“Un hecho no adquiere el carácter de histórico solamente por su relevancia o fuerza efectual ni tampoco en general por el lugar que ocupa en el pasado, sino por su significación actual, por su fuerza evocadora que tiene hoy” 

Gabriel Amengual, Mantener la memoria

El fenómeno de las guerrillas en Venezuela, que inicia en el año 1960, lo viví fundamentalmente desde la distancia, a través de los medios de comunicación (prensa escrita, radio y televisión). Al comienzo de esa década era un simple estudiante de primaria que vivía en la entonces nueva y hermosa urbanización Chuparín de Puerto La Cruz, Anzoátegui. Ni a esa edad ni después el movimiento guerrillero venezolano tuvo atracción alguna sobre mí. A pesar de lo anterior, me sentí cautivado por la figura de Fidel Castro. La seducción tuvo su punto final cuando el poeta cubano Heberto Padilla fue detenido el 20 de marzo de 1971 a raíz del recital dado en la Unión de Escritores, donde leyó Provocaciones, un poemario crítico y contestatario. A partir de ese momento, a Castro lo comencé a ver como un dictador más, aunque con habilidades especiales como encantador de serpientes. Precisamente en Puerto La Cruz conocí, sin llegar a intimar, a una figura vinculada con la acción guerrillera venezolana: Ramón Amundaray (el Gato).

Mis recuerdos del Gato son como sucesivos flashes que quedan firmemente impresos en la memoria. Yo tendría entonces 9 o 10 años de edad. Él vivía a corta distancia de donde yo residía. Calculo que entonces rondaba los 20 años, quizás un poco más o un poco menos. Era un joven de piel blanca, alto y de complexión atlética, rodeado de una aureola de aguerrido y temerario. Los muchachos de la urbanización y yo mismo sentíamos gran admiración y respeto por su persona. Algunas veces, cuando pasaba por nuestro lado, se paraba e intercambiaba algunas palabras con nosotros. Mas no me quedó grabada en la memoria ni uno solo de sus comentarios.

Una tarde, poco antes de anochecer, conversaba con algunos de mis amigos en la vereda frente a mi casa. Oímos de pronto una fuerte discusión que se llevaba a cabo entre el Gato y un vecino de apellido Osuna, quien era ferviente seguidor de Rómulo Betancourt y -creo recordar también- tenía una posición importante en un organismo del Estado vinculado con asuntos de seguridad. Todos nos acercamos al lugar de la contienda y pudimos apreciar que la confrontación era de tinte político. A diferencia del Gato, el señor Osuna era bajo de estatura, para nada atlético y con una barriga que ya se hacía notar. Esa condición suya, sin embargo, no lo arredraba. En ningún momento dejó de responder con ahínco al contundente y agresivo discurso del Gato, quien al final le dio la espalda y se marchó.

Pocos días más tarde, tal vez semanas o meses, la noticia corrió de boca en boca entre la muchachada: Ramón Amundaray (el Gato) había muerto al ser sorprendido dinamitando un oleoducto en un área cercana a nuestra urbanización. En mi mente quedó registrada una confusión: no sé con exactitud si junto con un pequeño grupo de mis amigos nos desplazamos hasta el lugar donde ocurrieron los hechos y a la distancia vimos al Gato por última vez, acostado sobre una voluminosa tubería, mirando distendidamente hacia el cielo y con su pierna izquierda arqueada; o si la imagen que creo haber visto fue una fotografía publicada en uno de los periódicos locales. Por muchos años, al rememorar la experiencia anterior, dominó en mí la sospecha -sin fundamento real- de que el señor Osuna tuvo algo que ver con la muerte del Gato Amundaray.

Antes de escribir estos recuerdos, accedí a Wikipedia y en la página referida al Movimiento de Izquierda Revolucionario hallé la siguiente información sobre nuestro personaje: guerrillero rural miembro de la Juventud del MIR, quien murió al ser sorprendido dinamitando un oleoducto en el norte del estado Anzoátegui. Hoy me pregunto qué habría sido de su vida si estuviera vivo; qué pensaría de las penurias que vive nuestro país como consecuencia de las destructivas políticas puestas en práctica por la revolución bonita; y de qué lado se ubicaría en este dramático momento histórico. No sé si por suerte o desgracia los muertos no hablan.

@EddyReyesT

 


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