La dinámica con la cual se mueven los fenómenos internacionales dice de la fragilidad de un mundo que se construyó sobre regímenes internacionales que se pensaban, podían perdurar. Si solo observamos referencias de académicos occidentales pareciera que, luego de consumada la Segunda Guerra Mundial y de la posterior victoria final de los vencedores con la consagración de la justicia en Nüremberg, el mundo estaba definido económica, social y políticamente y, todo lo demás cabía cómodamente en los conceptos de tercer mundo y las colonias en un contexto de bipolaridad que se reñía por ocupar los mayores espacios geopolíticos que eran respetados en un clima de contención, siendo que, en efecto, la amenaza de mutua destrucción asegurada [véase John Von Neumann], regía la doctrina de las relaciones Este-Oeste.

La constitución del sistema de Naciones Unidas replanteó sobre nuevas reglas de juego un mundo ordenado en función de subsistemas de organización regional y global para acometer, sobre la base de la resolución pacífica de los conflictos internacionales, la construcción de un mundo más seguro en donde todas las naciones fuesen iguales. De tal manera que el llamado parlamento de la humanidad, en forma imperativa decretó tal igualdad a partir de la resolución 2625 de la Asamblea General de Naciones Unidas que se consagraba dentro de los principios de derecho internacional referentes a las relaciones de amistad y a la cooperación entre los Estados-nacionales. Pues la realidad imperante en el tejido internacional fue siempre muy diferente a las aspiraciones expresadas en las Asambleas Generales de Naciones Unidas desde su fundación siendo que, como una evidencia fundamental del fracaso del sistema, fue que el poder real de las naciones se sobreponía a los principios éticos y morales por los cuales la guerra había sido suprimida de la vida política de las naciones. Fue entonces contradictorio pensar que, mientras la Carta de Naciones Unidas ordenaba la supresión del conflicto armado como mecanismo de la política exterior de los Estados-nacionales, desde el inicio del actual sistema internacional, el mundo estuvo sumergido en la guerra [Corea, Vietnam, Angola, Centroamérica, guerras civiles, Irak, Afganistán, Siria y Ucrania], entre muchas otras violaciones de la Carta. ¿Cómo pudo haber sobrevivido el mundo tanto tiempo con tanta violencia? El reconocimiento de las dos superpotencias nucleares de los años sesenta-ochenta, sobre la posibilidad de la aniquilación global asegurada, replanteó negociaciones que siguieron los modelos incorporados luego de la crisis de los misiles de 1962, en un contexto de orden dentro del caos atómico. El presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, y el primer ministro Mijail Gorbachov de la Unión Soviética encontraron la manera de asegurar, dentro de la gran turbulencia mundial, espacios de negociación [véase La cumbre de Reikiavik], para evitar a toda costa que el terror nuclear se hiciera presente y diera al traste con la humanidad.

La estatura moral de aquellos líderes posibilitó que los tratados que se generaron como consecuencia de las muchas negociaciones bilaterales (Estados Unidos-URSS) produjeran un espacio de paz mundial dentro del equilibrio de poderes mundiales. Cada potencia tenía sus espacios de influencia en donde regía su doctrina de política exterior, más allá del respeto de los derechos humanos, la libre autodeterminación de los pueblos, la lucha contra la pobreza, generando una Pax internacional, es decir, impuesta desde las esferas de los poderes hegemónicos sobre el resto de las naciones. Así, América Latina se intoxicó con dictaduras militares anticomunistas [Las dictaduras del Cono Sur, Chile, Argentina, Paraguay, Uruguay y las de Centroamérica] y, en el Este, los países en el espacio de influencia geopolítico soviético vivieron lo propio con autocracias comunistas [muy corruptas y violadoras de derechos humanos] como Nicolae Ceausescu en Rumania, Edward Gierek en Polonia, Josip Broz Tito en Yugoslavia, entre muchos tiranos que eran protegidos por las superpotencias, alzándose contra sus pueblos de manera despiadada. Es decir, muy pocos seres humanos vivían espacios de libertad en un mundo que exportaba la idea cosmopolita de democracia americana, mundo libre y revolución del proletariado, etc.; todo era propaganda. La realidad se contaba en muertos y se pesaba en sangre, la realidad era mucho más tenebrosa y caldo de cultivo para la anarquía que vendría.

