Por Jesús Antuarez

«In Venezuela we have increased teacher’s salaries by 835 percent»… La cifra retumbó con tanta fuerza en la sede de la Organización de Naciones Unidas de Nueva York que el delegado japonés se despertó de un brinco, ajustó sus audífonos de traducción simultánea, volteó incrédulo y exclamó «Suro Koto!” (¡carajo, no puede ser!). Los representantes de Europa, África y Oceanía también se sacudieron la modorra y el hastío para prestar atención a tan inusual discurso.

Ocurrió la semana pasada en la Cumbre sobre la Transformación de la Educación. Allí, la ministra  venezolana, vestida de amarillo verdoso, porque amarillo es lo que luce, acudió para decirle al mundo, cuidando sin mucho éxito su dicción, lo chévere que la están pasando los docentes en el país, luego del aumento de 835% de su salario y otras menudencias en materia de salud y protección familiar.

835% es un aumento importante. Ninguna empresa en el mundo sería capaz de ofrecer tanto así como así, a menos que, como mago de circo, se pretenda confundir a la audiencia sacando un conejo del fondo del sombrero. Ese astronómico monto fue lo que asombró al resto de los delegados en la sala que, aunque sin «Mister Danger», sigue oliendo a azufre.

835% es una cifra capciosa. Es la misma lógica aritmética aplicada al aumento que recibieron los jubilados venezolanos, quienes después de 7 míseros bolívares pasaron a recibir 130, lo cual significó un incremento de 1.857% que ya se devaluaron. Las matemáticas no mienten, los magos sí.

Si esa cifra es verdad, aquí todo el mundo va a querer ser maestro o llegar a viejo rapidito, sin importarles que una pandilla de salvajes del Tren de Aragua o una carajita de 22, los asalten o los seduzcan, según sea el caso, para quitarles «su fortuna».

Con 835 % muchos docentes que se marcharon del país o que se pusieron a vender cambures y a limpiar casas para subsistir, según recomendación gubernamental, querrán regresar a sus cargos. Sin embargo, entrevisté a varios y ninguno admitió haber recibido tal porcentaje.

Destaca también el hecho de ver cómo se desaprovechó un escenario tan pomposo como el de Nueva York para tratar asuntos caseros de poca monta, como la discusión de una convención colectiva que a nadie importa en una reunión de ese nivel. Por eso muchos confundieron la fulana Cumbre con el programa radial de la antigua gobernadora, ¿o no?

A una Cumbre en la ONU se va a tratar temas de relevancia, porque mientras en Japón, por ejemplo, ensayan cómo desarrollar en la escuela operaciones financieras para los negocios, aprender otros idiomas, usar eficientemente Internet, fomentar la lectura, el civismo, la convivencia, la tolerancia, el respeto mutuo y la protección del medio ambiente, aquí seguimos bailando el Pájaro Guarandol y cantando el Himno Nacional todos los días en el patio del colegio, bajo un sol abrasador, que en lugar de convertir a nuestros niños en fervorosos patriotas, como el capitán Ricaurte, los transforman en obstinados desertores que no llegan a entender nunca, ni siquiera aquello de «y el pobre en su choza libertad pidió».

Esa cumbre pasará con más pena que gloria. Con razón los que adversan a la ONU dicen que estas reuniones no sirven para nada. Con el tiempo, de empinadas cumbres han pasado a ser cerritos, y de los más pequeños.

Mientras tanto, seguimos con las escuelas en el suelo, sin seguridad, sin dotación, sin vista al futuro, ancladas al viejo método «Ala, Pala, Maraca, Tapara», donde lo único que cambia es el semanero, si es que todavía existen.

*Periodista y sociólogo


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