Como todas las tardes, mi abuelo se encontraba en el mostrador de su tienda de productos eléctricos en Valera, en el estado Trujillo. Desde que había comenzado la Segunda Guerra Mundial su fuente de noticas directa era un conocido de origen alemán, que cada día al final de la jornada pasaba por el frente del local y le informaba de los acontecimientos en Europa. Cuando de niño escuchaba esta historia me imaginaba al europeo vestido de blanco, con sombrero, de alta estatura y delgado, y siempre con una mirada misteriosa, y su acento tosco de un español dominado gramaticalmente a la perfección. Era, de acuerdo con mi imaginación infantil, un espía que vivía en los Andes.

Las noticias que este hombre contaba eran muy variadas, pero mi abuelo siempre resaltaba en la que le iba contando de los avances de Hitler en Europa. “Boscán, ya invadimos Polonia”, le decía a mi abuelo; “Boscán, ya invadimos Dinamarca”, “Boscán, ya invadimos Noruega”, y así uno tras otro iba relatando los avances del ejército nazi en aquel año de 1940. Mi abuelo, que era de La Cañada y muy bromista, un día cuando el alemán le dijo “Boscán, ya invadimos Francia”, le preguntó “¿Y cuando invaden Venezuela?”. Con la mayor naturalidad del mundo el hombre alto en traje blanco lo miró con calma y le respondió: “Boscán, a Venezuela la invadimos con una llamada telefónica”.

Esta anécdota contada una y otra vez en la familia es una ilustración perfecta de la posición de Venezuela en la geopolítica mundial, antes y ahora. El país, como muchos otros, ha tenido siempre un papel marginal en la gran escena mundial de la política, y de los conflictos que se derivan de la lucha por la hegemonía entre las grandes potencias. En el mejor de los casos en algún momento pudo generar cierto interés por el acceso al petróleo, y si bien hoy eso siguen siendo un factor, la realidad es que entre la mayor autonomía energética de Estados Unidos y la inestabilidad del país le han restado a Venezuela importancia estratégica.

Pero más allá de su importancia relativa, lo más relevante es que desde el punto de vista geopolítico la Venezuela republicana siempre ha estado tutelada por alguna potencia extranjera. Particularmente durante el siglo XX la influencia de Estados Unidos en el país es indiscutible, luego el siglo XXI se vio un cambio de tutelaje, primero marcado por los cubanos, y luego de manera menos evidente por Rusia y China. Este hecho, más unas Fuerzas Armadas que realmente no están (ni estuvieron) listas para participar en los conflictos de escala mundial, hacen que la conquista telefónica del país sea un mal chiste con algo de verdad.

Hoy vuelven a sonar los tambores de guerra en Europa, o al menos eso hacen creer algunos de los involucrados. En plena tensión diplomática, donde cada carta jugada se hace de forma calculada y esperando ganar terreno, se ha asomado la posibilidad por parte de Rusia de usar a Venezuela y Cuba como comodines. Esta táctica muy propia de la Guerra Fría busca evitar la confrontación directa entre las potencias, para ello trasladan el conflicto a otras zonas donde este se puede desarrollar con menor intensidad, y menores consecuencias directas sobre los verdaderos protagonistas. Pero el mundo ha cambiado desde aquella época de espías.

Hoy la movilización de tropas rusas al trópico, y particularmente a Venezuela, no luce como algo realmente factible. Las razones son diversas, pero bastan dos, por un lado, Rusia no es la Unión Soviética, sus recursos son más limitados y debe enfocarse en zonas prioritarias, como por ejemplo la frontera con Ucrania. La segunda razón es que le es más fácil y económico desestabilizar la región vía remota (a través de la llamada “guerra híbrida”) y así ocupar a Estados Unidos en su patio trasero, particularmente con los problemas derivados de mayor presencia del crimen organizado y la migración masiva. Dicho de otra manera, Rusia puede usar a Venezuela a su favor con “una llamada telefónica”.

@lombardidiego


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