La respuesta que Nicolás Maduro ha venido dando al justificado cuestionamiento de su legitimidad como presidente de la República realizado por más de cincuenta países democráticos, a partir de enero de 2019, puede tener un inmenso costo para Venezuela y su pueblo. No hago esta afirmación a la ligera. Me preocupa observar el delicado incremento de las tensiones internacionales y la muy ligera valoración que el régimen madurista hace de la amenaza existente. Llegué a pensar, hace algunos días, que el cambio de posición manifestado por Estados Unidos al realizar el secretario de Estado, Mike Pompeo, una propuesta de solución de la crisis venezolana mediante la constitución de un Consejo de Estado conformado, equilibradamente, por el madurismo y la oposición democrática, que condujera en Venezuela unas elecciones, democráticas y equitativas, con una amplia observación internacional, y ofrecer en contrapartida la reducción progresiva de las sanciones, podía abrir nuevas posibilidades para lograr una solución pacífica y negociada de la crisis venezolana.

Estaba totalmente equivocado. Nicolás Maduro, en lugar de aprovechar ese planteamiento para iniciar, dada la trágica situación que enfrenta nuestro pueblo, unas negociaciones con Estados Unidos que permitiera discutir sobre las sanciones, sin querer decir que al hacerlo fuese necesario aceptar la totalidad de esa propuesta, decidió fortalecer sus alianzas con Irán, al solicitar su apoyo para enfrentar la crisis de la gasolina y Rusia, al viajar a Moscú a entrevistarse con Vladimir Putin. La respuesta de Estados Unidos fue inmediata: aprovechar la Asamblea de las Naciones Unidas para realizar una reunión con varios presidentes latinoamericanos, con presencia de Julio Borges, para tratar fundamentalmente el caso Venezuela. Naturalmente, como era de esperarse, las intervenciones tanto de Donald Trump, Julio Borges y los presidentes de Colombia, Chile y Ecuador fueron sumamente críticos de la situación venezolana. De igual manera, las intervenciones en la Asamblea General de los presidentes Duque y Bolsonaro tuvieron el mismo tono al cuestionar con dureza al régimen de Nicolás Maduro.

En uno de mis artículos anteriores desarrollé los tres posibles escenarios de solución de la crisis venezolana: una negociación gobierno-oposición, un desconocimiento del ilegítimo gobierno de Maduro por la Fuerza Armada Nacional y una intervención militar de carácter multilateral. En ese momento tenía fe que, dada la grave situación venezolana, la crisis se resolvería mediante una solución pacífica, constitucional y electoral. Llegué a pensar que la alternativa planteada por el secretario de Estado, Mike Pompeo, no había sido aceptada por Nicolás Maduro y su camarilla por considerar que dicha propuesta debía haber sido planteada por la oposición democrática y no directamente por Estados Unidos. Creí, de buena fe, que dado lo favorable de dicha oferta era posible reabrir unas negociaciones oficialismo-oposición con el fin de adaptarla, hacerla venezolana, y plantearla conjuntamente a la comunidad internacional para conseguir su apoyo y, de esta manera, poder hacerla realidad. Dolorosamente, estaba equivocado. La ambición desmedida de Nicolás Maduro impidió que esa posibilidad se hiciera realidad

Después de la reunión en Washington, el viaje de Nicolás Maduro a Moscú, los discursos de los presidentes Bolsonaro y Duque y las demás intervenciones que tendrán numerosos jefes de Estado y de gobierno de América Latina y el Caribe sobre la grave situación de nuestra patria, la solución se habrá ido definitivamente de nuestras manos al transformarse en una delicada crisis regional, ¿y por qué no decirlo?, de carácter mundial. Esta realidad complica totalmente cualquier solución. Se tendrán que considerar los intereses mundiales y regionales para tratar de armonizarlos en un complicadísimo equilibrio en los cuales oiremos hablar del problema de Ucrania, de la península de Crimea, de la posición de la Comunidad Europea, de las sanciones a Rusia, del enfrentamiento entre sunitas y chiitas, en fin un complejo escenario que hace muy difícil cualquier negociación. Además, hay que entender que los intereses vitales de Estados Unidos pueden, en un momento determinado, encontrarse comprometidos. De ocurrir esa situación, el escenario de la guerra podría transformarse en realidad.

Tengo que afirmar, dolorosamente, que el escenario más probable de solución de la crisis venezolana pareciera conducir fatalmente a una intervención militar de carácter multilateral. Los gobiernos democráticos del mundo han percibido, de manera alarmante, que el régimen madurista amenaza la paz y la estabilidad de América Latina y la seguridad del mundo occidental. Nicolás Maduro y su camarilla han desarrollado una importante campaña de propaganda que busca vender la tesis que cualquier intervención militar, de carácter multilateral, tendría un gran costo militar debido al eficaz sistema de defensa aérea venezolano. En verdad pienso que una alianza militar constituida por Estados Unidos, Brasil y Colombia conquistaría, en breve tiempo, el control del espacio aéreo, y neutralizaría cualquier sistema de defensa aérea. Enfrentar militarmente a una coalición formada por esos países, con el apoyo político de la Unión Europea y del Grupo de Lima, es un desafío demasiado costoso y muy peligroso. Pensar en el apoyo ruso, iraní o chino es una ilusión. Hay factores geopolíticos que lo impiden. Reflexione, señor Maduro.

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