Demasiado tiempo llevamos esperándolo todo del Estado para vivir bien. Y eso ha sido, como se ha demostrado en los países socialistas y tiránicos, un rotundo fracaso. Tener esa actitud, hecha incluso filosofía de gobierno, ha llevado a muchos países al desastre.

En el tejido de la sociedad se entrelazan dos fuerzas en apariencia opuestas, pero igualmente esenciales. Estado rector e iniciativa privada. Dos esferas, con funciones y agendas, que forman la columna vertebral de cualquier economía y sistema político. Sin embargo, la dinámica entre ambas ha sido históricamente compleja y, en ocasiones, tensa, que al retarse a sí mismas, colocan las bases para un futuro prometedor.

La búsqueda constante de progreso y desarrollo, la relación entre ambos, es un factor crítico para el crecimiento económico y social de una nación. ¿Cómo estos dos actores, en lugar de competir o chocar, pueden trabajar de manera simbiótica para alcanzar metas ambiciosas que beneficien a la sociedad en su conjunto? Tema que trasciende fronteras y se vuelve relevante en un mundo pospandémico que exige soluciones innovadoras y colaborativas.

El Estado rector, representado por el gobierno y sus instituciones, son de vital importancia. Debe ser transparente en su gestión y responsable en el uso de los recursos públicos. Su función principal, ser garante del bienestar común, asegurar justicia, seguridad y bienestar de sus ciudadanos; regulación de sectores claves de la economía, dirección de una sociedad, provisión de servicios públicos esenciales, y promulgación de políticas que fomenten el desarrollo sostenible. Pero, cuando se reta a sí mismo, busca mejorar, ir hacia la excelsitud, evaluando constante la crítica de su eficiencia y transparencia, así como, los desafíos cambiantes, que significa, agilidad y capacidad de respuesta a las necesidades de la sociedad.

La iniciativa privada, representa creación y eficiencia económica. Las empresas y emprendedores buscan crear productos y servicios que satisfagan las demandas del mercado, generando riqueza y empleo en el proceso. Y cuando se desafían a sí misma, busca la excelencia en su campo, impulsando la competitividad y calidad. La innovación es motor clave del empuje privado. Las compañías que se retan a sí mismas, son pioneras en la adopción de nuevas tecnologías y prácticas sostenibles, que las benefician e impactan positivo en la sociedad al establecer soluciones efectivas y eficientes.

La relación entre ellos se percibe como una lucha por el poder e influencia. Si bien tienen objetivos distintos, su cooperación puede generar un efecto sinérgico que impulse el desarrollo sostenible y se transfigure en colaboración fructífera.

Un Estado autocrítico dispuesto a flexibilizar regulaciones innecesarias, eliminar la burocracia excesiva, mejorar la infraestructura, garantizar servicios públicos de calidad, promover un entorno empresarial saludable, brindar seguridad y equidad, fomentando la inversión. Por su parte, los privados se esfuerzan por operar de manera ética, respetar el medio ambiente, tratar a sus empleados de manera justa, ser socialmente responsables y contribuir positivamente a la comunidad. Y ambos, abordar desafíos globales como el cambio climático, desigualdad e inseguridad económica de manera más efectiva, coexistiendo de manera armoniosa, e impulsando un futuro prometedor para la sociedad. La colaboración entre estas dos fuerzas, en lugar de la confrontación, es el camino hacia un mundo más justo, próspero y sostenible.

El mundo enfrenta provocaciones cada vez más complejas y la cooperación es esencial para construir un futuro mejor. El Estado ha sido siempre, desde tiempos antiguos, un ente enredado, pesado, oscuro, lento e injusto. Sólo sirve para la rectoría general, que supone garantiza el bienestar de la ciudadanía. Pero esa dicha, debe ser creada, establecida e instaurada por los ciudadanos.

En Venezuela se observa la posibilidad cierta de un cambio serio y responsable, generado por la resignación de la ciudadanía habituada a esperar que el Estado resuelva. Sin embargo, incumplió, se burló y defraudó; su capacidad adormecida, costosa y poderosa se organizó para provecho de bandidos oportunistas, enchufados y delincuentes, asociado al fracaso estatal que ha llevado a la pobreza y el hambre.

Es hora de cambiar, es tiempo que los ciudadanos exijan al Estado y no el Estado a ellos. Época que de verdad los venezolanos hagamos país, con nuestras propias destrezas y pericias; y que el Estado se dedique exclusivo a garantizar esas habilidades.

El empleado público de prácticas éticas que rinda cuentas debe ser adecuadamente remunerado por su responsabilidad y experticia, no para mandar sino ejecutar. Para que los ciudadanos podamos tener y hacer el país que merecemos, no el que nos den.

@ArmandoMartini


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