Con este escrito continuamos nuestras reflexiones sobre el proceso de migración desde las ciudades a Aldeas que ira ocurriendo en el curso de los próximos 50 años.

No es sencillo establecer una definición precisa de ciudadano en el mundo globalizado actual. En un curso similar al que ha ido ocurriendo esa globalización de la cultura occidental, se ha movido la calidad de ciudadano. Aquí lo asumiremos para designar a aquel que vive con cierta estabilidad en una ciudad, desde su nacimiento o por largo tiempo, y con la progresiva adquisición de los valores y competencias social o legalmente exigidas.

Las fluidas migraciones desde el campo o países vecinos hacia las ciudades generan muchas variantes que dificultan la adquisición y estabilización de esos valores y competencias. Esas migraciones han llevado a cifras que dicen que las zonas edificadas sobre la tierra han aumentado 2,5 veces desde 1975 y que 7.300 millones de personas viven y trabajan en solo el 7,6% de la superficie terrestre del planeta. Esto, de por sí, explica no solo el crecimiento sino el caos urbano, en la incapacidad de digerir esos crecimientos y las divergencias ente los migrantes y los anteriores residentes. A ello habría que agregar las condiciones y exigencias de la vida urbana: trabajo y transporte, energía, alimentación, vivienda escasa estrecha y mal dotada, salud, convivencia social y familiar, educación, contaminación… Así, insisto, la condición de ciudadano está en una grave crisis que no hará sino agravarse en los próximos años.

Usamos la palabra aldeano tanto para nombrar otra condición de vida, como para contrastarla con esa de ciudadano.

El aldeano se irá formando, construyendo sus valores y competencias, acompañando la propia creación y estabilización de las Aldeas que irán sustituyendo a las ciudades.

No podemos detallar sus características, pero si se pueden referir rasgos generales extraídos de los pueblos y aldeas ya existentes y sus habitantes.

Un poblado de unos 20.000 habitantes, vecinos y próximos a una industria o finca agrícola o pesquera próxima.

La condición de vecino abre o reivindica modos de relación familiar y social que propician la proximidad, la intimidad, la mutua comprensión, la amistad y conocimiento de las características, facultades y defectos del otro, ubicándolo así en un ambiente de continuidad con la naturaleza y una vida de relaciones humanas densas y, por tanto, complicadas; aunque siendo bilógicamente social, necesitará, a pesar de sus costos y riesgos, de un conjunto estable que le obliga como referencia.

La vecindad con una industria, finca o costa podría concentrar las vocaciones, fidelidades y expectativas que serán, a la vez, convergencias y ejecutorias de los recursos digitales y los robots o autómatas que realizarán la mayor parte del trabajo presencial o en proximidad.

El teletrabajo, los robots y autómatas suplirán buena parte del trabajo físico y presencial que ahora se hace, reduciendo el tiempo de trabajo y transporte y aumentando el tiempo y los espacios necesarios para esa vida aldeana de vecinos y el cultivo de las artes y artesanías, las diversiones, el amor, el aprendizaje…

Las competencias ahora indispensables para unos oficios inseparables de ciertos instrumentos, serán mucho más genéricas en cuanto que esos instrumentos autómatas ya poseerán las técnicas de realización de producción, requiriendo la intervención humana para atender accidentes o innovaciones, sobre todas aquellas que exijan cambios conceptuales en la actividad de esos instrumentos o los productos esperados. El humano podrá ser más o menos profundo en sus saberes y más o menos versátil en sus habilidades, diferencias que permanecerán, pero un creciente manejo del entorno y sus dotaciones le permitirá estar en uno u otro ejercicio casi a voluntad.

 


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