América Latina está en el ojo de la tormenta una vez más. Las democracias exhiben una peligrosa fragilidad capaz de infundir un pánico que nos pone a temblar. En Bolivia alardean casi de forma indetenible el regreso de las huestes de Evo al poder por vía electoral. En México es cada vez más patente la incapacidad de gobernar de AMLO, entregado a una corriente de militarización de la economía, ante la poderosa complejidad de la alianza entre el narcotráfico, la corrupción y el izquierdismo. En Argentina es muy intrincada la disputa por el poder entre Fernández y Kirchner, una pugna despegada de los reales problemas económicos de ese gran país. En Chile y Colombia las fuerzas del socialismo están al acecho, con una peligrosa perspectiva de avanzar hacia posiciones más fuertes de control social en desmedro de las aspiraciones de progreso de esos pueblos. En medio de este mapa de tribulaciones, la situación de Venezuela a pesar de ser la más grave el día de hoy tal como lo muestran el informe de la ONU y unos indicadores económicos que evidencian la brutal caída de la economía, la crisis de los servicios públicos, el hambre que padece 80% de la población, sin embargo y paradójicamente pareciera ser el país que está más cerca de una salida.

La primera razón para creer en esta afirmación lo ilustra la expresión popular “nadie aprende en cabeza ajena”. Las dos décadas del yugo Chávez-Maduro han logrado borrar los vestigios de la sumisión ante una ideología que pregonaba la redención del pueblo y el ajuste de cuentas con el capitalismo. Ideas enquistadas en la mayor parte de Hispanoamérica. Es bastante difícil o imposible que un venezolano común crea de ahora en adelante que la salvación y el bienestar de su vida depende del poder de las sectas izquierdistas ya sea partidos socialistas, comunistas o cualquiera con el mismo tinte ideológico. La importancia de respetar la propiedad privada, la creencia en la capacidad de producir, ser productivos y generar empleos de los empresarios, el respeto de la libertad de opinión y de los medios de comunicación ya no son simples cuentos para los venezolanos, saben por experiencia, en carne propia, que violar estos principios constituyen lo que se ha denominado el camino a la servidumbre y a la miseria total. Por estas razones las prédicas socialistas no pueden oírse con indiferencia, aupando la penetración de ideas colectivistas, cuyo pasaje por el poder indefectiblemente se convierten en ruina, hambre y desesperación en todos los parajes del planeta Tierra en los cuales se han impuesto.

Hay que reconocer que ha sido un camino tortuoso, desde aquel inicio en el cual Chávez anunciaba que freiría la cabeza de los políticos en aceite, o que la pobreza podría servir como justificación para robar. Los empresarios, trabajadores en las fábricas y en el campo saben y han aprendido con amargura que propiciar la penetración de ideas socialistas como disfraz de grupos despóticos significa la destrucción de las fuentes de trabajo, la posibilidad de crear los bienes necesarios para vivir y siempre terminan con talleres de trabajo desmantelados, fábricas vacías, campos yermos, abandonados, incapaces de producir los empleos, ingresos y beneficios que la gente requiere para vivir.

Hoy la economía que se forjó con el impulso de los ingresos petroleros está en ruinas. Cabimas, otrora ciudad simbólica del poder de la industria, está moribunda; el petróleo que antes proporcionaba mejores maneras de vivir, hoy se cuela a través de las alcantarillas, corroe el pavimento, ante una población asombrada por la constatación de que el petróleo pareciera estar cobrando los errores en Venezuela al no haber impedido que el poder cayera en manos de una mafia corrupta y desalmada, militares y civiles envenenados por ideas socialistas y por la ambición sin frenos.

Ha sido un aprendizaje doloroso, pero quizás imprescindible; se decidió que todo el poder iría a manos del Estado y sin querer queriendo construimos un monstruo con pies de barro, con la fatalidad de ignorar que los comunistas podían apoderarse de esta poderosa institución penetrándola ideológicamente y así se hizo. Bastaba con acabar el equilibrio de poderes, ni más ni menos que socavar el poder moral del sistema de justicia, envilecer la potestad de los jueces, convertir a los fiscales en cómplices, desprestigiar los partidos políticos y apoderarse de los medios de comunicación para instalar una de las dictaduras más monstruosas de los últimos tiempos.

Este ha sido el escenario final de una batalla en la cual los venezolanos han resistido, pasando de la ingenuidad de creer que se trataba de un episodio más de nuestra zigzagueante historia, llena de luchas interminables entre caudillos, de la desaforada sed de poder de grupos militares creyentes en el control de las armas como medio para someter al país. Grupos que profesaban fe ciega en la lucha de clases como motor de la historia, en la explotación del trabajo como único medio de crear riquezas, postrados ante el ejemplo histórico de la Cuba socialista y por ende enemigos a muerte de las sociedades que evidenciaban haber derrotado la pobreza, practicantes de un mercado como modo más eficiente de producir e intercambiar y de la  igualdad de las personas ante la ley no como una quimera sino como un derecho de las sociedades que se acogen a prédicas liberales.

Venezuela y su gente han recorrido estos caminos que aún permanecen abiertos en muchos parajes de esta heterogénea América Latina. Se trata de la ruta para iniciar una nueva era que convierta al individuo responsable en el actor fundamental de su historia, que comienza en el nivel de conciencia que alberga en su fuero interno, creyente en la idea que las posibilidades de ser y existir están dentro de nosotros. El Dorado está dentro de nosotros y esa es la principal fuerza que debemos desarrollar.

Esta dura y compleja experiencia que han vivido los venezolanos nos confiere una gran responsabilidad, hoy podemos observar descarnadamente cómo las propuestas socialistas terroristas pueden penetrar en cualquiera de nuestros países hermanos. La historia se repite, las consignas son las mismas, destruir la propiedad privada, destrozar empresas productivas entregándolas a funcionarios de un Estado inepto que fácilmente cae en la corrupción. Acabar con la libertad de opinión y expresión destruyendo medios de comunicación y apresando a los que se atreven a difundir ideas de libertad. Esta escalada las conocemos los venezolanos, las hemos vivido. Estamos plenamente seguros de que lograremos la libertad muy pronto y que renaceremos con un gran compromiso, contribuir con aquellos pueblos que hoy están sujetos a esta dominación ideológica que precede al control total, que puede asfixiar al país más fuerte del mundo porque es capaz de anidarse venenosamente en el corazón y los sentimientos de aquellos que desconocen la toxicidad y capacidad destructiva que se arropa bajo la supuesta superioridad moral que concede el atribuirse la representación de los pobres y los más débiles.


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