Con este escrito, en medio de la peste que nos sitia y la que nos gobierna, continuamos nuestras reflexiones sobre el tránsito y migración que ocurrirá desde las ciudades y hacia aldeas, en el curso de los cincuenta años siguientes.

El humano es un creador de instrumentos: desde la lanza hasta las tecnologías digitales, autómatas y robots, son creaciones de los humanos que llevan su huella. Para el uso de ellos, para lograr alimentos y cobijos se crean y desarrollan competencias. Estas y los instrumentos se acopian y regresan al humano en un juego dialéctico que podemos llamar cultura y que ha llegado hasta instrumentalizarlo.

Ese juego llega a todo el cuerpo, a cada célula, en pensamiento, tejidos, fluidos, que lo constituyen y relaciones que, yendo más allá del individuo, conforma grupos, juegos sociales de las que se desprenden, a su vez, otras competencias – maneras de ser –que se integran también al grupo y de allí a todo el conjunto social, todo ello referido a una ética que lo identifica y unifica. Así se ha ido construyendo el cuerpo humano y la humanidad.

Esos cursos culturales, que se han dado por miles de años, han llevado a migraciones y desplazamientos en la búsqueda de recursos, techo y comida adecuados a los que ya tienen o a su eventual creación o adquisición

Esas migraciones se fueron acumulando en espacios dotados y propicios para establecerse, que llegaron a constituirse en ciudades, las que continuaron la inercia histórica de las migraciones y los conflictos y guerras por los espacios o recursos que tenían tanto los migrantes como los ya residentes.

Hoy nos encontramos con enormes aglomeraciones, con ciudades que compiten entre sí, contra el ambiente y contra sí mismas.

Una cultura, la urbana, la de las ciudades, que muestra una cierta manera de vivir que agota al humano. En la que buena parte de sus instrumentos y competencias giran en torno a sí mismas y a sus gobiernos o determinaciones.

La pandemia ha puesto en ejecución recursos y tecnologías mediadoras que permiten lograr casa, comida, disfrutes y pasiones con bajo empleo del trabajo físico o rutinario, que va quedando para los robots y autómatas. Una vía tecnológica que rescata tiempos y espacios para el disfrute, el arte, la amistad, la proximidad, la intimidad, la familiaridad, la seguridad: las aldeas. Podemos especular que podrían tener 25.000 metros cuadrados, adecuadamente habitados, con relaciones y recursos para realizar el teletrabajo y la tele producción, sin dejar de estar próximos a la naturaleza y pudiendo trasladarse a voluntad a otras aldeas o lugares, incluyendo a los monumentos en los que se transformarían las ciudades de ahora.


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