Con este escrito sobre la violencia, hecho desde un país en miseria, en el ambiente gris de una peste de curso incierto, continuamos nuestras reflexiones sobre la migración que ocurrirá desde las ciudades y hacia Aldeas, en el curso de los próximos 50 años.

No es sencillo ni lineal el abordaje del concepto y la realidad de la violencia. No es sencillo porque a ella concurren muchos componentes de lo humano, mucho más que el daño o la agresión “física”. Y no es lineal porque en la historia de individuos y grupos se van dando momentos culturales que varían tanto la ejecución como la percepción que de ella se hace. La violencia no es parte de la Naturaleza Humana, sin embargo, puede incluso aparecer como necesidad, heroísmo o desafío como ya lo hizo el nacismo y como aparece en algunas revoluciones y acciones terroristas.

La Organización Mundial de la salud la define como “el uso intencional de la fuerza o poder físico, de hecho, o como amenaza, contra uno mismo, otra persona, grupo o comunidad que cause o tenga muchas posibilidades de causar lesiones, muerte, daño psicológico, trastornos al desarrollo o privaciones”. Se refiere al uso de la fuerza o poder físico para dañar.

En la historia se han dado múltiples formas e instrumentos para realizarla. Las dos últimas ultimas guerras, llamadas mundiales, han sido las más notorias y de efectos mayores. Luego de ellas las guerras internacionales, tal vez por su horror, se han ido reduciendo. Pero continúa, y a veces se incrementa en las ciudades.

Persiste la ocupación, sometimiento y discriminación de pueblos, naciones y familias, a los diversos en raza, pensamiento político o religioso, a los niños, a la mujer y a los de otro género, el suicidio, los homicidios y agresiones delincuenciales.

A ese listado hay que agregar el incremento y la zozobra inducida por los medios de comunicación, con noticias o relatos para atraer a la gente a su lectura y sacar ganancias de ello. Y, vecino a ello, los juegos digitales que, aunque no implican una violencia física inmediata, le prestan una cierta naturalidad.

El control digital va más allá de la simple relación con máquinas, robots o autómatas. Se han creado, y se usan regularmente, programas y algoritmos que permiten conocer las características, rostros y vocaciones de las personas para inducir compras o fidelidades. Una suerte de sistematización de la sensibilidad (con frecuencia presente en caudillos y dictadores populistas) para inducir comportamientos. Instrumentos que los dirijan sin acudir a la violencia explícita, como ya aparecen en las películas y literatura de ciencia ficción.

No hay una violencia física evidente, pero nos obligan a preocuparnos por el uso más generalizado de ese control digital que permitirá a los violentos y delincuentes lograr sus fines sin ponerse en evidencia.

Ya hay procesos judiciales contra grandes empresas como Apple, Google, Amazon, Facebook acusándolas de monopolios, pero aún no sabemos de algún proceso que evidencie su poder para torcer o manejar personas o voluntades, sin evidenciar su violencia subyacente.

La aldea

La voluntad social de la aldea, protegida por su intimidad de las presiones políticas y comunicativas, permitirá un vivir más intenso y completo alimentado por el propio intercambio y vida social.  El arte, el deporte, la amistad, el gregarismo familiar crean un ambiente protector que, sin privarse de la información que seguirá viendo de todas partes, permita lograr estabilidad y predictibilidad.

La violencia familiar o delincuencial será más notada. Se aprenderá a vivir en una autoprotección parecida a la de las tortugas que, sin perder movilidad ni comunicación, disfrutan.

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