Nuestro análisis se puede explicar desde un enfoque psicosocial. La sociedad venezolana, evidentemente, percibe, interpreta y reacciona ante la amenaza política de diversas formas inducidas por el gobierno nacional para frenar su proceso irreversible en su decadencia política/electoral.

El chavismo, como todo gobierno autoritario, desprecia la justicia desde sus orígenes y toma una postura opuesta a la comprensión de que para que haya una democracia plena tiene que haber también legitimidad de ejercicio, que significa gobernar con ciertos límites, respetando la multiplicidad de opiniones que existen en una sociedad.

Evidentemente, a los presidentes con tendencias autoritarias no les gusta el sistema de división de poderes ni la independencia de estos. Como estrategia, para avanzar en su ilógica, el gobierno de Maduro tiene a la Asamblea Nacional como un traje a la medida para legitimar lo inconstitucional, además de amenazas políticas, que germinan un tipo de violencia muy difícil de ver a simple vista, ya que son las propias estructuras psíquicas de las personas las que las hacen frágiles.

Lo que no razona o no quiere razonar Maduro es que la mayoría de los venezolanos ya no cree en sus discursos y menos que la compleja crisis país es causada por una «guerra económica» apoyada por empresarios apátridas, recibiendo órdenes del imperio norteamericano. En nuestros estudios de opinión pública se revela que 75,1% de los venezolanos está claro en que la guerra económica es solo una narrativa bien argumentada para soportar la aguda crisis. Es decir, Maduro inventó una “guerra económica” sospechosa incluso en su propio capital político.

Ante tanta escasez e ineficiencia, protestar en Venezuela hoy día es considerado traición a la patria. La consigna gubernamental es que no importa que se pase hambre, hay que mantener la revolución cueste lo que cueste. No obstante, la amenaza, la violencia y el miedo gravitan sobre la conciencia y la conducta de todos los venezolanos. Los gobiernos del comandante Chávez y Maduro modificaron la vida normal de la gente, han llevado a muchos venezolanos a niveles muy vulnerables y de miseria.

En nuestro país el régimen es supra, amenaza por encima del derecho y de las leyes, siempre apuntalado en la violencia estratégica. La agresión al adversario ya es práctica gubernamental común: los vejámenes a los dirigentes políticos detenidos en varios estados por protestar en contra de Maduro, la tortura psicológica a los presos políticos, las diversas violaciones de los derechos humanos, las continuas amenazas al pueblo por “infidelidad” electoral hacia el socialismo del siglo XXI, la negación de los bonos y los CLAP -juegos del hambre- a los que no apoyan el proyecto revolucionario, es todo un verdadero chantaje.

Nicolás perdió la calle, la popularidad, de acuerdo con nuestros números: está un poco por encima de 18,1%. La verdad es que se perdió la magia revolucionaria que los atornilló durante 22 años en Miraflores. En la dinámica del desgaste del poder emergió el desamor hacia un proyecto político que ilusionó pero no concretó los sueños de los que aspiraban a un mejor país. Es casi imposible llegar al final de una gestión con una opinión nacional en contra. El tiempo se le agotó al socialismo del siglo XXI, solo queda el delirio de mantener una revolución, pero a la fuerza.

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