Recientemente, el país conmemoró el Día de las Madres, pero lo hizo con inmenso dolor y desesperanza. Ese día se hizo presente la solidaridad humana con las madres de hijos presos, asesinados, desaparecidos, detenidos, exiliados, torturados y vejados por la vesania gubernamental y el hampa común. Fue un día lleno de lágrimas, nostalgias, tristezas, rabia e impotencia. Desde que el golpista y sus cómplices tomaron el poder en Venezuela, esa celebración conjuga la alegría del reconocimiento al inmenso amor y entrega de las madres a sus hijos, con el dolor que estas padecen por las crueles vicisitudes que actualmente los afectan. El régimen que se autoproclama hacedor de la mayor suma de felicidad posible, con sus despropósitos irracionales, es el responsable de miles de muertes y desolación y del lúgubre y tenebroso ambiente de represión y tortura que hoy ensombrece la vida del venezolano.

El régimen, con sus insensatas acciones, a través del tiempo, ha provocado el recrudecimiento de la protesta ciudadana y el enfrentamiento entre disidentes y las fuerzas represivas, regulares e irregulares, de las que se vale el gobierno para golpear, atemorizar y disuadir, sin contemplaciones, a los que protestan. El gobierno, desesperado por el creciente rechazo de la opinión pública a su gestión trata de evitar que sus falencias y equivocaciones queden al desnudo y que las muertes y amenazas a la vida por el mal manejo de la pandemia desatada por el covid-19, la delincuencia, la inflación, el decrecimiento económico, la pobreza, la escasez, la corrupción, el hambre y la insensibilidad social -productos cotidianos de la siembra oficialista-, se conviertan en la matriz de opinión negativa que le terminará de corroer el cada vez más precario apoyo popular que aún tiene, asociada con la pérdida de autoridad, y la desaparición de la credibilidad y emoción que caracterizaba el accionar del que se fue. Teme el régimen que esa matriz de opinión lo conduzca al desastre político y a una solución constitucional que recorte la duración y vigencia de su mandato. Por ello, este inepto y corrupto régimen levanta a diario cortinas de humo para ocultar la terrible realidad que el país se consume por la negligencia y la falta de visión gubernamental. El plan del régimen para lograr ese objetivo se fundamenta en el desarrollo de una estrategia contra sus oponentes absolutamente represiva, violadora de las leyes, abusiva, despiadada, desconocedora de los derechos humanos y con el ejercicio a ultranza de la coacción y el dominio hegemónico con miras a colocar a la oposición en la disyuntiva de evaluar la pertinencia de la continuidad de su intención de participar en futuros eventos electorales o de rechazar los mismos por considerarlos imbuidos de falsedades y fraude. Si la oposición sucumbe ante ese provocador ardid gubernamental, se romperá la posibilidad de contar con la participación de una fuerza unitaria; será descalificada y acusada de desestabilizadora por el régimen buscando con ello que la comunidad internacional le retacee su apoyo a la justa causa opositora. Asimismo, ladinamente el régimen anuncia algunos cambios que no son otra cosa que una treta “gatopardiana” que busca que la comunidad internacional reduzca el ámbito y rigor de las sanciones. Con esta estrategia el régimen procurará encontrar un segundo aire a su muy magullada “performance” como gobernante.

Los tiempos que se avecinan estarán signados por la violencia, la intransigencia y la confrontación. La acción del régimen fundamentada en un discurso de exclusión y odio, es una de las estrategias más visibles que ha venido utilizando contra los disidentes. La violencia institucional del gobierno al causar el cierre deliberado de las instancias a las que se podría acudir en demanda de justicia y el alevoso acoso a los opositores y sus dirigentes, forjado en la penumbra de la perversidad y el odio, basado en la mentira y en indicios de dudosa veracidad, evidencian el endurecimiento del contenido del discurso político que acentúa las diferencias: por un lado, la disposición de los opositores a actuar con mayor decisión y audacia, compelidos por la provocadora actitud gubernamental y, por el otro, las acciones violentas e ilegales del gobierno y sus grupos de apoyo, que son realizadas impunemente con la complicidad de las autoridades de las instituciones públicas y exacerbadas por la dirigencia del aquelarre “revolucionario”.

La sociedad venezolana no puede permitir que sean la violencia, la confrontación y la subversión social la única salida política que le quede a la oposición frente a las  inaceptables pretensiones del régimen actual de conculcar los derechos básicos a la vida, la libertad y la dignidad. No se debe tolerar pasivamente que el gobierno acose a la oposición, por pretender cambiar democráticamente el estado de cosas que vive el país. Todos tenemos derecho a participar, nadie debe ser excluido y menos si la exclusión obedece a que no coincidimos con el totalitarismo del pensamiento oficial. No permitamos que el sufrimiento de las madres por la suerte de sus hijos se haga más profundo y lacerante.


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