Foto politikaucab.net

Ocurrió la fatalidad. Nuestra realidad, siempre en constante tensión con los deseos, enfrenta un duro juicio ante el tribunal de los hechos llamado vida. El protervo puño de la muerte, desde las profundidades del abismo, volvió a tomar una de las almas en este mundo. Con este trajín, transformado en pecina rutinaria, nos arrebataría el pasado 28 de diciembre de 2023 al R.P. José del Rey Fajardo S.J. Caracas, y más específicamente la enfermería del Colegio San Ignacio de Loyola sería testigo de la inopinada visita; aunque, según se testimonia, el propio reverendo Del Rey -como hombre probado de Dios- minutos antes de la hora menguada anunciaba que ese sería el día de “su resurrección”. Sólo un alma con plenas convicciones en las promesas de redención de nuestro Señor Jesucristo se interpone entre una muerte inveterada y las alturas de la esperanza. Como tantos de los sermones fúnebres meditados por el padre Del Rey, existe uno que siempre nos marcará, pues, es un aviso para los que quedamos en esta tierra por la cual debemos soñar, trabajar, sufrir y amar.

Fueron 30 años de amistad personal con el padre Del Rey. En este tiempo tuvimos muchísimas vivencias, desde los años del rectorado en la otrora Universidad Católica del Táchira hasta los postrimeros tiempos entre la UCAB y la enfermería del Colegio San Ignacio. En los últimos 23 años dediqué buena parte de mis columnas de prensa en La Nación de San Cristóbal, El Universal o Notitarde, a resaltar el trabajo divino y humano de este inigualable hijo de San Ignacio de Loyola. No puedo ocultar el dolor que deja su partida. Pero sería una necedad quedarse extraviado en dicha punzada por querer cristalizar un momento cuya clepsidra ya estaba anunciada desde el reloj de Dios. Recordar tres décadas necesitaría de tomos y tomos de escritura, por lo cual, en esta oportunidad más que evocar quién fue el padre Del Rey, lo que procuramos es proyectar su obra y pensamiento en las nuevas generaciones. Y nada mejor para explicar esa última frase que el comienzo del propio sermón elegíaco escrito por Del Rey el día de la muerte del Dr. Giovanni Nani (17.12.2006):

“(…) Confieso, Señor, que cuando pretendo refugiarme en tu promesa: ‘Bienaventurados los que lloran’, tus palabras me parecen duras. Hasta me han llegado a infundir pavor. Y no me atrevo a mirarlas de frente. Esta noche me parecen irreales e inquietantes casi como una fantasía. Y me pregunto: ¿En dónde podremos colocar nuestra esperanza en este momento de abandono total? Por otra parte, estoy convencido de que el que no tiene esperanza es peor que un muerto, pues la vida no se detiene, y la esperanza nos es tan necesaria como el pan de cada día. ¿Malgastaremos nuestro provenir, creyendo que para asegurarlo, se lo debemos confiar a poderes engañosos, a divinidades caducas e innobles con el peligro de acabar por resignarnos a nuestro fracaso y cansados con tanta decepción, optaremos por un reposo adormecedor? Sin embargo, quisiera apelar a la certidumbre y la esperanza que me infunden las palabras de Pablo de Tarso en el momento crucial de su existencia: ‘He competido de noble lucha, he alcanzado la meta, me he mantenido fiel a la fe. Sólo me resta la merecida corona con la que el Señor, justo juez, me premiará el último día’ (…)”.

Las líneas del silencio atronador son alta resonancia, de la más pura, ante el altavoz de la conciencia. De lo anterior resalto dos grandes virtudes de este hombre de Dios. La primera, luchar. Del Rey fue inagotable ejemplo en la construcción institucional venezolana, sobre todo, del ámbito educativo al cincelar desde “cero” obras pedagógicas. No puedo hablar de sus primeros años en el Colegio San José de Mérida. Tampoco del San Ignacio o los tiempos turbulentos de su decanato en la UCAB porque no lo conocí en esos escenarios. Pero sí de su trabajo en Táchira, pues, yo mismo soy uno de los ucatistas formados antaño. En sus años “tachirenses” (1979-2002), lo acompañamos en la elevada misión de gerencia universitaria.

