No tiene lógica alguna que un país que lo ha tenido todo se encuentre ahora sumido en extrema situación de pobreza. Parte de la explicación la podemos encontrar en una especial circunstancia: la entronización de la figura del gendarme necesario en Venezuela a través de Hugo Chávez Frías y su heredero, Nicolás Maduro Moros.

A diferencia de ciertos avances que se alcanzaron en las gestiones de Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita (consecutivos sucesores del dictador Juan Vicente Gómez), en los gobiernos de la actual revolución bonita se han producido retrocesos significativos: ello se manifiesta en el estado de extrema pobreza que padece la mayoría de los venezolanos y el alto nivel de su emigración. Curiosamente, en paralelo con lo anterior, los líderes revolucionarios, sin sonrojo alguno, han visto crecer sus prominentes panzas y abultadas cuentas bancarias. Para eso último hay que tener muchos riñones y ser osados, naturales propensiones que a ellos les sobra.

Como muy bien lo dijo Germán Carrera Damas, en su libro El bolivarianismo-militarismo, una ideología de reemplazo, “Vivimos el trance de la demolición de la República, mediante el intento de volver a secuestrar la Soberanía popular, rescatada inicialmente en 1946; y de nuevo en 1959. Se pretende secuestrarla, desnaturalizándola primero y obviándola luego, porque se ha revelado como la única fuente de legalidad y legitimidad de la formación, el ejercicio y la finalidad del poder público”.

La realidad hoy día es que no son pocos los venezolanos que ya se dan por vencidos; compatriotas que asumen como un hecho definitivo que, después de veintitrés años y ocho meses de gestión arbitraria por parte de Chávez y Maduro, nuestra situación no tiene vuelta atrás. Quienes asumen esa postura olvidan lo que una y otra vez resaltó Yogi Berra, estrella indiscutible de los Yankees de Nueva York: “Esto no se acaba hasta que se acaba”. Por lo tanto, no hay que perder la esperanza, ese estado de ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos.

No está demás recordar que, el 24 de julio de 1883, el general Antonio Guzmán Blanco no perdió la oportunidad de darse un baño en agua de rosas manifestando públicamente lo siguiente: “Es que el natalicio de Bolívar cumple cien años y la Providencia divina ha querido que, plenos de felicidad y esperanzas, celebremos su gloria como la un predestinado suyo, benefactor, instrumento de sus arcanos”. Así pues, Chávez y Maduro no son ninguna novedad en eso de guindarse sin cortapisa a la gloria de El Libertador. En ambos personajes ha primado el más absoluto desenfreno.

Las figuras de los caudillos y los dictadores siempre serán una amenaza para las democracias. Es una enfermedad que hay que erradicar pero que siempre puede reaparecer. Como todas las cosas humanas, su tiempo es finito, pues viene siempre acompañado de un plazo de caducidad. En definitiva, la revolución bonita no es más que un contrasentido que en algún momento alcanzará su punto de implosión. Nadie puede poner eso en duda.

@EddyReyesT


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