Esquilo, el dramaturgo griego, escribía medio milenio antes de Cristo que la verdad es la primera víctima de las guerras; en el caso de las dictaduras, además de los desaparecidos y asesinatos, el blanco preferido son las estadísticas. En el intento de presentar su versión suramericana del estalinista socialismo real como el paraíso del siglo XXI, se expande una extensa bruma que opaca o engaveta los indicadores económicos y sociales que verifican el siniestro rumbo de nuestro país.

En tal sentido, los entes oficiales del régimen –el Banco Central de Venezuela, el Instituto Nacional de Estadísticas, el Ministerio del Trabajo y el Ministerio de Salud, entre otros– tejen una maraña de incógnitas y cuentos de camino para maquillar las calamidades de la población, demostrando la crueldad de una tiranía que hasta las desgracias las oculta, para así esconder las verrugas de la estafa mentada revolución bolivariana.

Uno de los datos más sensibles es el de la población económica activa, ya que para 2016, última vez que presentaron datos generales, se identificaban según cifras oficiales cerca de 14.000.000 de trabajadores. Ahora bien, al mencionarse la diáspora de 5.000.000 de connacionales, ¿cuál es la distribución actual de población formal, informal y desocupada?, cuyo registro significa el éxodo despavorido de personas de todas las edades, ante la terrible realidad de una economía en la que desapareció el trabajo digno, cuyo significado es salario suficiente, seguridad social integral y estabilidad en el empleo, capaz de proveer de bienes y servicios al grupo familiar.

Ese objetivo humano se esfumó, a tal extremo que ya es calificado como el éxodo más numeroso y calamitoso de la historia mundial para un país que no atraviesa por un conflicto bélico, pero cuya crisis ha conllevado a millones de seres humanos a dejar el país por vía aérea o terrestre. Cientos de ellos, incluso, han intentado atravesar el mar Caribe en embarcaciones inapropiadas –a veces con desenlaces fatales por lo improvisado del transporte– con el fin de cumplir el sueño de trabajar para ayudar a sus familias, quienes sobreviven en el país de la indigencia y la miseria que es hoy Venezuela.

La prolongada crisis nacional ha causado la estampida ciudadana hacia otros países en procura de mejores condiciones de vida. Esto ha ocasionado una fuerte merma interna de la fuerza de trabajo o población económicamente activa en los últimos tres años, revelaron recientemente fuentes laborales. «Venezuela se queda sin trabajadores por la diáspora porque muchos de los que emigran son mujeres y hombres en plena edad productiva, principalmente jóvenes de entre 15 y 35 años de edad».

Ante esta cruenta realidad la oferta laboral del gobierno son los maestros exprés, los médicos comunitarios, Chamba Juvenil, Chamba Amor Mayor, las milicias obreras, suerte de esclavos del siglo XXI cuyo destino es solo percibir las dádivas del régimen, pues los convenios colectivos, los sindicatos y gremios libres y autónomos han sido borrados del precario sistema de relaciones de trabajo. Siendo otra de las víctimas el salario mínimo de 2 dólares mensuales, insuficiente incluso para pagar el transporte público hacia el sitio de trabajo y mucho menos la alimentación.

En definitiva, el régimen no logra esconder el genocidio laboral de mayor impacto del planeta en el siglo XXI, que ha causado al convertir en vulnerables a millones de seres humanos, maltratados en su mayoría al ser excluidos de convenios laborales universales; al separar a millares de familias y llevarlas a exponer sus vidas, como registran las cifras de venezolanos fallecidos en la aventura de ir a otro país en busca del sustento necesario para que sobrevivan. Han dejado desierta a una otrora nación próspera, donde en forma paradójica los adultos mayores han pasado a ser el sector preponderante ante la población formal e informal de la economía.

 


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