Dicen que la humanidad escribe su historia para no olvidarla. Aprender de los aciertos y errores de quienes la han protagonizado sería un gesto de sabiduría pero el ser humano, al parecer, se empeña en no hacerlo. Quizás, como ocurre con las mujeres enamoradas de un hombre maltratador, los habitantes de algunos países de América Latina creen que las cosas serán mejores teniendo gobernantes de izquierda. Pero no. No es así, y la historia lo grita, lo ha dicho una y otra vez, lastimosamente la sapiencia de su voz sigue sin ser escuchada.

Chile y Bolivia convulsionan extrañamente y casi al unísono se sumergen en una violenta destrucción con movimientos orquestados que dan mucho en qué pensar. Venezuela también sufre, pero en este momento lo hace en estado catatónico. Pareciera que América Latina se dirige mansamente hacia un suicidio colectivo y a mí mente, viene una historia que muchos deben recordar y que ocurrió años atrás en la Guyana Esequiba, al noroeste de América del Sur.

Un predicador, Jim Jones, locuaz, demente, carismático y convincente, logró manipular a los miembros de la secta estadounidense que él dirigía. Fue así como 918 integrantes del Templo de los Pueblos, se quitaron la vida ingiriendo cianuro. ¿Qué tiene que ver esto con algunos países de América Latina? Que, salvando las diferencias, podemos extrapolar lo ocurrido con nuestro problema actual. Allí hubo un dominio psicológico: se cautivó al individuo y se sembró en él una visión distorsionada de la realidad, logrando conductas irracionales y la pérdida de la voluntad, siempre bajo la premisa del engaño, de falsas ideologías y promesas. Jim Jones logró su meta: poder, dominación y exterminio. Lo que nuevamente corrobora que un demente locuaz, tal y como pudimos apreciar en la película Joker, puede transformarse en un líder a seguir, sacar lo peor del ser humano, estimular la locura colectiva y conducir a la destrucción.

Ante nuestros ojos, la democracia está siendo asesinada. El poder destructivo y el caos parecen querer instaurarse en Chile. Un grupo de vándalos devasta el patrimonio de la nación y literalmente hacen arder al país, permitiéndole al demonio del comunismo que se apodere del alma democrática. Lo malo es que cuando el diablo está adentro, y en Venezuela lo sabemos muy bien, se posesiona y es difícil sacarlo. Los exorcismos no son fáciles.

El efecto multiplicador de conflictos desatados en un importante número de países de América Latina, ha cobrado vidas humanas, además de daños materiales y morales. El número de presos políticos se incrementa de manera vertiginosa y el caos, el desconcierto, las revueltas y la destrucción, están a la orden del día. Pareciera que Cuba, Venezuela y Corea del Norte son dignos ejemplos a seguir en un acto de torpeza que no tiene justificación, tal vez la palabra estupidez logre ser una excusa para encontrar una razón al sin sentido de lo que está ocurriendo.

Escribo partiendo del dolor y la indignación de cualquier demócrata que no comprende por qué, en pocos días, el mundo olvidó  lo que sucede en Venezuela y lo que ha ocurrido en países donde el comunismo se ha instaurado. Es como si de manera irresponsable una sociedad, hasta ahora libre y próspera, quisiera sumar un incalculable número de víctimas a un despiadado ejército de destrucción, donde la dominación y la barbarie son palabras claves para el éxito de la izquierda porque, sí, es verdad, las clases sociales se igualan, pero hacia abajo, hacía la manipulación ideológica, la miseria, la sumisión y la destrucción.

Sólo nos queda rogarle a Dios que el mundo abra los ojos y que se dé cuenta de que la democracia está al borde de la muerte. Si esto no ocurre, si no reaccionamos ahora que aún estamos a tiempo, América Latina se quedará sin futuro, sin tierra para amar y crecer. Por duro que suene no habrá ni siquiera un sitio hacia donde huir porque, si sobrevivimos, deambularemos cual zombies sin patria, poseídos por la tristeza y la miseria que producen regímenes comunistas y apocalípticos donde la esperanza, la libertad y los sueños, no tendrán sentido.


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