El Día de San Valentín ha sido la fecha escogida para varias masacres, como la que ordenó Al Capone en Chicago en 1929

Pude destinar este espacio a llover sobre mojado en torno a la última felonía del aquiescente poder judicial rendido a los pies de mazodando. Me refiero, lo habrá inferido el lector, al inaudito y furtivo remate judicial, mediante el cual el tribunal tercero de primera instancia, civil, mercantil, de tránsito y bancario del área metropolitana de Caracas, a cargo de la jueza Lisbeth del Carmen Amoroso Hidrobo (hermana del contralor Elvis Amoroso), adjudicó, el pasado 27 de enero, la sede del diario El Nacional al poderoso triunviro bolichavista, pero abundar en tal arrebatón es correr el riesgo de perder la compostura. Despachemos el asunto como un robo descarado, ¡otro más!, y sin duda transitorio, porque un régimen cuya soberanía fue cedida a Cuba —madre patria por adopción de Hugo Chávez y Nicolás Maduro— y su economía a chinos, rusos, turcos, iraníes y delincuentes de cuello blanco, cual Alex Saab, no puede eternizarse en el poder solamente con desearlo: en algún instante llegará el  ¡no me lo calo más!; sí, el ansiado, esperado e inevitable momento de encontrar en la bajadita a los destructores de la República y hacerles saldar cuentas con la justicia verdadera, la encarnada en una adusta dama con venda, espada y balanza, sin trapos rojos ni bandera tricolor. Tuve también la opción de abordar la ejecución sumaria del Koki, o la creciente cesión territorial a elenos y faracos disidentes y el reclutamiento forzado de indígenas en la selva venezolana por parte de esas fuerzas de ocupación consentida; sin embargo, preferí bajar el tono. Recordé una sardónica frase de Chesterton —«el periodismo se reduce a decir Lord Jones ha muerto a gente ignorante de su existencia», cito de memoria— y, a partir de ella, entonces, voy a reseñar algunas efemérides a celebrar o lamentar ayer, hoy y mañana.

Hoy domingo 13 de febrero es un día emparedado entre dos importantes celebraciones: el Día de la Juventud, ayer; y mañana, el Día de los Enamorados (o del Amor y la Amistad). Este se festeja al amparo de san Valentín, fraile casamentero tal vez forjado en el imaginario popular del medioevo —paradójicamente, el 14 de febrero de 1969, el papa Paulo VI dispuso excluirlo del santoral católico junto con otros 33 santos de improbada existencia, entre ellos Jorge, Bárbara y Cristóbal—, cuyo nombre se asocia a unas cuantas escabechinas, perpetradas en fecha como esa.  La más atroz y remota fue quizá la consumada en 1349 en la disputada ciudad de Estrasburgo, donde más de 2.000 judíos (hombres, mujeres y niños) ardieron en sus casas de un ghetto incendiado por fanáticos cristianos; la más célebre, no obstante, es probablemente la muy cinematografiada acaecida en Chicago el segundo jueves de febrero de 1929, cuando dos secuaces de Al Capone, disfrazados de policías, asesinaron a 5 miembros de la banda de Bugs Moran y a un médico mirón sin arte ni parte en la refriega. En una exploración superficial en Internet, con la guía del sabelotodo Dr. Google, se encontrarán numerosas matanzas llevadas a cabo el día consagrado a exaltar el amor, llamadas indistintamente masacres de San Valentín. No pretenden estas líneas inventariarlas. Solo agregaremos una, la cometida por la aviación norteamericana durante la Segunda Guerra Mundial (1945): el bombardeo de Praga confundida con Dresde, a causa de un inexplicable e incalificable error.

Si nos atenemos a los hechos, la fecha en cuestión se corresponde mejor a las muertes violentas y no al sublime invento de los trovadores del siglo XII o de Petrarca — ¡cuidado con una ridiculez!—, quien a juicio de Bryce Echenique lo imaginó tal como lo conocemos hoy.  ¿Especulación tremendista de un escritor con sentido del humor? No lo sé, pero hay mucho de libresco en el amor y gracias a los libros supimos de Abelardo y Eloísa, de Romeo y Julieta, de Florentino Ariza y Fermina Daza; o del accidentado romance de Isabel Segura y Diego Mancilla, los amantes de Teruel. Alonso Quijano lo descubrió en narraciones de caballería para idealizar e inmortalizar a una campesina manchega de nombre Dulcinea. Han sido demasiadas las tragedias asociadas al presunto monje inspirador, conjeturo, del Fray Lorenzo de William Shakespeare. Tal vez por ello, y me mantengo en el plano de las conjeturas, subyazca en el Día de los Enamorados, a pesar del love marketing, alguna terrible maldición. Ocupémonos de ayer.

