Ilustración: Juan Diego Avendaño

Entramos a un mundo desconocido. El tiempo transcurrido desde la explosión de Hiroshima hasta la reaparición de China como gran potencia parece un período de transición, de reacomodo de las piezas del planeta. Entonces las entidades que antes se habían enfrentado evolucionaron y superaron, en alianzas insospechadas, la condición de vencedores unos y de vencidos otros. De los protagonistas, subsiste Estados Unidos. Desaparecieron los integrantes del Eje, el primer proyecto republicano en China y la URSS. Renació la idea de Europa. Nuevos Estados se repartieron la soberanía que pretendían los imperios coloniales. Y surgieron otros aspirantes a potencias globales.

En agosto de 1945 el mundo comenzó a girar en torno a dos polos: Estados Unidos y la URSS. Esa situación pareció reforzarse durante las cuatro décadas siguientes. Cada lugar, aún los más alejados, cayó bajo la influencia de uno u otro. Intentaron algunos (como los reunidos en Bandung en abril de 1955) “no alinearse”; pero en su disconformidad mantenían relación privilegiada con uno de aquellos puntos de atracción al que se acercaban en momentos de dificultades. Ambos centros competían por el dominio planetario, inicialmente en enfrentamientos abiertos (la “guerra fría”) y a partir de 1962 en “pacífica coexistencia”. La lucha se transformó en “emulación económica”. “Resolvamos esta tarea (con las ventajas del socialismo) y habremos vencido en escala internacional y definitivamente”, habría pronosticado Lenin. Fue la época del “deshielo” o “distensión”, durante la cual no faltaron los conflictos periféricos (Vietnam, Namibia, Etiopía y Afganistán, entre otros) con intervención de las potencias.

La URSS nunca pudo acercarse al nivel económico y bienestar social del rival ¿Se puede avanzar en esos campos sin estímulo personal? ¿Se debe renunciar a la libertad para establecer la justicia? El liberalismo, adaptado a los tiempos, demostró ofrecer mejores posibilidades que el socialismo. La URSS, convertida en una entelequia burocrática (y armada), torpe para funcionar, terminó en una implosión que dejó a Estados Unidos como única gran superpotencia. Hubo quienes se atrevieron a predecir el fin de la historia como proceso de lucha de ideologías. Para entonces (1989-1991), sin embargo, se observaba el despertar de China, que desaparecido Mao Zedong, inició un proceso de reformas que le permitieron un rápido desarrollo económico, condición indispensable para disputar el liderazgo global. Pero, las limitaciones a la libertad personal y la carencia de prácticas democráticas han frenado su crecimiento. La hegemonía americana no parece – al menos, por ahora – estar en peligro.

Al terminar la guerra civil en China (que siguió a la II Guerra Mundial) el mundo quedó dividido en dos campos liderados por sendas potencias (de gran fuerza militar). Pero, contrariamente a lo ocurrido en otros momentos de la historia, cada una decía estar empeñada en realizar un modelo de sociedad y, más aún, de humanidad, que se fundaba en una determinada concepción del hombre. Durante la época inmediatamente anterior (siglos XVII al XX), las potencias dominantes se enfrentaban (y guerreaban), por el predominio mundial o por esferas de influencia (especialmente con objetivos económicos). En no pocos casos, los estados involucrados compartían los mismos principios (incluso, la misma religión). Sin embargo, desde la antigüedad algunas ideas se impusieron apoyadas en las armas. Sin duda, las campañas de Alejandro permitieron la difusión de los valores del mundo griego en Asia Menor, como las de los califas ortodoxos la expansión inicial del islam.

Casi ocho décadas después la situación es diferente. El mundo no se divide en dos campos, sino en varios, que no son homogéneos, uniformes, sino diversos. No coinciden exactamente con las regiones geográficas (criterio que priva en las organizaciones internacionales para la distribución de los estados). De este a oeste: China, el Sudeste Asiático, India, Rusia, el Islam, Occidente, África Subsahariana y América Latina. Los dos últimos se encuentran muy vinculados a Occidente.  Los elementos que los unen internamente son diferentes en cada caso: religiosos, culturales, económicos, además de la historia vivida en común por un largo tiempo. Los mismos dan origen, dentro de cada grupo, a una cierta idea de la sociedad que lo identifica. Aunque se encuentran en distintos niveles de desarrollo (intelectual y material), por primera vez en la historia todos –pueblos de varias geografías– participan en el “juego” de la evolución general de la humanidad.

