La experiencia que acaban de vivir Stalin González y Gustavo Marcano infunde tristeza y horror. Ello no es más que un producto del estado de encrespamiento que se vive en el ámbito político. Siendo ambos muy jóvenes cuando Hugo Chávez Frías gobernaba a solaz, sobre la cresta de la ola, irrumpieron en el escenario político y se hicieron conocer por todo el país. Ninguno de los dos tuvo duda en defender los principios de la democracia en un momento en que eran amenazados con brío y violencia.

Como resultado de sus luchas, González ha sido electo dos veces como diputado a la Asamblea Nacional, desempeñándose actualmente como primer vicepresidente de dicho órgano. Por su lado, Marcano conquistó la importante Alcaldía de Lechería, en el estado Anzoátegui, la cual tuvo que abandonar en 2017 por decisiones politizadas del Tribunal Supremo de Justicia que lo obligaron a exiliarse en Estados Unidos. Actualmente el ex alcalde se desempeña como ministro consejero de la Embajada de Venezuela en Estados Unidos.

De acuerdo con la información que registraron algunos medios de comunicación, Stalin González viajó a Washington para reunirse con miembros de una fundación de demócratas y con aliados de diferentes países. Ambos encuentros estaban dirigidos a generar apoyos a favor de Venezuela. Nada de extraño tiene que, por su elevada posición política y su condición de ciudadano de un país de grandes peloteros, le hayan obsequiado un boleto para la zona VIP del Nationals Park, sede de los Nacionales de Washington, donde se llevó a cabo el cuarto juego de la serie de campeonato de la Liga Nacional de Beisbol en Estados Unidos. Entiendo que similar muestra de cortesía se le hizo también a Marcano. Se trató pues de un evento con fines recreativos y sin propósitos pecaminosos, cuya única singularidad fue el alto costo de las entradas, el cual no le fue cargado al erario público. Este último aspecto es muy importante tenerlo en cuenta.

Pero hay que reconocerlo: como el ánimo de los venezolanos está bastante afectado por la terrible crisis política y económica que padecemos, la vasta pradera de la opinión pública se colmó de dimes y diretes a través de las redes. Así, mientras la mayoría de los participantes en la refriega atacaron con dureza a Stalin, este tuvo defensores de lujo: el abogado, académico y político Ramón Guillermo Aveledo (“De haber podido, me hubiera encantado ir a un juego de la semifinal de Grandes Ligas. Mi apreciado y valiente Stalin González pudo. Me alegra”); el escritor, internacionalista y abogado Francisco Suniaga (“A Stalin su trabajo –98% del tiempo en Venezuela, jugándosela a diario contra el chavismo– lo trajo a Washington y aprovechó para ver un juego de beisbol. La oposición descerebrada lo ataca por eso. El denunciante vive en DC y también fue, pero él sí ‘con derecho’, al juego. Qué bolas”); y el empresario, ingeniero industrial y político Jorge Roig (“Stalin_González tiene derecho de asistir a un juego de beisbol de Grandes Ligas donde están dos venezolanos después de muchos años de dejar el pellejo en Venezuela”).

Respeto la opinión de los que cuestionan la conducta de Stalin González y Gustavo Marcano, pero disiento de ellos por no considerar para nada los grandes sacrificios que los dos líderes políticos han tenido que hacer para llevar a cabo su incesante lucha en contra de un régimen destructor e insensible como el que hoy tenemos en Venezuela.

A manera de colofón no está demás rememorar el Nuevo Testamento y, en especial, un hecho notable que quedó registrado en los cuatro evangelios escritos por Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

Seis días antes de la Pascua fue Jesús a Betania, donde estaba Lázaro. Allí le sirvieron una cena. En ese momento María tomó un ungüento de nardo legítimo, de gran valor, ungió los pies de Jesucristo y los enjugó con sus cabellos. Uno de sus discípulos dijo: ¿Por qué este ungüento no se vendió en trescientos denarios y se dio a los pobres? Jesús entonces, respondiéndole, le dijo: ¿Por qué molestas a esta mujer, siendo buena la obra que ha hecho conmigo? A los pobres los tendrán siempre a mano, pero a mí no me tendrán siempre.

Sin duda, todo ser humano merece y tiene derecho a un momento especial; con más razón los que se sacrifican y trabajan por el bienestar de las grandes mayorías.

 


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