La historia está redibujando los mapas del mundo; se perfila una nueva geografía, moldeada por las guerras, las alianzas y la diplomacia. Nadie lo había previsto. La idea predominante desde la caída de la Unión Soviética era que la historia estaba llegando a su fin y que todas las naciones se unirían en torno a un orden mundial más democrático y liberal desde el punto de vista económico. Pero esto no tenía en cuenta las pasiones. Habíamos visto cómo el enfrentamiento entre Oriente y Occidente se estructuraba en torno a dos polos, la América liberal y la Rusia comunista. Y entre los dos titubeaban las naciones pertenecientes a lo que se denominaba el Tercer Mundo. Francia era la única en Europa que intentaba encontrar un papel singular en este viejo orden. Apoyándose en su historia, los dirigentes franceses, especialmente el general De Gaulle y sus herederos, creían encarnar la Ilustración de forma más universal que la América capitalista. Pero la posición de París, a medio camino entre Moscú y Washington, era en gran medida una ilusión; la diplomacia francesa nunca encontró su codiciado lugar como intermediario indispensable. Le tocó reconocerlo al presidente Nicolas Sarkozy, en 2007, reintroduciendo a Francia en la alianza occidental y, en particular, en el sistema militar de la OTAN.

La antigua distinción entre el Este y el Oeste, más ideológica que geográfica, ha sido sustituida por la oposición entre el Norte global y el Sur global. También en este caso se trata menos de una cuestión geográfica que ideológica. Esta noción del Sur global se impuso con la guerra en Ucrania. Los occidentales se quedaron atónitos cuando Rusia invadió Ucrania y aún más cuando esta invasión no fue condenada por todas las naciones.

 

Los europeos, en nuestra zona de confort, habíamos olvidado que, desde un punto de vista histórico, la guerra es la norma y la paz la excepción. Para nuestra gran sorpresa, democracias que afirman respetar el derecho internacional como Brasil, India y, por supuesto, China, se negaron a condenar categóricamente el nuevo imperialismo ruso.

La batalla por Gaza, que también está uniendo al Sur global contra el Norte, no ha hecho sino aumentar nuestro asombro y nuestra sensibilización. En Washington, igual que en Bruselas, comprendemos que ahora hay dos nuevos campos enfrentados. ¿El Norte global? No es realmente nuevo, pero hasta ahora se le ha llamado Occidente. Su centro está en Washington y la Unión Europea es su periferia inmediata. El Sur global es más curioso. Abarca desde China hasta Brasil, pasando por Sudáfrica, Argelia y Venezuela, y es tan heterogéneo que resulta difícil definirlo desde un punto de vista ideológico o geográfico. Pero Sur global es ahora el nombre aceptado por los países que se identifican con él. En realidad, el Sur global se define esencialmente por su oposición al antiguo Occidente, ahora Norte global.

Estos países del sur ya no aceptan un orden internacional que, de hecho, fue dictado por Estados Unidos en 1945. La mayoría de estos países del sur fueron colonizados por el norte y, en realidad, nunca se han recuperado del todo. Habitualmente atribuyen su pobreza a la colonización y creen que el derecho internacional es una nueva forma de colonialismo que perpetúa el poder blanco y desprecia las civilizaciones locales, ya sean árabes, africanas, chinas o latinoamericanas. Cualquier conflicto es ahora un pretexto para que el Sur global reafirme su rebelión y su singularidad. ¿Quién dirige el Sur global? Pekín, Moscú, Johannesburgo y Brasilia compiten entre ellas. Hasta el momento, solo se han puesto de acuerdo para condenar a Estados Unidos, y también a Francia y a España en el Sahel, África y Sudamérica.

¿Somos los occidentales, los del norte, realmente culpables de haber maltratado al Sur global? ¿Es posible que no hayamos dado por finalizada la descolonización en nuestras mentes, como demuestra la persistente revuelta de los negros en Estados Unidos o en el Sahel contra Francia? Un poco de autocrítica en el norte no hace daño; tenemos que escuchar mejor a los que no piensan necesariamente como nosotros.

Pero si hemos de hacer autocrítica, no veo ninguna buena razón para llegar a negar nuestros valores. Sin duda, el orden internacional se concibió en el norte, pero todas las naciones que han abrazado la democracia y la economía de mercado gozan de mejor salud que las que no lo han hecho. Fíjense en Japón, Corea del Sur o Taiwán, en comparación con China y Corea del Norte.

Así que Estados Unidos y la Unión Europea están del mismo lado, como siempre lo han estado históricamente cuando amenazan peligros externos. Este acercamiento entre europeos y estadounidenses es una combinación ganadora en lo que respecta a la economía, la diplomacia y la paz. Así pues, atengámonos a nuestros principios esenciales, sin arrogancia, escuchando a los demás, pero sin dejarnos engañar por todas las afirmaciones y el postureo de los dirigentes del sur que no representan necesariamente a sus pueblos. La invocación del Sur global es también un medio para que los dictadores perpetúen sus regímenes tiránicos en el sur en nombre de una pseudoresistencia al universalismo del norte.

Artículo publicado en el diario ABC de España


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