La fatal decadencia de Venezuela, desde el optimismo que por un tiempo creció en nuestra sociedad y hasta la trágica situación actual, puede interpretarse desde diversas perspectivas. Una de ellas requiere examinar la siguiente cuestión: ¿cómo ha sido posible que un país que una vez tuvo tanto peso en la región, que posee tantos recursos, que se vanagloriaba de sus logros e instituciones con una autoimagen que mezclaba orgullo y soberbia, haya caído tan bajo? Más específicamente: ¿cómo fue posible que rindiésemos nuestra soberanía ante la Cuba castrista, una isla depauperada y dominada por una satrapía caribeña dedicada a la depredación?

El libro La invasión consentida, publicado este año, intenta en particular dar respuesta a la segunda interrogante, y lo hace con base en una sólida investigación histórica apuntalada por un sensato criterio político. Su estilo es sobrio, ajeno a la exageración y apegado a los hechos. Su propósito, más que persuadir o convencer es descifrar, desentrañar, esclarecer un fenómeno geopolítico, socioeconómico y psicológico al cual no resulta fácil hallarle un parangón, una adecuada analogía, una comparación que haga justicia al drama que el autor o autores relatan y discuten.

Si bien la obra está firmada por Diego G. Maldonado, se trata en verdad de un seudónimo. Intentamos informarnos al respecto en Internet y encontramos esta nota: “A la luz del acoso que los comunicadores sufren en Venezuela, los editores de esta obra hemos decidido mantener el anonimato del autor. Su seguridad y bienestar, igual que la de sus familiares, están en riesgo”. El producto concreto de sus esfuerzos constituye, a nuestro modo de ver, un aporte de singular importancia presente y hacia el futuro, en el camino de entender el derrumbe de nuestro país y sus causas. Las reflexiones que a continuación expondremos, si bien se desprenden de nuestra lectura del libro, no lo comprometen. Son nuestras propias consideraciones y de las mismas nos responsabilizamos, a la vez que recomendamos a los lectores que aborden la obra y se formen su propia opinión.

El libro, entre otros asuntos, les sigue la pista a dos procesos de subordinación. El primero es psicológico y se ubica en un plano individual: el vasallaje y la dependencia mental y emocional de Hugo Chávez con relación a Fidel Castro. No dudamos que un buen psicoanalista encontrará en ello muchos rastros de los vínculos de Chávez con su verdadero padre, cuyas carencias y limitaciones, dicho ello sin ánimo de irrespetarle como ser humano, probablemente fueron reparadas con la idolatría hacia una figura compensatoria, exaltada a la condición de héroe superior al que era justo someterse.

El segundo proceso, que nos interesa aún más, es el de la gradual y patente sumisión de nuestra sociedad a los dictados de la Cuba castrista, un rumbo que empezó a delinearse aun antes de la llegada de Chávez al poder y que ha acabado por convertir a nuestra sociedad, cuya población yace hoy depauperada, en una inerme presa de la codicia cubana. Desde luego, el extravío de Chávez, su capitulación psíquica y rendición ideológica, abrieron las puertas a una invasión generalizada que, como lo apunta el libro reseñado, ha tenido la característica de haber sido consentida, admitida y alentada de manera voluntaria por un régimen que para nuestra desgracia y vergüenza contó durante años con gran apoyo social y político, un régimen que todavía se aferra al poder frente a una oposición acosada por sus reiterados reveses.

Son numerosos los factores que el libro que comentamos enumera, como temas que exigen ser tomados en cuenta para explicar lo ocurrido. No es nuestro propósito enfocarlos en conjunto. Lo que haremos es esbozar una conjetura: quizás, solo quizás, la decadencia de nuestra sociedad está enlazada con el tipo de desarrollo socioeconómico que tiene lugar en países atrasados, sobre los que se derrama la abundancia de un recurso natural como el petróleo. En este orden de ideas, y como analogía, se nos ocurre el caso de la sociedad iraní, del avance socioeconómico que allí también generó el petróleo, del régimen del sha y sus delirios de grandeza, y finalmente del tsunami que de pronto, casi sin previo aviso, se llevó por delante toda la estructura de poder que aparentaba fortaleza pero en realidad ocultaba una fragilidad esencial. La revolución de los ayatolás sacó a flote todo un pasado que estaba todavía allí, subyaciendo bajo el resplandeciente pero en el fondo hueco y precario barniz de modernidad, construida sobre la riqueza mágica del oro negro.

Y es inevitable preguntarse: ¿acaso el respaldo del que inicialmente gozó Chávez, que incluyó a sectores que debían haber actuado con mayor cautela en vista de las enseñanzas de nuestra historia de despotismos, puso de manifiesto algo profundo, una sustancia medular que no había desaparecido sino que se había refugiado entre los intersticios de un progreso inconsistente? ¿Acaso la desgarradora subyugación de nuestra sociedad por la Cuba castrista simboliza un contraste fundamental entre lo que era nuestra autoimagen, de un lado, y del otro una fractura fundamental de nuestro ser? ¿Estaba acaso la democracia venezolana asentada sobre pilares ficticios, carcomidos por el óxido de un pasado siempre presente?

Tales interrogantes nos parecen válidas e ineludibles, aunque dolorosas. No estamos seguros de que tengan respuestas claras.


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