La mayoría de los venezolanos alega que el legado de la llamada «cuarta república», denominación tan extendida como disparatada e insostenible de la República Civil, ha sido y es la hegemonía despótica y depredadora del siglo XXI. En este sentido, obviamente, la República Civil, en particular de 1958 a 1998, queda descalificada e indefendible.

Pero considero que no debe ser así. La hegemonía militarera que padece Venezuela forma parte de nuestro historial desde sus albores, no en la expresión brutal de estos años de mengua, pero sí desde el propio siglo XIX. No es una innovación. No. Es la exhumación de un viejo cadáver al que la crisis de la democracia venezolana le dio la oportunidad de resetearse, y un país confundido y desmemoriado, se sumó con diversos intereses. Desde notorios potentados, hasta gente muy humilde, pasando por una parte significativa de los (de)formadores de opinión.

Pero el objetivo de estas líneas no es el pasado sino el presente y el futuro. Imposibles deentender, valorar y moldear, si se carece de una conciencia histórica razonable y justa, con pasivos y activos. Esa conciencia histórica, como diría el maestro Carrera Damas, hay que reconstruirla desde la verdad. Tarea inmensa para una población bombardeada con décadas de propaganda maligna y de un ejercicio del poder igualmente maligno.

Para millones de compatriotas que han migrado, en especial para los más jóvenes, Venezuela es una porquería, para no decir otra palabra, y «siempre» lo ha sido. Una realidad tan gravosa como la catástrofe humanitaria. Para trabajar y prosperar, por ejemplo, el esfuerzo sostenido de la actividad productiva, es pura paja que la quema el enchufe político y corrupto. La política es el reino de la arbitrariedad y la imposición de la delincuencia organizada.

Y así hasta el infinito. Con muchas excepciones honrosas que suscitan esperanza en medio de la desolación. El legado es simple: los antivalores se aprecian y los valores se desprecian. Una proporción altísima de los enfermos que necesitan un tratamiento continuado para sobrevivir se tienen que ir o se mueren. Y mientras tanto el latrocinio multicolor se hincha en Miraflores.

Para superar un legado tan funesto, hay que superar su causa principal: la hegemonía despótica y depredadora que destruye nuestra patria. No sé si ello se entiende en las tramoyas diplomáticas, y mucho menos en las tramoyas comiciales. Si no se entiende no es por falta de evidencia, sino por abundancia de resignación, en unos casos, y de pillaje en muchos otros.

Pero nada, a seguir adelante, no desfallecer, no entregarse. Venezuela vale la pena, siempre.


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