I

Cuando la gente buena se apaga, se enciende una luz en el corazón de las personas que tocaron con su bondad. Son los ángeles que llevamos por dentro. Son los que nos cuidan desde lo más profundo de nuestro ser.

Soy afortunada, tengo muchos ángeles que me cuidan, gente buena que se ha apagado pero que sigue viva y que está allí cuando la necesito. Esas lucecitas se encienden en las noches más oscuras y son guiadas por el mandato divino para curar nuestras heridas.

La cuarentena me ha alejado de las visitas a la tumba de mi padre. Aunque ya no se distinga del terreno, porque se robaron la placa y ya no hay quien cuide de la grama, siempre iba a conversar con él. No a llorar, sino a celebrar su vida.

II

Mi padre llegó a Los Teques con su mamá. Madre soltera, como era, debió emplearse y hacer lo que mejor sabía para mantener a su hijo.

Consiguió entonces trabajo de cocinera en una casa de familia. En aquella época las relaciones eran diferentes y el niño hizo inmediata amistad con los más pequeños.

Conforme fueron creciendo, y aunque no se veían constantemente, el cariño siempre estuvo intacto. Son amistades de toda la vida. Mi padre supo valorar las amistades que tenía. Entendió que sus amigos eran fuente de alegrías y apoyo en las tristezas. Cultivó amistades que a pesar del paso del tiempo siempre estuvieron presentes en su corazón.

Esta semana se apagó una de sus amigas, hija de aquella familia con la que mi papá compartió su niñez. Pero lo bonito de este cuento es que Leticia también formó parte de mi infancia.

Pocas veces ocurren estas cosas. Pero así como ella recordaba a mi papá en sus años de niño, mi memoria se llena ahora de la imagen de la profesora Leticia, la que veía en los pasillos del colegio incluso antes de que le tocara darme clases. Pequeña, delgada, siempre elegante, con autoridad en la mirada y dulzura en la sonrisa.

Leticia enseñaba historia. Crecí con ella como mi papá. Y al final de mi educación, me entregó mi título de bachiller.

III

La penúltima vez que la vi me dijo: “¡Cómo te pareces a tu padre! Verte a ti es como ver a Matute, con esos ojos y esa mirada tan intensa”. Me contó algo que ya sabía, que había sido amiga de mi papá y que jugaban mucho cuando niños. Que mi abuela era una excelente cocinera y una mujer muy estricta.

La última vez que la vi me dijo: “Ver a tu hija es como verte a ti en el liceo. La misma cara de inocencia y curiosidad”. Estaba igual a como yo la recuerdo. Excelentemente bien vestida, con su mirada seria y su dulzura en la sonrisa.

Así la voy a recordar siempre. Como la amiga de la infancia de mi papá, como la mujer intachable y ejemplo para su familia, como una profesora de las que enseñan más que los libros.

Estará echando cuentos con mi papá. Y ahora es una lucecita que brilla en los corazones de los que la queremos.

@anammatute


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