Se ha hecho frecuente de un tiempo a esta parte, la expresión “basada en una historia real”. Lo más curioso de la advertencia es que no apunta a la veracidad del evento. Ni siquiera a su verosimilitud. En realidad, la bendición que la leyenda busca es validar la fábula con una referencia al mundo real, advirtiéndonos al mismo tiempo que los libretistas y el director la han torcido y vuelto a torcer para quitarle sus aristas más aburridas y cotidianas. En todo caso lo que en realidad nos dice la nota es “aunque usted no lo vaya a creer, esta historia tuvo lugar”.

En este caso, la advertencia es, si se quiere válida. En 1982, una nonagenaria fue primero seducida y luego asesinada por su esposo. A la sordidez del crimen (la mujer fue muerta a golpes) se agregaba el perfil del asesino, un encantador de serpientes, mitómano, estafador y bisexual, 44 años menor que su cónyuge a quien había golpeado en más de una ocasión. Por si fuera poco, el crimen no había tenido lugar en cualquier lado, la víctima era una celebridad social de la élite de Georgetown en la capital americana y arrastraba una carrera periodística y diplomática particularmente meritoria. Es concebible pensar que la edad le jugó una mala pasada a alguien que sin duda había sido dueña de una mente aguda y sabía moverse en las arenas movedizas del poder.

Hasta ahí el dato real que motivo un artículo de Franklin Foer para el suplemento dominical de The New York Times, llamado “El peor matrimonio en Georgetown” sobre el cual se basa el libreto. El primer interés de la película es el debut en la dirección de Christoph Waltz, un actor

vienés que salto a la fama con su interpretación del muy torvo coronel Hans Landa en los Bastardos sin gloria de Tarantino en 2009. El papel signaría la de ahí en adelante carrera de Waltz que pasaría a ser el padre seductor en Carnage de Roman Polanski en 2011, el inverosímil dentista cazador de recompensas de Django sin cadenas (2012, de nuevo con Quentin Tarantino) y el manipulador esposo explotador de una pintora talentosa en Ojos grandes de Tim Burton en 2014. En todas ellas compone un tipo particularmente detestable que alterna el poder con un tono meloso no exento de carisma. Georgetown no es la excepción.

La película comienza en un escenario típico de la ciudad. Una serie de personajes vinculados a la política y la diplomacia americana discuten a voz en cuello durante una cena las habilidades de Ulrich Mott (Waltz), cuando la hija de la dueña de casa (Annette Benning) irrumpe en la escena, molesta por la atención que el partenaire de su madre concita. Un dato no menor es que la nonagenaria no es otra que Vanessa Redgrave, la gran señora del cine y el teatro ingleses.  A partir de ahí, en una serie de saltos en el tiempo la película se pasea por las miserias de un vividor sin éxito, deslumbrado por la sociedad y el poder que la ciudad destilan y de las que solo puede ser un pobre espectador. Hasta que la oportunidad dorada se presenta y Waltz conoce a su futura esposa, sin más obstáculo que las objeciones de la hija de esta. El planteo del libreto y la dirección miman de alguna forma las formas corteses y civilizadas de Georgetown. Todo son delicadezas y éxito en la vida que parecen llevar los esposos, por disfuncional que sea la diferencia de edades. El cuadro comienza a resquebrajarse muy pronto y la verdadera naturaleza del simpático esposo muestra sus facetas más sórdidas. Mott oculta su sexualidad, es capaz de ejercer la violencia física sin control, miente sin ningún reparo y comete el peor pecado que un charlatán puede cometer. Es torpe en la forma de hilvanar sus mentiras que siempre y sin excepción son descubiertas, no solo por inverosímiles sino por la chapucería de su ejecución. Mott exhibe su grado y uniforme del ejército iraquí, participa en lejanas y peligrosas misiones en zonas de guerra y es el chairman de una ONG que busca captar la atención de los poderosos. Pero esas poses tienen la consistencia de la arcilla. Y esa grieta entre su mundo y el mundo real que lo reta y desenmascara es la que precipita su lado violento que lo lleva al asesinato y la perdición. La sordidez de la trama, bendecida por la pátina de verdad que todo el asunto tiene, es el atractivo mayor de la película. Pero el trío actoral de Redgrave, Benning y el untuoso Waltz es la joya de la corona. Está en Apple TV.

Georgetown. Estados Unidos. 2019. Director Christoph Waltz. Con Vanessa Redgrave, Annette Benning, Christoph Waltz

 


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