Tertulia de quienes se atribuyen la representación ciudadana. Engaño de oponerse, afiliados de ideología. Millones se fueron, y a los arraigados, se les curtió la piel en la lucha por la defensa de principios y valores. Para ninguno ha sido cómoda la vida. No ha sido fácil ni lo será, pero sigue la tarea enorme de recuperar la república.

Simón Bolívar, cuya grandeza nadie osaría cuestionar, ofreció libertad, soberanía y felicidad en una gran nación, poderosa y de avanzada. La soñó, visualizó, pero no pudo cumplir. Quizás, no fue su culpa, aunque esa ilusión nació, creció y murió antes de San Pedro Alejandrino, Santa Marta y el camisón prestado para bajar al sepulcro.

En los años restantes del siglo XIX, cada caudillo en rebelión prometió prosperidad, orden social y bienestar, todos incumplieron. Solo derramaron sangre y destrucción. Los federalistas estimularon una guerra feroz que ganaron, para dejar las cosas como estaban, pero con ellos en el poder. Y la distribución del país en estados que prometieron, la olvidaron frente a la primacía de Caracas.

Cipriano Castro cacareó “hombres nuevos”, pero la vida se le fue en parrandas y bailes pomposos mientras la miseria cundía. Juan Vicente Gómez lo dejó flotando en el exterior, dando la palabra de orden y trabajo. Con la llegada del petróleo, puso de moda cárceles, asesinatos y torturas para quienes cometieran la irreverencia de pensar en contrario, con la complicidad abyecta de los que ante él se arrodillaron, no solo por codicia sino por cobardía.

Militares prometieron disciplina y concordia, se confabularon, convidaron a la democracia y libertad; hubo elecciones, para después derrocar al presidente, porque no les hacía caso, e instauraron una dictadura que construía infraestructura, pero hostigaba, confinaba y atormentaba.

Por presión ciudadana depusieron a quien les ordenaba y respaldaron a políticos que pactaron frenar ambiciones para consolidar la democracia. Sin embargo, romperían su compromiso para coquetear con la tiranía que se instauraba en Cuba, amenazando el continente, empezando por Venezuela rica en posibilidades y petróleo. El pueblo no les creyó, pero muchos estudiantes universitarios sí.

Dos socialismos intercambiaron posiciones, divulgaron la democracia, pero sin éxito para extinguir la mentira y controlar la corrupción. Dieron a pocos para quedarse con mucho, hasta que agotaron la economía y se extinguieron ellos mismos.

Cuando se apoya el fraude, se reafirma la complicidad, anhelando espacios burocráticos que no se traducen en libertad, avalando la legitimidad cuestionada por las democracias del mundo. La sociedad se resiste, no participa en bribonadas electorales y, pone de contraste adecentar la política.

Llega la revolución fracasada en lo militar, pero lucrativa en fingimientos. Oportunistas se aprovecharon de necesitados y excluidos, gritando lo que deseaban oír, sin precisar que iba a hacer y de hecho inició. El propagandista afirmó que la Cuba sojuzgada por Fidel era “un mar de felicidad”.

El comunismo retorcido de Chávez, empeorado por el castro-madurismo, continúa desarrollando el rastrero recurso de la mentira y alarde de falsedades como técnica. Por eso, se debe romper con la política hipócrita, sin moral ni principios éticos, donde la viveza y zancadillas se interpretan como proeza de sumo prócer; y no es otra cosa, que una infeliz práctica de mediocridad e insuficiencia, en la que se aniquilan el recto proceder, debido proceso, integridad y buenas costumbres.

Usuales a la falsedad y que la verdad no es más que un sueño ilusorio, esperan que el ignaro, diestro en clavar garras en el poder, cumpla promesas como la recuperación económica y defensa del pueblo. Son apariencias que se mueven al compás de aquel “cómo vaya viniendo vamos viendo”, traducido a cómo vaya viniendo vamos mintiendo.

No es solo el oficialismo que miente. Lo hace a diario, y a plena voz, la “oposición” acostumbrada a prometer y no cumplir. Abandona a sus presos, lucha por pequeñas posiciones, y hasta recibe órdenes del régimen. Sin embargo, hay que mantenerse con valentía y firmeza, para enrumbar hacia el éxito, donde capacidades y principios estén por encima de las tóxicas cuotas partidistas.

De allí, los insípidos acuerdos de mero trámite, pastoreo de nubes, y peor, desairan y esquivan responsabilidades. Quienes se presumen de castos, y desean rescatar la democracia, devolviendo la libertad a millones de secuestrados, se sientan frente a representantes de presuntos delitos de lesa humanidad y violaciones de los derechos humanos, denunciados e investigados ante la Corte Penal Internacional.

@ ArmandoMartini

 


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