Del Rey diseñaría una novedosa arquitectura de planificación y gestión de universidades que se anticiparía a las crisis recurrentes que ha vivido la educación superior venezolana desde 2002 en adelante. El ejemplar Centro de Desarrollo Empresarial Loyola fue el germen de una nueva relación patrimonial-educativa-investigadora entre la empresa y la universidad. Ese sería el secreto por la cual la UCAT sostendría en ese entonces un modelo de investigación que consumía poco de los recursos ordinarios provenientes de los estipendios cobrados a los estudiantes. Fue providencial su peculiar manera de regentar la universidad, sin estridencias ni apelaciones a tabúes o mitos que han contribuido a gran manera a la caída universitaria venezolana. Fue un rector-fundador ejemplar. De lujo, como se decía en ese momento. Nunca olvidaré, entre abril de 1999 y enero de 2001, cuando todas las noches nos embarcábamos para navegar en las nacientes bases de datos bibliotecarias (OPAC), en la búsqueda de los libros no identificados del inventario de la Biblioteca colonial javeriana, levantado en 1767 cuando la expulsión de los jesuitas. Horas y horas de trabajo bajo las noches andinas, servirían para conocer la altísima capacidad de investigación del ilustre aragonés.

La segunda virtud de Del Rey, entre tantas, será su fidelidad, es decir, mantenerse fiel en la fe cristiana y convicciones del que muere tal como vivió. Tras su salida de la UCAT regresó a su primera trinchera universitaria: el Instituto de Investigaciones Históricas de la UCAB, el cual, él mismo decía, era el único con vida de la generación fundadora (reverendos Ojer, González Oropeza). Desde entonces su bibliohemerografía vio multiplicarse por diez, retomando sus líneas de investigación sobre la historia colonial venezolana y las denominadas “mentalidades”, es decir, la historia de las ideas que fueron construyendo la identidad venezolana. En el Instituto retoma su hija dilecta: la Revista Montalbán (1972). En los últimos dos lustros volvería a reconquistar los espacios de esta prestigiosa revista, con la que alguna vez, la biblioteca de la UCAB sostendría más de 500 canjes con otras publicaciones periódicas del mundo.

También, con su retorno a Caracas, las Academias volvieron a ocupar su preocupación. En 1996 había ingresado como individuo de número en la Academia Nacional de la Historia, que como él mismo decía, “era el único académico que llegaba a las sesiones en el metro”. En 2015 accede al sillón “A” de la Academia de la Lengua, sustituyendo al también buen amigo, el Dr. Ramón J. Velásquez. Debo resaltar su discurso de incorporación en esta última corporación académica, sobre una patria que siempre le fascinó, y de la que también soy conciudadano: La república de las letras. Ésta última, una comunidad de sabios cuyo pensamiento se desarrollaba más allá de las fronteras políticas y religiosas.  Sobre la historia de su condición como religioso de la Compañía de Jesús, volcó su preocupación en renovar y rescatar la identidad jesuítica histórica, la que tradicionalmente él admiraba cuando hacía la biografía de los hijos de Loyola que los predecedieron en la etapa colonial venezolana. Gilej, Gumilla, Schabel, etc., son nominativos de una serie de gigantes que dieron sus huesos para comprender y sentar las bases de nuestra identidad venezolana. Será la historia su pasión, a la que Del Rey no suelta ni la aborda con incuria. La crítica, y los estudios más recientes sobre su obra [véase Francisco Javier Pérez. «Bibliografía del padre José del Rey Fajardo S.J.”, en: Montalbán, N° 61, 2023, pp. 621-653] siempre resaltó que el trabajo más acabado y mejor escrito del padre fue su libro Aportes jesuíticos a la filología colonial venezolana (1971).

Como indiqué, serían cientos de tomos escribir toda la obra del padre José del Rey Fajardo S.J. Hoy, con su partida física, se transforma en un sueño de fe, en ideal de esperanza y cincel del más tesonero trabajo. Como él mismo alzó sus manos hacia los cielos, un 17 de diciembre de 2006, orando por un gran amigo fallecido ese día. Hago mías sus palabras pronunciadas en Valencia:

“(…) A un sueño no se le puede escribir un prólogo; un sueño es demasiado íntimo para convertirse en un género público. Pero los que comparten el sueño tampoco pueden escribir un epílogo porque su sueño puede convertirse en realidad. Y deseo concluir con la oración de una humilde santa:

Hay personas que no escuchan razones, son ilógicas y egoístas. Aún así, ámalas.

Si haces el bien, la gente te acusará de tener motivos ocultos y egoístas. Aún así, haz el bien.

Si alcanzas el éxito, conseguirás enemigos verdaderos y falsos. Aún así, alcanza el éxito.

El bien que hagas hoy será olvidado mañana. Aún así, haz el bien.

La honradez y la franqueza te harán vulnerable. Aún así, sé honesto y franco.

Lo que te tomó años construir podría ser destruido en un instante. Aún así, construye.

Muchas personas necesitan ayuda pero quizá te ataquen si las ayudas. Aún así, ayúdalas.

Da al mundo lo mejor que tengas y quizá te paguen mal. Aún así, da lo mejor que tengas (…)”.


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