Siete años es el tiempo previsto para la construcción del metro de Bogotá, pero en Colombia se hablará de los chinos durante al menos los próximos 25 años, un cuarto de siglo.

Es que la capital de Colombia ha sido por largos años duramente castigada por sus muy serios problemas de movilidad ciudadana. Hoy es considerada por Inrix, un órgano internacional de medición de tráfico urbano, la ciudad más congestionada de Latinoamérica y la tercera del mundo detrás de Moscú y Estambul.

La administración de la capital y el gobierno central durante varios lustros invirtieron inteligencia y montañas de recursos en ofrecerle a la ciudadanía un ambiente más amable en lo atinente al transporte. Siempre hubo conciencia de que la prioridad en este terreno era conseguir una mejora cualitativa y sustancial en la oferta y servicio de transporte público colectivo, pero las soluciones encontradas -Transmilenio y el Sistema Integrado de Transporte Público- fueron paños calientes que aportaron poco en la solución del caos vehicular. Todo ello se convirtió, con el tiempo, en un principalísimo tema electoral para la alcaldía capitalina.

Hoy, 40 años después de la primera vez que se habló de un metro, los bogotanos están en la víspera de conseguir una vía eficiente para elevar su calidad de vida… de la mano de los chinos.

El proceso licitatorio de la megaobra del metro elevado acaba de concluir exitosamente habiendo sido adjudicado el proyecto a un consorcio chino, APCA Transmimetro,  integrado por dos prestigiosas firmas de dilatada experiencia: China Harbour Engineering Company Limited y Xi’An Metro Company Limited.

Por el tenor y experiencia de los competidores, el proceso de licitación fue duro y exigente. Allí se midieron empresas de la talla de las mexicanas Carso Infraestructura y Construcción y Promotora de Desarrollo de América Latina; las españolas FCC Concesiones de Infraestructura y Ferrocarril Metropolita de Barcelona, además de la francesa France’s Alstom S. A.

Este megacontrato es un paso de envergadura en la relación entre los dos países y consolidará una relación hasta ahora relativamente débil. No solo es el monto de su inversión lo importante -4.000 millones de dólares- sino la envergadura de la obra de ingeniería, que abarcará 24 kilómetros, representados principalmente en viaductos que darán cabida diaria a 3 millones de pasajeros desde 16 estaciones repartidas por la geografía capitalina. El contrato prevé la construcción de la obra civil y la importación de los 23 trenes, junto con la concesión de la operación de la línea y su mantenimiento por 20 años. El consorcio chino debió transitar, a partir del inicio de la puja, 80 trámites diferentes con la administración regional y nacional, así como también con la banca internacional.

La apuesta financiera que el consorcio chino está haciendo no es deleznable. Parte de capital propio y de endeudamiento directo es lo que hará posible la consecución de los recursos para llevarlo a cabo. Una dosis significativa de confianza en el país colombiano y en sus instituciones ha sido esencial para el compromiso de APCA.

Por su lado, los dineros que serán invertidos por la ciudad y por el gobierno central en este proyecto producirán un benéfico resultado que los 7 millones de bogotanos comenzarán a experimentar a partir de 2025. Cada peso tendrá un retorno de satisfacción de parte del hombre de a pie, porque viene a resolver uno de los más intrincados e insolubles problemas de la ciudad y uno de los que más influye en la vida diaria de los administrados.

Termina una saga larga y penosa. China y Colombia tienen frente a sí un matrimonio que promete.


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