En el artículo pasado hablé del efecto Dunning-Kruger para referirme a la supuesta superioridad intelectual que muestran los incapaces que nos gobiernan, pero la cosa va más allá. No creo exagerar si afirmo que el gran impulso que experimentó a principio de este siglo la izquierda mundial y los que hoy se llaman “progres” se debió  fundamentalmente al chavismo y a sus alumnos podemitas. Por tanto, no creo equivocarme si digo que la ignorancia chavista y su minusvalía intelectual, en la que se regodeaba el teniente coronel, y que comparte con sus amigos de Podemos, se han expandido igualmente a todo el mundo occidental, llegando a extremos impertinentes. El asunto no solo comenzó con ese supuesto lenguaje igualitario (y cafre) a través del cual se pretende eliminar el masculino neutro y utilizar el género femenino para todos los sustantivos existentes en castellano (miembros, miembras, etc.), sino que continuó con la negación y repudio hacia todos los rasgos de nuestra propia cultura, que no pertenecen propiamente al capitalismo sino a la larga historia de Occidente.

De esa forma, esa manera zafia y bárbara de interpretar los hechos pasados y presentes que esgrimen ahora los antisistema (Antifa y otras yerbas) ha llegado a plasmarse en ese espectáculo de continuos atentados contra una variedad de íconos occidentales, estén donde estén. Así ha sucedido con una cantidad de imágenes o busto variados, no importa que los mismos hayan pertenecido a conquistadores u hombres de ciencia, como ha sucedido con el monumento que los toreros dedicaron al Dr. Fleming, y que se encuentra situado cerca de la Plaza de Toros de las Ventas de Madrid, el cual ha sido objeto recientemente de uno de esos actos vandálicos cuando ha aparecido escrito en su pedestal la palabra  “asesino”. A Alexander Fleming, para que lo sepan estos seres lobotomizados, le debemos el descubrimiento de la penicilina y el desarrollo posterior de esa cantidad de antibióticos sin los que no podríamos vivir. Todo lo contrario, pues, de lo que sería un criminal.

Con razón decía Ortega y Gasset en su texto La rebelión de las masas, que el ser humano de hoy en día es como un niño consentido que desprecia todo lo que posee y que no sabe de dónde proviene; saben que tienen electricidad, que el agua llega puntualmente todos los días, que hay vacunas y medicinas, aparatos eléctricos y electrónicos, pero desconocen cuenta gente trabajó para tener el mundo que tenemos, cuantos perecieron y cuantas guerras fueron necesarias para disfrutar lo que disfrutamos. La muerte de George Floyd  a mano de la policía fue solo una excusa, las instituciones, medios de comunicación y redes sociales hace tiempo que están siendo penetradas por ideologías globalistas y antisistemas, porque, como reza el título del libro de los canadiense Joseph Heath y Andrew Potter Rebelarse vende. Los millonarios de Silicon Valley utilizan sutilmente la ciencia del comportamiento parar estandarizar y  manipular la opinión mundial, condicionando gobiernos, países y políticas. Y así nos va.

Sí, parafraseando lo escrito por uno de los culpables de toda esta locura en El manifiesto comunista, un fantasma recorre el mundo; pero es un fantasma analfabeto y muy peligroso, provisto de una supina ignorancia y un afán de protagonismo propio de un programa de televisión basura, que tiene la intensión aviesa de acabar con nuestra identidad cultural, cueste lo que cueste.


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