Foto: EFE

En esta columna que, gracias a El Nacional, ahora retomamos luego de un largo receso, haremos especulaciones y reflexiones, en un campo que se puede llamar de futurismo antropológico filosófico o de Ecología humana.

En ellas se contrastará la ciudad actual, su magnitud y crecimiento, su grave crisis, con la aldea: una dimensión y manera de poblarse y vivir, que podría tener unas 20.000 personas en 20 km/2, con las ventajas, no pequeñas, de los grandes logros y creaciones en las ciencias, la cibernética, la robótica, la automatización en la producción y el comercio y en las maneras de comunicarse y relacionarse para evitar conflictos y guerras en las magnitudes y destrozos como ya los hubo. Una aldea que puede ser una ida a la inmediatez y a la vida propia con mucho de nicho y cobijo que cultiva la seguridad que, de otra manera, en la ciudad, es simple o incierta sobrevivencia.

La pandemia ha sido cosa terrible que existe y puede repetirse. Pero también ha sido oportuna. Es una costosa advertencia y una emergencia de cosas del futuro. La reclusión obligada ha permitido el uso de tecnologías y formas de comunicación, trabajo, comercio y dirección virtual, y alternativas al transporte costoso, cotidiano y obligado desde sitios diferentes a los habituales de vida o trabajo.

Las ciudades de muy diferente magnitud o población han tomado severas medidas para evitar contagios. Medidas que han reducido sus ventajas y capacidades para facilitar la vida, la salud, el aprendizaje y el trabajo. Se habla de “quedarse en casa”, a la vez que se ha hecho uso de esas importantes y significativas tecnologías.

Se plantean así, graves y fundamentales interrogantes sobre la vida en las ciudades y su futuro para los próximos 50 años. Argumentaremos el tema de Un Mundo de Aldeas, en el que la aldea sea un sujeto válido y activo en el conjunto de la nación y sus provincias, más que una subdivisión o instancia geográfica o demográfica. Una cultura que irá creciendo y ganando atractivo. Un proceso de “transculturización”, de transmigración que ocurrirá voluntariamente, o propiciada por varias vías, siguiendo el cada vez más creciente agotamiento de las personas en el marco de la correspondiente crisis y caída de las ciudades. Pudiendo así conservar los logros de la ciudad y su vida “globalizada”, sin sufrir sus graves agresiones, saturaciones, contaminación y enajenación del tiempo. Además, y para decirlo con pesimismo, son aislables en caso de plagas o epidemias.

En estos escritos abordaremos esa situación de las ciudades como portadoras y ejecutoras de la globalización de la cultura occidental que surgió en la Florencia de los Medici, los genios que allí vivieron y que continuó en ese Renacimiento, la Reforma, el Iluminismo y la racionalidad que habría de fundamentar las ciencias, las industrias y los nuevos imperios mercantiles.

En la perspectiva de las aldeas, discutiremos temas como la energía, el comercio y la producción, la contaminación, el transporte, la robótica y la automatización, la población y su crecimiento, la salud y las maneras de preservarla. Así mismo la intimidad y la proximidad, el arte, la diversión y los deportes, la diversidad, los cultos y creencias.

Todo ello en juego permanente con lo que ahora aquí nos ocurre.

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