Es repetitivo, pero vale la pena insistir en el tema. Estamos ante la obligación de volver a soñar en la integración latinoamericana con sentido de realismo y sin ataduras ideológicas. Tenemos que reconocer que estamos estancados ante una crisis del esquema de integración que necesitamos y queremos. Realidades como los incumplimientos de las metas de integración, de los compromisos comerciales contraídos, nuestra débil estructura institucional, la diatriba política y el poco dinamismo de nuestros mercados internos son un ejemplo del déficit de la integración.

Esto se refleja con mucha claridad en el Índice de Integración de América Latina y el Caribe que produce el SELA  y que  ello se ha planteado continuar promoviendo la cooperación institucional para la integración a través de la medición de los procesos de integración y a través de una mesa de trabajo de las presidencias y secretarías de los mecanismos de integración regional. Este último mecanismo aspira “la conformación de un proyecto de asociación estratégica para   de las agendas regionales que dinamicen la integración de América Latina y el Caribe”

Si aspiramos a una región integrada, que idealice con un marco de ciudadanía latinoamericana, por ejemplo, que nos dé sentido de pertenencia más allá de los contrastes naturales,  diferencias políticas y que contribuyan a la generación de acuerdos mínimos para la sostenibilidad y el fortalecimiento de la democracia,   necesitamos,  en mi opinión, una región abierta, con libre tránsito de personas, derecho al establecimiento como lo logró la CAN con la  reciente  decisión 878 del 12 de mayo de 2021, con fronteras abiertas que no es lo mismo que fronteras integradas, con homologación de estudios, con ciudadanos libres identificados como latinoamericanos.

Si algo han tratado de hacer el conjunto de gobiernos de la región latinoamericana por décadas es la de convertir esta parte del continente en una región en el sentido más amplio de la palabra. No en el simplemente geográfico, que de por sí lo es, sino como entidad política y económica. Sin embargo, si bien la naturaleza se ha encargado de buena manera de darnos una entidad bastante homogénea, los hombres encomendados de hacer la política en esta parte del mundo  se han acercado más a unirnos por la vía de la retórica que por la de la integración amplia, verificable y perdurable. Esto es, sin instituciones sólidas, blindadas a los vaivenes de la política y los localismos de turno.

Veamos. Dos grandes etapas para evaluar los esfuerzos por integrar la región. Sin menospreciar los esfuerzos a lo largo de la historia y el legado de nuestros libertadores por la construcción de una región unida más que integrada, podemos ver dos períodos bien diferenciados, los años noventa y el ciclo que corresponde al inicio del milenio. En la primera etapa, nos caracterizamos por una maraña de acuerdos comerciales y de integración que fueron proliferando y consolidándose en una década en donde se imponía una visión liberal de la economía y de inserción en los procesos de globalización que aceleradamente se producían. En nuestra región, teníamos como puntas de lanza la CAN, el Acuerdo de Integración Centro Americano, Caricom y posteriormente Mercosur. A estos se suman los TLC entre algunos países de la región, especialmente impulsados por Chile y México. El G·3 fue uno de estos esfuerzos. Hoy tenemos la Alianza del Pacífico cada vez más sólida y evolutiva. Si pasamos revista al estado del arte de nuestro regionalismo nos encontramos con que tenemos más de trescientos acuerdos comerciales notificados ante la OMC. Tenemos una amplia red de acuerdos comerciales que nos dimos a partir de las preferencias por ser miembros de Aladi, así como, un conjunto de normas que nos obligan en otras áreas más allá de la eliminación de aranceles u otras medidas restrictivas del comercio, (compras gubernamentales, inversión extranjera, comercio de servicios, propiedad intelectual), entre otros.

Con el regionalismo abierto se buscaba entre otros propósitos conformar una economía de mayor escala para la región. Era difícil intentar penetrar la economía mundial con economías de menor dimensión. Otro de los objetivos que se perseguía era hacer que nuestras empresas fuesen más competitivas. Los gobiernos estimulaban a sus empresas a competir para desarrollar sus capacidades exportadoras. Por otra parte, estos procesos de integración y a su vez de ampliación de mercados permitía el ahorro de divisas convertibles, así como atraer inversiones directas basadas en la amplitud de los nuevos mercados que se abrían entre los países de la región. En ese ejemplo esta uno de los cimientos clave de la visión de conjunto de los beneficios de la integración. Contamos con corredores e infraestructura de transporte para la integración regional que son fundamentales para el desarrollo logístico de las cadenas de valor y que en la medida que se amplíen tan como está previsto se convertirán en un estímulo para un comercio más integrado y competitivo.

Lo cierto es que ALC tiene casi todo lo que se necesita para ser más próspera, incluyendo un foro político como la Celac que si bien orientado hacia la progresión y la concesión de objetivos integracionistas rígidos y perdurables, no sometidos a los vaivenes de las corrientes políticas de turno puede sin duda propiciar un impulso concreto para que la región retome la senda de una integración que la fortalezca hacia lo interno y ante los retos globales de los cuales no estamos exentos.  La prosperidad está íntimamente ligada al debido aprovechamiento de las capacidades de sus instituciones regionales, incluyendo los bancos de desarrollo con que cuenta la región, la fortaleza de su sector privado, la capacidad de emprendimiento a través de la pequeña y mediana empresa (MiPymes), así como en la fortaleza de los movimientos migratorios que demuestran la capacidad de contribuir a desarrollo de los países.

Podemos dejar espacio para una mayor reflexión y para algunas preguntas pertinentes que podríamos ir haciéndonos para futuras entregas. ¿En qué hemos fallado? ¿Estamos seguros de que, en nuestros países, las clases dirigentes, sus instituciones, los gobernantes están convencidos de las grandes oportunidades que brindan a la región los procesos de integración? ¿Están los pueblos de la región conscientes de los beneficios que la integración económica, social, política, tiene para ellos? ¿Hemos medido alguna vez los niveles de satisfacción integracionista, más allá de las fronteras vivas, sobre la percepción real que los habitantes de cualquiera de nuestros países tienen de los beneficios de ir construyendo la integración de nuestros pueblos? Estas y otras preguntas son la clave para escrudiñar sobre qué nos falta y qué nos sobra para acelerar el proceso integrador.

 


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