¿Cómo nos imaginamos el nuevo orden que puede venir?

La caída del Muro de Berlín y la desaparición de la URSS como poder político hegemónico y potencia mundial aparentemente dejó solo a Estados Unidos en el escenario global, frente a una China que se venía fortaleciendo económica y militarmente. No faltó la agenda triunfalista de parte de la academia estadounidense que, como Franklin Fukuyama, advertían de la victoria de la democracia occidental sobre las dictaduras de izquierda, lo que según pronosticaban, el comunismo había llegado a su final. Las proyecciones, al final de la década de los noventa, después de la Guerra del Golfo y la asunción de los Talibanes al poder, resultaron equivocadas. Ni la democracia había vencido contra las autocracias y el totalitarismo, ni el mundo era más seguro y libre. El 11 de septiembre de 2001 fue un hito para advertir el peligro en el cual se sentaba la humanidad: un polvorín a punto de estallar. Muchas especulaciones se han levantado con relación a ese momento catastrófico vivido por el poder estadounidense y su centro de economía, núcleo de los poderes periféricos monetarios, desde que formaba parte de una conspiración doméstica estadounidense, hasta que había sido ejecutado desde adentro por suprapoderes nacionales para justificar una nueva guerra. La realidad fue que ese hecho lanzó a una ofensiva estadounidense en Afganistán que concluyó a inicios del año 2022. Al final, el mundo era mucho más inseguro, inestable y los mecanismos internacionales de regulación global no funcionaban. La pandemia del COVID-19 demostró que el Sistema de Naciones Unidas fue ineficiente para orquestar acciones globales de respuesta al efecto sanitario sobre las poblaciones, lo que generó que cada Estado-nacional se constituyera en un ghetto sanitario en donde lograrían sobrevivir según sus capacidades y políticas nacionales. Como tubo de ensayo, se observa que, de los efectos políticos de la pandemia, queda comprender que el mundo no cuenta con los mecanismos suficientes ni las cohesiones necesarias para responder a fenómenos globales que pongan en peligro la paz mundial.

Los últimos acontecimientos globales, desde la crisis humanitaria en América del Sur, que se origina como consecuencia de las políticas económicas implementadas por Nicolás Maduro en Venezuela, por una parte, el descontrol contra las maras en Centroamérica, por la otra, los gobiernos autoritaristas competitivos de Nayib Armando Bukele en El Salvador y Jair Messias Bolsonaro en Brasil que atentan contra la democracia, los grandes carteles de la droga que manejan corporaciones, gobiernos, empresas y tienen ejércitos nacionales, el caos mundial cuando Estados Unidos busca universalizar principios que son solo occidentales, y las tensiones entre Estados Unidos, China, Rusia y la Unión Europea como consecuencia de la guerra de agresión de Putin contra Ucrania, la debilidad de un Derecho Penal Internacional, cada vez más lento por ausencia de un órgano de coerción central, nos asoman a una anarquía que precede otro nuevo conflicto global de donde tal vez pudiera emerger un nuevo orden, tal vez segmentado, globalizado o anarquizado. Lo claro es que, desde el final de la Segunda Guerra, el orden mundial no ha sido estable, la comunidad de naciones ha ido en la búsqueda de un orden que no ha encontrado. Sus principios chocan con el poder y los intereses, que ha generado lo que vemos hoy en el tejido turbulento de la comunidad internacional y que “pone la piel de gallina” de quienes vivimos en este mundo. ¿Serán capaces los líderes mundiales de encontrar una nueva panacea al caos que tenemos frente a nosotros? Para realizar escenarios prospectivos hay que centrarse en cada uno de los fenómenos por regiones y espacios culturales, sin menoscabar el efecto de las minorías en escenarios de solución de conflictos o, la creación de nuevos espacios de negociación.


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