Desde que Venezuela emprendió su lucha independentista por el siglo XVIII, lo hizo con un afán de cambio; desde ese primer momento histórico a la fecha, nuestro país nunca ha renunciado en su incansable búsqueda de cambios. Pero si somos honestos, los mayores problemas son de modelos enfocados en un verdadero sistema democrático, económico, cultural y mental.

Para muchos especialistas en macroeconomía, Maduro no quiere entender la etimología de la palabra crisis, actúa de manera irracional, incluso en contra de sus propios intereses del proyecto político/legado de Chávez. Sin temor a equivocarme vivimos tiempos muy complejos, violentos, dentro de una guerra no de ganar-ganar sino de perder-perder, de desgaste, en la que el que tiene todo que perder es el propio Nicolás y su proyecto revolucionario.

Es irrefutable la amenaza política que se fabrica desde Miraflores, es decir desde el poder. Foucault dice: “Todo poder es un modo de acción de unos sobre otros. Se ejerce el poder cuando unos individuos son capaces de gobernar y dirigir conductas. Conducir conductas implica gobernar, y gobernar constituye la forma más acabada del poder”. El poder como gobierno no resiste en el tiempo la idea de un sometimiento absoluto en la conducta de la gente; en contradicción, el poder revolucionario se enfrenta a sus propios límites o decadencia, como la posibilidad de que germine con contundencia la rebeldía del todo social, convocando el rescate del voto como sustancia significativa de toda democracia.

Lo cierto es que Maduro está atrapado en su propia incompetencia; este país bajo su conducción perdió toda posibilidad real de convertirse en un territorio de progreso, justicia y calidad de vida, realidad apuntalada con todos sus recursos naturales y económicos, toda una potencia y no de frase política o electoral, esta situación convoca a la reflexión sobre nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro inmediato. Sin embargo, pocos son los aportes de la oposición, esta solo se desliza en la confrontación diaria en la política con logros, pero sin resultados.

Venezuela vive dentro de un agotamiento de fórmulas gubernamentales centradas en el populismo estratégico, ante un ciudadano que se identifica más con un escenario de cambio de gobierno a través de la vía democrática y constitucional de unas elecciones generales. Una alternativa para resolver el problema político inmediato frente a un discurso ideológico trasnochado, sin visión de futuro, aburrido y repetitivo, que es rechazado de forma casi unánime por parte de 81% de los venezolanos. La situación del país está conectada a una crisis económica en ascenso por ahora indetenible, como consecuencia de un modelo económico reconfigurado sobre la base de un incomprensible neomarxismo, articulado en su dinámica con la aproximación a la ingobernabilidad y la corrupción, teniendo como consecuencia inevitable el fracaso en lo económico y social.

Caracterizando nuestra crisis de gobernabilidad democrática, se revela que tiene muchos entramados y potenciados por la ausencia de decisiones de las instituciones para solucionar democráticamente los conflictos localizados y que ponen en evidencia las tensiones existentes entre los requisitos de la democracia y los de la gobernabilidad.

Nicolas Maduro sigue gravitando nacional e internacionalmente en busca de más oxígeno a través del diálogo o diálogos inducidos, renunciando a ver el “bosque” de la crisis económica y política que transita el país… Lo grave es que el futuro Venezuela es abstracto, Maduro prefiere seguir siendo interpelado negativamente por el pueblo, no se inmuta, mantiene la antipostura democrática. En lugar de comprender de forma objetiva la naturaleza de la crisis, convoca la urgencia de elecciones generales…“El país tiene que salir de este abismo”… cada minuto, hora, día, mes cuenta en las reconfiguraciones y posturas que pueda tomar un pueblo abrumado por una situación política y  económica que perturba la paz y la tranquilidad que debe tener todo ser humano.

Evidentemente, la salida es político-electoral, en democracia y sin violencia. Ei Estado se tiene que recomponer. No obstante, ese primer paso está conectado a una elección general, para renovar las estructuras políticas y jurídicas en todos los poderes públicos.

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