El Día de la Juventud, como aprendimos al caletre en la Historia de Venezuela del Hermano Nectario María (HNM), conmemora la participación y triunfo en la Batalla de La Victoria de un contingente de estudiantes, entre ellos 85 alumnos del Seminario de Santa Rosa de Lima de Caracas, liderado por José Félix Ribas. El 10 de febrero de 1947, la asamblea nacional constituyente decretó el 12 de febrero como Día de la Juventud en Venezuela. Desde entonces, la ocasión ha sido calva pintada para manifestaciones y protestas estudiantiles, y adquirió singular relevancia en los ominosos 22 o 23 años de dominación roja. En 2014, jóvenes de todo el país elevaron el volumen de sus protestas ante la agudización del drama nacional y el inocultable sesgo dictatorial del régimen. Las movilizaciones fueron enlutadas por la despiadada represión de los esbirros de Maduro, quienes asesinaron, entre un número todavía no determinado de manifestantes, a Bassil da Costa, Robert Redman, Génesis Carmona, Geraldine Moreno, e hirieron y detuvieron a centenares de participantes en los asimétricos enfrentamientos de la histórica jornada.

Al margen del dispendioso reclutamiento de adherentes tarifados a fin de escenificar un ilusorio respaldo juvenil al Sr. Maduro, el psuv suele poner a las órdenes de toda suerte de vagos y maleantes autobuses, miche, mondongo y algunos cobres a modo de gratificación por el apoyo recibido. Ayer, sin rubor ni mesura y con exceso de solemnidad,  se repitieron seguramente  los panegíricos al uso de la troika gobernante, ostentando el patriotismo postizo e insoportablemente cursi, definido asertivamente por el Dr. Johnson como «el último refugio de los canallas» —Boswell, en su biografía del gran hombre (La vida del doctor Samuel Johnson), previendo manipulaciones y descontextualizaciones, precisó que la sentencia aludía al exacerbado nacionalismo en tanto coartada de felones orientada a privilegiar sus intereses—. De allí la importancia que, para los fementidos bolivarianos, tienen los episodios de la gesta emancipadora: ellos   prefigurarían su accionar; ayer, seguramente, hubo fárragos discursivos del jefe civil y algún tipo de representación del folklore castrense  con relación a lo acaecido en La Victoria el 12 de febrero de 1814. ¡Basta de pasado! Pasemos a revistar el presente.

Hoy, 13 de febrero, es Día Mundial de la Radio, homenaje anual oficializado por la Organización de las Naciones Unidas en 2012 «al medio informativo más emblemático y dinámico de nuestro tiempo, al margen de los avances y el desarrollo de los nuevos sistemas de comunicación aparecidos en el último siglo». Asimismo, es el Día Internacional del Soltero, enaltecimiento, supongo, no solo del celibato —y el onanismo, habría procazmente sugerido Marcelino Madriz—, sino de otros estados civiles asociados a la soledad (divorcio, viudez). Se festeja principalmente a través de las redes sociales, porque Internet, ¡cómo no!, motiva las citas a ciegas. En tierra de gracia pasa por debajo de la mesa. Y no debe extrañarnos, porque aquí probablemente solo los conservacionistas sepan de la fundación los días 13 de febrero de 1937 y 1974 de los parques nacionales Henri Pittier y Laguna de Tacarigua. Y mucho menos de la instauración, en 1992 del Día Nacional del Guardaparques. Tales hitos importan porque el mundo ha cobrado conciencia de los peligros inherentes al calentamiento global y el cambio climático. En este sentido, es hoy día para amar y protestar. Amar a la naturaleza y protestar contra quienes con su arrogancia e insolencia la atropellan con fiestas en lo alto de un tepuy, la urbanización desenfrenada del archipiélago Los Roques o la depredación del Arco Minero, para citar apenas tres ejemplos y no entrar en honduras. Y hasta aquí llegamos: no es un domingo muy distinto a los demás; empero, como se cumplen 155 años de su estreno en Viena,  invito al lector a escuchar y bailar An der schönen blauen Donau op  (en el bello Danubio azul), el  pegajoso vals  compuesto por Johann Strauss (hijo), utilizado por Stanley Kubrick en una magistral secuencia de 2001: Odisea del espacio, exactamente un siglo después de la performance  austríaca.  Y se acabó la tinta y se agotaron las palabras. Hasta el próximo domingo, si el bellaco no se ha apropiado aún de nuestro website.

 


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