Desde el pasado lunes y hasta anteayer viernes, se desarrolló sin incidencias dignas de especial mención, salvo la conspicua ausencia de unos cuantos mandatarios ―algunos por impresentable como los integrantes de Trío Calavera (Miguel Díaz-Canel, Nicolás Maduro y Daniel Ortega), otros por malcriados (Luis Arce, Andrés Manuel López Obrador, Alejandro Giammattei, Xiomara Castro, Nayib Bukele) y uno por efectos del coronavirus (Luis Lacalle Pou)―,  la IX Cumbre de las Américas. Sorpresa, y  rizar el rizo, pudo haber sido una repentina aparición de Juan Guaidó  en L.A., aunque sólo fuese para asistir al concierto de la filarmónica de la ciudad, bajo la dirección de su compatriota, Gustavo Dudamel, con motivo de los 100 años de la orquesta. Cuando me toca tratar eventos  como este plurinacional torneo retórico, en los cuales cada quien arrima a la brasa su sardina, suelo apoyarme en información publicada en los medios del país sede; me causó extrañeza, sin embargo, no encontrar  noticias u opiniones relevantes en torno a la «summit» ni en el New York Times ni en el Washington Post, Los Ángeles Times si se ocupó del asunto y privilegió información alusiva a marchas, protestas y manifestaciones promovidas por los excluidos. Tal vez, el tema a discutir es soslayado por la prensa del más ansiado destino de los desplazados con ánimo de no alentar vanas esperanzas. La exclusión por triplicado de regímenes indeseables en razón de su violación sostenida de los derechos humanos y libertades ciudadanas, fue la excusa esgrimida por el exguarimbero del Zócalo para no presentarse en la cita angelina: envió, eso sí, a su canciller, por aquello de «pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos», y porque con el Tío Sam y Canadá suscribió su país  un tratado de libre comercio de 8 secciones, 22 capítulos y 2.000 páginas, y vea usted no más aunque quisiéramos y de querer no queremos porque queriendo nos pisaríamos una y plantarle cara al gringo requiere, además de una escalera grande y otra chiquita, un par de esferoides bien colocado, y no me piensen cantinflero sino mero antimperialista de la boca hacia fuera y hacia dentro si hace falta y debo tragarme lo dicho,

México es un país taurino y la fiesta brava, en vías de extinción por presiones de bien pensantes protectoras de animales, fue considerado un espectáculo «de abolengo y tradición», capaz  de congregar multitudes y levantar pasiones en las diferentes plazas donde aún se practica, y AMLO, conjeturo, tal no vez sea asiduo de los carteles de postín, pero seguramente, durante sus jornadas proselitistas, asiste con bota, habano y sombrero cordobés a encierros de novillos afeitados, o ejecuta delante de un espejo verónicas y chicuelinas con la chaqueta o el paletó a guisa de capote. Toreo de salón en solitario, como sus desplantes y posturas en busca de hacerse con el liderazgo continental de la izquierda foro paulista y poblana. Pero, me temo, he malgastado demasiada pólvora en este zopilote y debo administrar los cartuchos con criterio de escasez: otros blancos tenemos en la mira, como Gilberto Mendoza Alvarado.

Gilberto Jr. heredó de su padre la presidencia de la Asociación Mundial de Boxeo (WBA, por sus siglas en inglés), una de las 4 organizaciones que patrocinan certámenes mundiales en todas las categorías del mal llamado deporte de las coliflores, infeliz metáfora de las deformidades causadas por  los golpes en las orejas de los boxeadores; y digo mal llamado porque el pugilato, como las carreras de caballos, es competencia inseparable de las apuestas y por ello se presta a toda suerte de arreglos y marramuncias por mafiosos de altos vuelos operando como promotores. De allí la multiplicación de los órganos asociativos. Y de las coliflores.

El Sr. Mendoza, en nombre de la fulana AMB o WBA, otorgó a Nicolás Maduro un campeonato «honoris causa» de boxeo. La información, escueta y confusa como suelen ser las noticias inherentes a recompensas por favores recibidos, no especifica las dimensiones y  categoría del laurel; dadas la talla y catadura del ungido, lo suponemos peso pesado. ¿Cuáles fueron los dividendos de Mendoza en el dando y dando? Si nos atenemos a su efusivo agradecimiento ―«Gracias, presidente, y cuente con mi palabra de que, con nuestros programas de desarrollo, viene boxeo del bueno para este país»―, el hombre se puso las botas o los guantes de Rafito Cedeño y Don King y quizá hasta le entreguen el Poliedro o el Nuevo Circo en gentil concesión.

