A medida que transcurre la horripilante devastación rusa en Ucrania, con el exterminio de miles de inocentes indefensos y la destrucción masiva de la infraestructura del país, crece, a un ritmo pujante y más que justificado desde el punto de vista humanitario, la presión pública internacional en favor de una intervención directa de las fuerzas de la OTAN.

No es fácil para los líderes occidentales convencer al mundo sobre los supuestos “costos menores” de su inacción, viendo la impune masacre detrás de la barrera, en comparación a lo que consideran serían las consecuencias incalculables que traería consigo la incursión de tropas de la Alianza en suelo ucraniano. Muchos lo llaman el detonante perfecto de la Tercera Guerra Mundial.

Lo cierto es que hasta ahora Putin encarna cada día más a ese asesino que, apuñaleando a su víctima a plena luz del día, voltea con su mirada de lobo feroz, amenazando a cualquiera que se atreva a hacer justicia con el mismo destino fatal.

El miedo de los impotentes testigos aumenta la codicia y confianza del que se siente poderoso.

Pero, es posible que Vladimir Putin no las tenga todas a su favor. Que esa determinación que exhibe al mundo es una simple fachada que esconde detrás nada más y nada menos que su incapacidad de haber alcanzado el objetivo originalmente propuesto: la toma fácil y sin resistencia de Ucrania, como primer paso de su delirio imperial.

A pesar de la destrucción y muertes que han dejado tras de sí las fuerzas de ocupación rusas, existen signos que pudieran estar indicando graves complicaciones logísticas y operativas en el terreno que seguro están metiendo a Putin en un callejón sin salida.

El tiempo transcurrido desde el primer día del asalto (24 de febrero) con unas fuerzas de resistencia ucranianas (civiles y militares) muy lejos de claudicar y más bien con una extremada alta moral patriota, ha obligado a los estrategas del Kremlin a replantearse, en el curso de las acciones bélicas, nuevos enfoques tácticos y estratégicos, que permitan mayores avances.

Atendiendo a fuentes de inteligencia occidentales, existe un cuadro general que muestra la ausencia de un progreso sustancial sobre el terreno, especialmente de las líneas del frente, que viene acompañado de numerosas bajas humanas y de equipos militares rusos, y deficiencias en las líneas de suministros y municiones, factores estos que, según, han reforzado la baja moral de las tropas. Bien se podría decir que el fuerte de las operaciones militares rusas en Ucrania descansa primordialmente en los ataques con misiles y artillería que han dejado una imagen caótica y de destrucción con la que se pretende mostrar la invencibilidad de la empresa bélica de Vladimir Putin.

Lo que ocurre en el terreno 

Como parte de su narrativa de guerra propagandística, la cúpula militar rusa ha querido hacer ver el pasado fin de semana, que ya ha completado satisfactoriamente “los principales objetivos de la primera fase de su operación”, y que entre sus planes inmediatos está concentrarse en la toma definitiva de las regiones separatistas de Donetsk y Lugansk, en el este fronterizo con Rusia. Respecto a esto último, llama la atención que, a estas alturas de la guerra, ese objetivo no haya sido todavía alcanzado, a pesar de que la supuesta “defensa y liberación” de esa área geográfica del Donbás, representó el justificativo primario que dio inicio a la invasión de Ucrania.

Por otra parte, el Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW, por sus siglas en inglés), una de las instituciones más prestigiosas en el análisis de los conflictos –y en contraste con la publicidad del Kremlin– ha señalado que “las fuerzas ucranianas han derrotado la campaña inicial de esta guerra”, con lo que la contienda bélica habría llegado a “un punto muerto”.

Cierto es que objetivos claves concebidos por Rusia desde el inicio del conflicto, como la toma de Járcov (segunda ciudad más importante de Ucrania), el unir la región de Donbás con la ciudad portuaria y estratégica de Odessa a lo largo del sur de Ucrania, aparte de la joya de la corona que no es otra que la toma efectiva y definitiva de la capital Kiev, aún no se han concretado. Y es en medio de este forcejeo que Rusia sigue intentando reconstruir su fuerza ofensiva, replegándose a lo largo del cordón fronterizo que va desde Chernóbil, pasando por Kiev, Cernígov, Sumy, Járcov, hasta llegar a Lugansk y Donetsk, y más abajo en Mariúpol, en el mar de Azov, y Jérson, en el mar Negro, donde se escenifican importantes combates.

Las relativas debilidades mostradas por las fuerzas de ocupación rusas y la tenacidad de la resistencia ucraniana perfilan el escenario de un conflicto que puede prolongarse de manera indefinida en una guerra de desgaste, lo que pudiera ser indicativo –como dicen algunos expertos en temas militares– de que Rusia estaría alcanzando el punto culminante de su capacidad ofensiva convencional.

Estamos en presencia de un momento de real disyuntiva para Occidente. Muchos se preguntan si no sería la oportunidad de considerar seriamente propuestas como el establecimiento de una zona de exclusión aérea o una fuerza de paz multinacional en territorio ucraniano. Después de todo, el desenlace mayormente deseado es el de una paz negociada, para lo cual es primordial garantizar un posicionamiento de fuerza desde el cual Zelenski y sus aliados occidentales puedan disuadir a la parte agresora.

La prueba de que Vladimir Putin teme por igual o más a una confrontación directa con Occidente es el simple hecho de aceptar que los miembros de la Alianza Atlántica puedan proporcionar suministros militares a Ucrania. ¿Es que acaso ello no significa la implicación casi directa de las democracias europeas y de Estados Unidos y Canadá en el conflicto? Desde ese punto de vista la guerra entre Rusia y la OTAN comenzó desde el mismo momento de la invasión el 24 de febrero, y desde mucho antes, cuando la Alianza decidió expandir sus fronteras hacia el este de Europa.

Mientras tanto, la tesis Atlántica de mantenerse al margen del conflicto sin involucrarse directamente con el envío de tropas y la perspectiva de una guerra de desgaste, seguirán cobrando centenares de miles de vidas inocentes ante la mirada impotente del planeta.

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