Cuando me referí al fracaso ético de la Revolución cubana (M.26-7) fue como hablarle al aire o a la mata de mango de mi casa. ¡Nadie dijo nada! Yo sostenía y sigo sosteniendo que no resultaba ético darle vida y nacionalidad al “nuevo hombre” que nacía de una revolución que, como la cubana, se alimentaba de tres productos considerados por la Organización Mundial de la Salud como flagelos despìadados: el tabaco, el ron y el azúcar. Tres enemigos implacables, no obstante la risueña defensa de los tragos que esgrimía Marcelino Madrid cuando decía que más mortales que los tragos eran la mujer, un giro atrasado y una fabada asturiana.

Aun no se había desatado la eficaz campaña contra el humo de los cigarrillos que redujo el número de adictos a la nicotina. Pero son muchos los que continúan fumando y somos más los que le damos duro al ventarrón y a la guarapita y comemos con gusto las frutas en su estado natural, pero inexplicablemente le agregamos azúcar al jugo.

Pero este nuevo ser cubano, venido al mundo gracias a Fidel Castro y a los fusilamientos ordenados por el Che Guevara en tiempo de paz, nació atravesado o de nalgas porque los hermanos Castro y todo el contingente guerrillero que entró a caballo en La Habana aquel 31 de diciembre de 1958 y vio a Fulgencio Batista huir espantado pertenecen a esa fauna que muestra los feroces colmillos de quienes adoctrinan con el puño cerrado y el índice amenazando a sus víctimas. Un hombre nuevo obligado a obedecer al superior cada vez que lo escucha gritar: ¡Cuando dialogo no quiero que me interrumpan!

Las revoluciones pretenden dar a luz a un hombre nuevo, pero ese hombre nuevo es el mismo hombre de siempre: viejo, aturdido y decepcionado. La Revolución francesa guillotinó a los aristócratas por el solo hecho de serlo, pero también decapitó a algunos de sus fanáticos defensores sin percatarse que ella misma era la mas fanática. En un determinado momento, Simón Bolívar tuvo que enfrentar el dilema de ser un dictador y en China Mao Tse-tung acabó con el milenario emperador para sentarse él en el trono de su propia ideología. Fidel Castro hizo huir a Batista para que el mundo reconociera en él al nuevo hombre fuerte de Cuba, al nuevo dictador que un día dejó de fumar sus célebres habanos. Pero era tarde: Cuba ya se había hundido en el pantano de su revolución.

En el país venezolano una ridícula “revolución bolivariana” encabezada por Hugo Chávez, un militar de bajo rango, se resguardó en una  conducta descarada y vergonzosamente delictiva que destruyó las instituciones civiles, amasó personales y portentosas sumas de dinero, permitió que la corrupción invadiera todos los campos de la actividad política y eonómica, decapitó a la dirigencia cultural, reafirmó a militares deshonestos en posiciones relevantes sin tener aptitudes para ejercer una clara disposición ejecutiva y dejó que el cáncer colocara en su lugar, como desacertado sucesor, a un “hombre nuevo” viejo de alma, desconsiderado e incompetente.

Al carecer de ética los regímenes autoritarios y quienes se identifican con ellos se convierten en cómplices, seguidores o enchufados de la perversidad y del crimen.

Fue Bertolt Brecht quien puso en boca de Galileo la astuta y cínica frase de “comer primero y luego la moral”, pero a los comprometidos con el régimen militar venezolano solo les importa comer pantagruélicamente y embriagarse en festines que envidiaría el mitológico Dioniso, símbolo del desencadenamiento de los deseos mientras el hambre campea y el desamparo de una diáspora mantiene insomne y agobiada a nuestra geografia humana.

La ética es una parte de la filosofía que se dedica al estudio de la moral de los actos humanos. Un asunto delicado y extremadamente inasible. Lo que es inmoral para unos, no lo es para otros. Pero en el caso de los civiles y militares que hacen de las suyas desafiando y alterando a su antojo y beneficio propio los principios y valores constitucionales y atareados en el negocio de las drogas y en los contubernios del terrorismo islámico, no cabe duda de la inmoralidad de sus actos.

La campaña contra el humo ha sido enérgica, pero seguimos fumando, celebrando y degustando no solo el quesillo y el bienmesabe suficientemente azucarados sino las recetas de Scannone o las de Sonia Hecker concebidas para hacer y ser dulces.

Pero la Revolución cubana quedó atrás, maltrecha y desacreditada, perdida en el humo del tiempo viendo cómo se derrumbaban las profecías marxistas que aseguraban que el capitalismo estaba cavando su propia fosa cuando en realidad se trataba de todo lo contrario: cayeron sin estrépito las torres soviéticas y el muro de Berlín dejó de hundir en la indignidad a la mitad de la nación alemana. Mao Tse-tung es una memoria china fosilizada y el Vietnam salió victorioso de una sucia guerra contra el odioso imperio norteamericano para convertirse en un triste país maquila. Cuba, parásita durante largos años de la Unión Soviética sigue estropeada pero regocijada por la inesperada y persistente generosidad de Hugo Chávez llamado el manirroto y de su sucesor el inefable mandatario más inepto que se ha asomado al balcón de la historia.

Si cabe algún mérito a Fidel Castro es el de haberse apropiado de Venezuela sin necesidad de ser aquel intrépido guerrillero que afirmó que la historia lo absolverá.

¡Al igual que Chávez, murió sin saber que la historia no va a absolver a ninguno de los dos!


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