Continuamos con nuestras reflexiones acerca del tránsito y migración de las ciudades actuales a aldeas, en el transcurso de los próximos 50 años.

En las condiciones actuales de peste y desastre político y económico no es de extrañar que la gente se refugie en santos y oraciones. Las redes están llenas de rezos e invocaciones. Los caminos de salida parecen cerrarse y la angustia se abona con malas noticias.

Un santo es un ícono, un fetiche institucionalizado. Un proceso y estructura similar a la que arropa al artista, al deportista, revisa características y condiciones para asignarle jerarquías, distinciones y virtudes dignas de ser usadas como ejemplo.

En la ciudad el concitador, el fetiche mayor ha sido el mercado y las ciudades: sus iglesias, torres, ventanales, tiendas, nichos, luces y avisos, calles y gente en devoción buscando consuelo, trabajo, esperanza y venia santa en la compra o en la venta.

A esa condición de templo, a la ciudad se le agrega la contaminación, la inseguridad, la pobreza y el tiempo perdido yendo de un lugar a otro para trabajar o buscar trabajo, sabiendo ahora que ese posible trabajo será sustituido por una máquina.

La religiosidad humana

Una condición del existir que está en territorios similares al arte y a la creación. Una predisposición a dar existencia y asignarle poderes milagrosos a fenómenos, geografías, actos y creaciones.

Monumentos, obras de arte, músicas, ceremonias de nacimiento y de muerte, existen en todo el mundo y en todas las culturas. El judío tzadik, el islámico wali, el hindú rishi o guru, el sintoísta kami, el budista arhat o bodhissattva son considerados santos y tienen espacios para su adoración o culto.

La ciencia y ciertas religiones de la modernidad, armadas con la razón, han batallado y lo siguen haciendo contra “supersticiones” y fetiches. Occidente, con toda su expansión, no ha podido, ni tampoco, en verdad, ha querido despojarse del poder, que, por vecindad, generan las religiones.

No tenemos motivos ni necesidad de abjurar de santos, fetiches o religiones. Ellos permanecen en nosotros como lo hacen, cotidianamente, las artes. La música le da continuidad y compañía a cada uno de nuestros actos, las luces, colores y figuras se montan sobre lo percibido para descubrir angustias y fantasmas; movimientos que le asignan posturas y sorpresas a las figuras.

La 4.0 Revolución Industrial

A esa variedad de fetiches e íconos se agregan los robots, los autómatas, lo digital, la conectividad que los integran y agrupan como la 4.0 Revolución Industrial. La pandemia parece haberlos amalgamado, acelerado y anticipado en un ambiente que tiene ya los visos de un nuevo culto. La ciudad se contorsiona creando artefactos y nuevas funciones que sustituyan a los “costosos” trabajadores y a la vida misma, lo que, paradójicamente, mina su sentido mercantil básico. Los conflictos no harán sino crecer.

Las aldeas

Los conflictos humanos y sus instancias de fe seguirán existiendo en las aldeas dentro de 50 años. Los robots, autómatas y trabajo a distancia no se traducirán en desempleos sino en reducción de las jornadas de trabajo. El humano podrá trabajar y aprender a distancia, como ya lo está haciendo, y tendrá más tiempo para dedicarse a muchas otras cosas ahora postergadas o reducidas a cultivos exquisitos: las artes, la salud, el aprendizaje, los deportes, la continuidad con la naturaleza, la amistad, la proximidad y la intimidad.

Nada de ello le negará los espacios a los cultos y santos, que podrán ser refugios adorados para la alegría o la tristeza.

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