Caballo alado, Picasso (1948)

En la mitología griega, Pegaso era el caballo alado de Zeus, dios del cielo y de la tierra. Hizo un viaje hacia el universo y allí se quedó en una constelación, que desde entonces lleva su nombre. Pegaso es un símbolo de la libertad…

Pero dejemos la mitología a un lado y volvamos a la cruda realidad. El Pegaso de esta historia estaría a veces en las antípodas de su origen mitológico. Se trata del software espía israelí de nombre Pegasus que mantiene bien ocupadas las Cancillerías de varios países. Pegasus infecta las comunicaciones telefónicas y electrónicas, hackea comunicaciones, enciende el teléfono y la cámara a distancia y se convierte en un temido y eficiente espía.

Desde luego, el software es utilizado para combatir el crimen en sus múltiples formas. Terrorismo, narcotráfico, delitos sexuales, violencias callejeras, por solo citar unos cuantos. Es la tecnología al servicio del Estado de Derecho y la seguridad. Incluso, en su documentación legal menciona su vocación por la defensa de los derechos humanos. Sin embargo, ese Pegasus también vuela sin alas blancas en cielos oscuros.

Recientemente, la prensa investigativa junto con Amnistía Internacional filtró que no menos de 50.000 números de teléfonos de políticos, empresarios, periodistas, hombres de empresa, activistas de variados países como Hungría, la India, México, Marruecos, Ruanda, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, habían sido víctimas de este temible spyware.  

Contrario a lo que el sentido común pudiera llevarnos a pensar, Pegasus no es desarrollado por hackers anónimos dedicados al cibercrimen. Lo delicado del asunto es que el software es un producto exitoso de exportación que cuenta con licencias y la bendición del gobierno de Israel.

Por dar una cifra, en México durante el gobierno de Enrique Peña Nieto, se adquirieron los servicios de Pegasus por un estimado de 300 millones de dólares. Y en la tierra del gran Benito Juárez, Pegasus ha sido muy eficiente. En efecto, se ha detectado el seguimiento de 15.000 números de teléfonos con códigos mexicanos y hasta la campaña de 2018 del actual presidente, Andrés Manuel López Obrador, fue objeto de espionaje. De igual manera han sido espiados periodistas, los abogados de la masacre de los estudiantes de Ayotzinapa, entre tantos otros. Incluso se presume el uso de Pegasus por bandas de narcotraficantes mexicanos que colocan a policías, militares, jueces, periodistas bajo su vigilancia. Sin duda, una peligrosísima situación.

Olvidemos la idea inmediata que pudiéramos hacernos. Pegasus no es vendido exclusivamente a dictaduras o regímenes autoritarios, los cuales, en su paranoia por desmontar conspiraciones, serían los primeros interesados en tecnología de punta para espiar opositores. Como mencionado, uno de los principales clientes revelados por la labor investigativa de los medios, es México, que es una democracia.

Asimismo, también encontramos a la India de Narendra Modi o la Hungría de Viktor Orban. Dos ejemplos incontestables de democracias a pesar de sus inclinaciones antiliberales más o menos discutibles. Entonces, lo que estos Estados tienen en común no solo es la tecnología Pegasus.

Lo que tienen en común es Israel. Todos son más o menos abiertamente aliados del estado hebreo. Este es el caso de algunas monarquías del Golfo (Emiratos Árabes Unidos y Bahréin) pero también de Marruecos, todas las cuales han reconocido diplomáticamente a Israel recientemente.

Este también es el caso de México que, al menos desde 2008, compra armas israelíes; de Ruanda, donde Israel tiene una embajada desde 2019 y, el de la India, siendo Narendra Modi el primer jefe de gobierno indio en visitar Israel en julio de 2017 y con quien se incrementan relaciones a vocación de alianza geopolítica y geoeconómica.

El caso de Arabia Saudita es un tanto especial. Si bien aún no existen relaciones diplomáticas con Tel Aviv, el príncipe heredero Mohamed Ben Salman, nunca ha ocultado su admiración por el éxito económico de su vecino israelí. El reino saudí también es cliente de la tecnología israelí y, de hecho, la prensa sostiene que Pegasus fue utilizado en el asesinato del periodista disidente Jamal Khashoggi en el Consulado saudí en Estambul a instancias del príncipe heredero.

Se pudiera intuir que Pegasus pudiese ser parte del “soft power” diplomático israelí pero no lo es. En realidad, el “soft power” de los Estados son herramientas de influencia no militares. Como ejemplos pudiéramos evocar las escuelas francesas en el mundo o la red de la Alianza Francesa, o Estados Unidos con el programa de becas Fullbright y tantas otras iniciativas de cooperación promovidas por numerosos países. Por el contrario, Pegasus es un producto puro del complejo militar-industrial israelí.

Hasta aquí, Nihil novum sub sole, nada nuevo bajo el sol. En esto, Israel no se distingue particularmente de sus competidores. Todos los complejos militares-industriales del mundo mezclan empresas privadas y contratos públicos y sirven a los intereses de sus países para la exportación y claro está, influencia. Es el caso de los aviones de caza Rafale para Francia, los sistemas antiaéreos y los aviones Sukoi para los rusos y, el de todos aquellos países productores de armas, municiones y tecnología bélica, en los cuales encontramos a democracias sólidas y estables como Suiza, Suecia, Bélgica, Brasil, por solo citar varios que no ocupan el sitial más alto de la industria.

Por ello, nada sorprende en esta especialización israelí en herramientas de vigilancia, ni en el hecho de ofrecer estos servicios para la exportación. Tampoco en el de mezclar “intelligence” y diplomacia y así tejer y fortalecer su mapa de países amigos. De hecho, Israel coloca su política exterior en una intersección donde se cruzan los negocios, la tecnología y la geopolítica. Sin embargo, el alcance de las posibilidades de espionaje que ofrece este tipo de software espía a los estados es asombroso y aterrador.

Es admirable cómo Israel, país de limitados recursos materiales e históricamente asediado por sus enemigos, logra en tantos campos alcanzar el primer lugar en distintas industrias y actividades. Pegasus es otra muestra del ingenio israelí pero que obliga a sus líderes a una acrecentada gobernanza y prudencia en el uso y control de su enorme potencial. Sin intención, la gran democracia israelí pudiera comprometer la democracia en otros países o facilitar la violación de derechos humanos elementales a través del uso de su spyware.

Sin quererlo, Pegasus pudiera convertirse en el monstruo mitológico Quimera y hacer de la libertad solo un sueño inalcanzable.

@A_Urreiztieta


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