Hacemos una nueva reflexión sobre la migración de la gente de las ciudades hacia aldeas en el curso de los siguientes 50 años.

Nuestra situación es de particular gravedad. A la crisis ya existente con la caída económica, ética e ideológica se agrega la pandemia. Tenemos que interrogarnos sobre los cursos y salidas. El problema más difícil tal vez sea el ético: ¿cómo seguir creyendo en un País sin proyecto y su gente? Pero no tenemos otro a pesar de los muchos que se han ido.

Es muy difícil hacer cambios o mejoras educativas cuando se tiene a los docentes pasando hambre con salarios de 6 dólares mensuales. No obstante, es necesario que pensemos en cambios y rediseños pedagógicos. Los países pobres saldrán de la pandemia más pobres todavía y el nuestro resultará, particularmente, empobrecido, lo que se agregará al desastre preexistente. Con la reclusión y el confinamiento muchas escuelas se cierran y permanecen sin alumnos que asistirían a ellas para recibir alimentación y ser cuidados. Eso trasciende la pedagogía, aun cuando la incluye, es sobrevivencia.

Hay que aprovechar la crisis para saltar hacia otra dirección en la educación.  La educación tradicional de escuelas occidentalizadoras, con aulas de 30 alumnos y un maestro dando lecciones, es costosa e ineficaz.

Es menos caro y mejor poner los acentos en lo digital y la conectividad, no solo para dar información y lecciones sino para propiciar la formación de grupos que, apoyados por docentes, gestionen problemas y proyectos y los superen.

No es suficiente con el empleo de computadoras y conectividad. No es aprendizaje virtual, es usar lo virtual para aprender buscando lo necesario.

Hay que incitar al estudiante a que se intrigue y problematice y acuda a todos los medios, también los digitales, para satisfacer esa angustia. Así va al grupo y al docente a interactuar y discutir.

Los valores son los grandes referentes para la vida y su curso, para la toma de decisiones.  Las competencias son habilidades, destrezas, actitudes, contextos… ante los cuales los valores se hacen vigentes para tomar decisiones. Aprender es lograr valores y competencias. Ambas cosas se alcanzan en la vida, en la participación, en la familia, en la comunidad. Muy poco recibiendo pasivamente informaciones y lecciones.

Una pedagogía interactiva y constructiva exige que el estudiante sea el actor principal. Para que actúe tiene que estar motivado, angustiado por un problema o situación que lo toque, que le sea pertinente. Allí está la tarea pedagógica principal y difícil: el docente o uno de los grupos busca y selecciona un problema o proyecto adecuado para ser trabajado. No es fácil porque siendo la pedagogía tradicional es simplemente informativa, la información puede darse con lecciones, libros o digitalmente que cumplan exigencias programáticas, pero que no llegarán a intrigar lo suficiente al estudiante para que él tome iniciativas y vaya a la discusión y participación. Hablamos de problemas pertinentes que tengan esa propiedad motivadora: la propia vivienda, su fauna, sus usos, la familia y sus valores o modos, el jardín y la naturaleza próximos, sus compañeros, los juegos y deportes, las enfermedades y sus causas. Y, en los próximos años, instrumentos y robots que ofrezcan relaciones similares a las que se dan en las fábricas y campos.

En la aldea

La relación y el juego social en un ambiente adecuado y con problemas reales propicia una continua interacción constructiva. Los vecinos, niños o viejos forman parte de lo cotidiano y de ellos se reciben custodia y problemas. La topografía, la naturaleza, la actividad productiva, el arte, el deporte, la amistad serán fuente de problemas, de problemas inmediatos y abordables que alimenten pensamientos, reflexiones, discusiones y conflictos. Las enfermedades y pandemias, que seguirán existiendo, podrán ser aisladas y tratadas sin que vayan más allá o entren a la propia aldea.

La conectividad permitirá ubicar esos problemas, conflictos o situaciones en los escenarios mundiales, del propio país, de las aldeas vecinas.

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