desaparecido Fundaredes denunció la desaparición de 3 militares venezolanos durante enfrentamientos en Apure-la FANB
Foto AFP/ Getty Images/ Federico Parra

La ciudad nos roba el tiempo

Los humanos no somos necesariamente violentos. La revisión histórica de las cifras de muertes en guerras muestra un ascenso que varía de una región a otra hasta llegar a la Segunda Guerra Mundial con unos 60 millones de muertos. Luego de ella hay un descenso y, a la vez, una dispersión y reducción de los conflictos y víctimas.

Como ocurrió con el gas y las guerras bacteriológicas, la bomba atómica espantó la guerra. Los resultados mostraron tan altos costos que había que buscar otros recursos para guerrear. Los conflictos y las fatalidades se han vulgarizado y reducido. Los genocidios, el canibalismo, las condenas a muerte, las torturas físicas se han reducido o desaparecido. Un período relativamente pacífico desde la Segunda Guerra Mundial ha sido conocido como La Larga Paz.

Ahora hay una dispersión de guerras y guerrillas que incluyen las del narcotráfico en México, las altas cifras de violencia personal en Latinoamérica y el Caribe; varias en África y Asia y el final de la guerra, o por lo menos de la intervención, en Afganistán.

Estas cifras de fatalidades en guerras acompañan el incremento en el número de homicidios que llegó a 400.000 en 2017, tres veces el número de muertes en conflictos armados y terrorismo combinados. La mayor parte de los asesinados son menores de 50 años y con armas de fuego.

A ello concurre la vulgarización de la información por las redes WhatsApp, Google, Amazon, Facebook… y empresas noticiosas como CNN, DW, BBC crean un territorio de realidades peculiares, de engendros muy dañinos cuando la violencia es por ellos legitimada con bellos e inteligentes actores, políticos, mafiosos y pandilleros, y armas de fácil uso y alcance. Una violencia de ribetes y lenguajes legitimadores.

Se ha agregado este último año la noticia pandémica: un turbio espacio en el que no se sabe qué intereses científicos, comerciales, políticos o gubernamentales están en pugna.

El hambre, la miseria y los contrastes socioeconómicos han sido y siguen siendo incubadoras de violencia. Las imágenes urbanas que transmiten esos medios, también muestran recursos y maneras de vivir, mayormente occidentalizados, que contrastan agresivamente con el propio entorno. Se muestra ello, pero no las maneras adecuadas de lograrlo, así se abren los atajos de una violencia directa que mayormente atrapa a los jóvenes

Es una violencia indiscriminada que agrega a los daños reales el irrespeto al humano al tratarlo como enfermo y violento, cuando no es así.

La aldea

El control de la seguridad será digitalizado. Pero la violencia no disminuirá con represión, sino con valores, cultura y facilidades.

La turbidez de la ciudad le dejará paso a la transparencia de lo inmediato.

La proximidad del otro, el vecindario implica formas de relación y sanción que se disuelven antes de llegar a la violencia física.

Los valores que implican la dignidad y la diversidad se complementarán. El otro será necesario en cuanto a ello, y el disfrute de esa otredad, de esa diversidad motivará el encuentro y la fiesta. La violencia permanecerá como conflicto vecinal.


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