caída del PIB, baja productividad, desestímulo a la inversión nacional y foránea, pérdida de empleos y de la capacidad competitiva de la industria y el agro, la desaparición física de muchas empresas tanto por su vulnerabilidad operativa, como por  las expropiaciones y, un enorme endeudamiento improductivo y dañino que no ha aportado nada positivo a la calidad del desenvolvimiento económico

El malestar generalizado que esta situación ha causado en la población se manifiesta diariamente a través de las múltiples protestas sociales que realizan a lo largo y ancho del país las personas afectadas por la acción errática, o por la indolente inacción, del gobierno. Asimismo, las recientes encuestas de opinión arrojan catastróficos resultados para el régimen y su desempeño.

La respuesta gubernamental a los justos reclamos de la gente casi siempre es ignorar las protestas, reprimirlas y acosar, amenazar y hasta encarcelar a  los dirigentes. Otras veces, la respuesta gubernamental es atender los reclamos y arbitrar medidas puntuales que no resuelven los problemas de fondo planteados por la inoperancia y el fracaso del modelo económico que se ha venido aplicando. Igualmente, el establecimiento de más controles y regulaciones a la sociedad venezolana se inscriben en el fallido ejercicio gubernamental para enfrentar la crisis. En otras palabras, soluciones de “paños calientes “no resuelven los desbarajustes estructurales del modelo y una y otra vez reaparecen los desequilibrios y nuevamente la gente sale a manifestar su descontento para tratar de obtener algunas concesiones del gobierno que morigeren, en parte, los negativos efectos de tales exabruptos.

La conflictividad social intermitente, en ocasiones aislada, esconde, sin embargo, que no se trata de una lucha reivindicadora individual sino la sumatoria de los problemas de todo un colectivo que se siente impotente y no encuentra en las políticas gubernamentales respuesta adecuada para la satisfacción de sus necesidades. Las tensiones sociales y políticas se están peligrosamente acumulando, lo que presagia el desencadenamiento de una situación cuyos componentes y desenvolvimiento no son susceptibles de ser previstas.

Es menester, entonces, establecer un hilo conductor que permita imbricar la acción política opositora con las luchas sociales que diariamente se libran en el país. Debe haber un encuentro entre política y sociedad para que la protesta social amplíe su perspectiva y se encauce hacia su verdadera motivación, que no es otra, sino el cambio  del régimen y del modelo de desarrollo que nos ha impuesto.

La dirigencia opositora como actores sociales debe hacerse presente y participar plenamente acompañando con la acción y la palabra esas legítimas manifestaciones de inconformidad. El reto es, ante todo, estar al lado de las protestas y de los que protestan, enriqueciendo los caminos y derroteros por los que hay que transitar sistemática e inteligentemente para obtener los resultados deseados.

Es enfrentar pluralmente al mediocre totalitarismo gubernamental, a sus injusticias, a sus arbitrariedades, su violencia y a la pobreza que causa. La dirigencia opositora además de referirse a los grandes temas que sacuden el acontecer nacional debe dedicar tiempo y acciones para consustanciarse con las necesidades del hombre de a pie y estructurar un programa de acción política en el cual las protestas sociales constituyan no hechos aislados sino que formen parte fundamental de la lucha  política que la disidencia nacional libra contra el régimen. Actuar con la visión global que el reclamo que se produce en un remoto pueblo por determinadas reivindicaciones, igualmente forma parte del planteamiento opositor por la democracia y contra el totalitarismo.

El conflicto venezolano es uno solo y así debe ser interpretado. Nuestra dirigencia debe estar en la calle aupando con su presencia y su discurso plural la necesidad del cambio de un modelo socioeconómico estructuralmente decadente y empobrecedor, altamente dependiente de un mamotreto de Estado y de la élite que allí medra y domina, que subyuga, acosa, pero que no resuelve los acuciantes problemas de los venezolanos. La conjunción de la política con la protesta social es una fuente de sinergia para darle “músculo” político a la acción opositora y fortalecer así los planteamientos, las exigencias y las posibilidades para ganar la lucha por una Venezuela más justa, racional e inclusiva.


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