Una tercera parte de la comunidad internacional corresponde al eje América Latina-África Subsahariana, que nunca ha actuado en conjunto (aunque hayan coincidido en algunos asuntos). En cuanto al primer grupo (sin incluir los países del Caribe), carece de poder de decisión. En el momento de fundación de la ONU no supo exigir su presencia permanente (con poder de veto) en el Consejo de Seguridad, a pesar de su importancia numérica: de los 51 miembros fundadores (en la Conferencia de San Francisco), 20 (o 39,2%) acudían desde América Latina (ninguno faltó a la cita). A título de comparación: sólo 10 de Europa occidental formaban parte. Hoy, el grupo se muestra muy dividido (aunque otra imagen intentan proyectar los herederos de las viejas protestas anti yanquis): además de las dictaduras (encabezadas por Cuba), existen en la región al menos tres tendencias bien definidas (y enfrentadas) determinadas por su posición ante Estados Unidos.

Cuando se estableció la actual organización de la comunidad internacional casi toda África estaba bajo control de potencias coloniales. Solo 4 países eran independientes. Hoy en día, la Unión Africana agrupa 55 estados (de 5 regiones), incluyendo 5 de la cuenca del Mediterráneo. En realidad, no existe una verdadera comunidad de naciones (con objetivos y políticas comunes para lograrlos). El Sahel, como toda área de confluencia, es proclive a los conflictos (con influencias religiosas). La guerra es endémica en la República Democrática del Congo y en otros lugares (como Sudán). Y la intranquilidad gana terreno incluso en países que parecían bien ordenados (como Senegal). La adolescencia política de África Subsahariana no le permite encontrar la estabilidad necesaria para adoptar decisiones que puedan influir en la comunidad internacional. Con todo, en los últimos tiempos se han concentrado esfuerzos para avanzar en el funcionamiento de una Zona de Libre Comercio Continental Africana.

Aunque las potencias disponen actualmente de armas más destructivas (no sólo nucleares), carecen del poder de imposición de la guerra fría. Estados Unidos se retiró de Afganistán para eludir un conflicto permanente. Rusia, en dos años, apenas pudo conquistar territorios cercanos de Ucrania, no preparada para defenderse. China retrasa para tiempo propicio la anexión de Taiwán. No parece, pues, probable un conflicto inminente entre los “grandes”, mientras no se toquen intereses esenciales (que sus concurrentes reconocen). Lo frenan los arsenales nucleares y la presión de los pueblos que no están dispuestos a sacrificar el bienestar alcanzado que aspiran elevar. Sin embargo, nunca puede descartarse un enfrentamiento (por el resurgimiento de los nacionalismos) que llevaría al holocausto global. Nada impide, en efecto, que un perturbado o “iluminado” alcance al poder supremo, como ocurrió en Alemania 1933. Consagrado entonces por los votos, el führer utilizó después todas las armas a su disposición.

Sin embargo, no pueden descartarse los conflictos regionales, especialmente en los focos de tensión permanente: Cachemira, el Cáucaso, el Medio Oriente o el centro de África. Latentes siempre, se manifiestan frecuentemente con violencia (como ahora en Ucrania, Gaza y Kivu). Al mismo tiempo, resurgen los nacionalismos. La tendencia es notable en el mundo islámico (en parte por la creación del Estado de Israel); pero, también, en otras regiones en búsqueda de libertad para expresarse política o culturalmente. Es la aspiración de kurdos, tibetanos, uigures, rohingyas y muchos otros. En Europa misma existen expresiones importantes en el Reino Unido (escoceses), Francia (Córcega) y España (vascos, catalanes). Ante el peligro, es natural el surgimiento de sentimientos de aislacionismo, especialmente en aquellos que piensan poder escapar a los efectos. Ha sido una tentación permanente de Estados Unidos. Incluso la recomendó G. Washington en su discurso de despedida (1796). Y la han sostenido los republicanos.

Se habla mucho de guerra mundial, como si se sintiera nostalgia de la destrucción y la muerte. Es consecuencia de la incertidumbre que provocan los cambios y la pretensión de abordar el futuro sin perfilar un proyecto aceptado. Cunde la sensación de la obra inacabada. El triunfo de las democracias no llevó al establecimiento de un sistema (político, económico, social) justo. Se cree llegado el momento de responder aspiraciones: libertad de los espíritus, satisfacción de las necesidades, participación en las decisiones ¿Podrán impedirlo los fantasmas que despiertan: ambiciones imperiales y fascinación por la autocracia? ¿O la indiferencia de los pueblos?

X: @JesusRondonN


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!