Referendo

“¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice que no”.  Me valgo de esta cita para hacer un ejercicio de lectura breve del país luego de los dos eventos electorales de finales de año.

Es una cita que pertenece a Camus, en El hombre rebelde. La gran obra de Camus, que a pesar de ser escrita en 1951 nos sigue despertando hoy, como a muchos, las mismas preocupaciones, cuando decidimos romper con los cepos ideológicos que nos ataban a la ortodoxia marxista que no nos permitía ver los desafueros y violaciones de los derechos humanos, que contradictoriamente se hacían en nombre de la humanidad, la justicia y de la razón, por ejemplo, en la Unión Soviética y, también, en otras experiencias comunistas y, actualmente, en los regímenes autocalificados de “progresistas”, verbigracia, el régimen chavista-madurista.

La cita me parece útil para dar cuenta cómo, en un período cortísimo, particularmente, en dos actos de naturaleza electoral, el primero, el 22 de octubre y, el segundo, el 3 de diciembre, se nos asomó un país que se rebela o, mejor dicho, que se rebeló contra una forma de hacer política y de ordenar su sociedad.

Ambos actos se han convertido en un “acto constitutivo”, más importante, de lo que aparentemente se cree. Ambos reafirmaron nuestra condición de ciudadanos y no solo de habitantes del país, cuestión en la que, a pesar de la tan cacareada “democracia participativa y protagónica”, el chavismo nos había convertido al dar por actos cumplidos sus decisiones y que en un inicio los venezolanos aceptaron supinamente.

En ambos actos los venezolanos soltaron las amarras que habían impuesto, inicialmente, Chávez y luego Maduro. En el primero de ellos, la primaria para elegir el candidato de la oposición para enfrentar al régimen en las elecciones de 2024, el venezolano, le dijo SÍ a un nuevo liderazgo opositor. Un SÍ que era un NO a la dictadura, que los liberaba de las ataduras que ella había impuesto a un país que inicialmente había consentido en su instalación por pura ignorancia e incultura cívica.

Así que ese 22 de octubre es un enorme acto de rebeldía, el primer acto de rebeldía después de la sequía movilizadora de los años 2020 al 2022, parálisis de la sociedad debido entre otras causas a la pandemia del covid que nos recluyó en la inmovilidad absoluta.

No bien el régimen leyó con asombro los resultados de la primaria, se encaminó a inventarse un referéndum para que la gente le “indicara una hoja de ruta” al régimen para “enfrentar un viejo problema” (el diferendo con Guyana) al que Chávez y el mismo Maduro, en su condición de canciller, habían renunciado a su reclamo.

Ha sido el segundo gran acto de rebeldía de los venezolanos, tan contundente como el primero, o quizás más, pues aquí se enfrenta, por un lado, a una de las ideas más manoseadas por todas las dictaduras cuando estas han colapsado: el nacionalismo y el patriotismo y por otro, como consecuencia de las anteriores, a ser calificados de “traidores a la patria”, que es también la acusación usual que hace la dictadura a todos aquellos que luchan contra ella.

Es en la respuesta de ese NO, independientemente de la razón de la convocatoria, en la que la gente visibiliza su condición de ciudadano y no de mero habitante de un país, su país, al que los convocantes del referéndum han destruido.

Y no es un NO cualquiera. Todos los venezolanos sabemos que ese territorio en reclamación desde hace más de un siglo es nuestro, allí no hay discusión. Solo que ese NO (“no voy a votar” en el referéndum) afirma, como dice Camus en su obra, la afirmación de “la existencia de una frontera”, “un límite  que no pasareis” y que  las “cosas (ya) han durado demasiado”.

Los venezolanos han decidido que de ahora en adelante el régimen solo obtendrá un NO, el NO de un país rebelde.


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