Y hablando de concesiones, ante el arribo a Ankara del zarcillo bolicastrista, el Bey Recep Tayyip Erdogan debió estrujarse las manos con fruición similar a la de una díscola dama evocando un tatuaje en remembranza de un postrero viaje a Constantinopla. Éste me lo envió Dios el cielo habrá rumiado para sus adentros el mayor comprador de oro venezolano,  azote de los kurdos y uno de los cinco vértices del pentágono de supervivencia del nicochavismo ―los otros son, como es sabido pero vale la pena repetirlo, China, Cuba, Irán y Rusia―. Nicolás viajó a Turquía en busca de los cobres que la inepta administración revolucionaria y el «milagro económico» de los bodegones, casinos y show business  son incapaces de generar. Ya escucharemos sus extravagantes embustes al regreso del periplo euroasiático y africano. Cobero como Chávez y Pinocho, y una cara de yo no fui tal la del muñeco parido en la imaginación de Carlo Colodi, el hombre de La Habana en Caracas está  tejiendo su tela de araña para entrampar como moscas a  contumaces voto maníacos. Afortunadamente, para los impulsores del diálogo (Estados Unidos, Unión Europea y  la cuestionada Noruega) un proceso comicial  libre, transparente y supervisado es el punto focal de cualquier negociación entre los okupas de Miraflores y la Plataforma Unitaria. Por eso, el frenólogo Rodríguez pone peñones infranqueables camino a México, cuales la Inadmisible, descabellada injerencia rusa y la presencia imposible de Alex Saab.

Al margen de la conveniencia y factibilidad de reanudar la conversa interrupta, una empresa encuestadora dejó  estupefactos a los pretendientes de la variopinta contra concertación al cargo público más deseado, al colocar en sus sondeos a Manuel Rosales en el primer lugar de preferencias para enfrentar a Maduro en 2024. Producto del azar, presumo, convergió tal revelación con la llegada al país de tres leones blancos a objeto de ser exhibidos en el zoológico de Caricuao,  donde también mora una jirafa albina. Estos curiosos  ejemplares se convierten en estelares atracciones de los parques y reservas animales y algunos adquieren notoriedad internacional como Copito de nieve, albo gorila de fama mundial fallecido en 2003, orgullo del zoo de Barcelona, España; el pingüino Snowdrop, de Bristol, Inglaterra, y el cocodrilo Claude de California. ¿Sería albino el caballo blanco de Bolívar?

La digresión zoológica no es gratuita. Viene a cuento a propósito de los tan ansiados y cuestionados comicios de 2024. Porque si el abanico opositor no logra concertar una opción unitaria, deberíamos ir pensando en la posibilidad de postular a uno de esos níveos especímenes. La idea tiene antecedentes. En 1959, en las elecciones municipales de Río de Janeiro, los cariocas depositaron en las urnas más de 100.000 papeletas con el nombre de un hipopótamo ―o un rinoceronte, no recuerdo―, el popular Cacareco, y fue el más votado de los aspirantes. Por desgracia no estaba inscrito ni registrado en el ente rector del proceso. Y en 1988, Tiao, el mono más famoso de Brasil, obtuvo 400.000 sufragios en una elección de diputados. Era preferible elegir a un hipopótamo o un mono y no a unos asnos, aunque en los años treinta del pasado siglo, Kenneth Simmons, alcalde de Milton (Washington, Estados Unidos), propuso a Boston Curtis como su sucesor. «Este candidato no hizo campaña, no presentó programa, ni participó en debate alguno; sin embargo, se impuso con una ventaja de 51 votos. Tarde se dio cuenta la ciudad de su metida de pata. El nuevo burgomaestre… ¡era una mula!».

Después de tantos yerros y desatinos, emprender una aventura irreverencia y con algo del surrealismo subyacente en los casos citados, podría conjurar la maldición bolivariana y dar al traste con la ambición de eternidad de Maduro, Padrino & Co., y a lo mejor  tengamos en una futura Cumbre de las Américas a un León blanco. O a una jirafa. A fin de cuentas, versó Aquiles Nazoa, Venezuela es un país de animales.

 

 


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