Mariano Picón Salas | Foto Archivo

En realidad tuve muchos, pero no todos lograron alcanzar el alto nivel que acostumbro conceder a quienes supieron abrir mi conciencia para que no cayera tantas veces al aprender a caminar por la difícil vida venezolana que me esperaba. Imagino que un joven colombiano o de Buenos Aires debe esperar largos años para entrar a la redacción o páginas culturales de los principales diarios de sus respectivas capitales; pero en Caracas, yo y un pequeño grupo de presuntos escritores comenzamos a hacerlo en el Papel Literario de El Nacional.

Las veces que Juan Liscano estuvo al frente. Más tarde, fuimos llamados por Guilermo Meneses y por último, por Mariano Picón Salas. Fui amigo de Juan. Admiré su temple poético y el asombroso vigor de su energía y supe que su preocupación por Venezuela hizo de él, incluso, un dragador natural del Orinoco para que los caimanes pudieran navegar con comodidad por sus aguas y nosotros por las nuestras.

A Guillermo Meneses no le bastó poner una mano sobre una pared impregnada de mujer para que todo un muro literario se viniera abajo y surgiera una nueva escritura que iba a dar nueva vida a la que creíamos estar transitando con heroicidad y nos llamó no solo para que lo acompañáramos en el Papel sino en la irrepetible hazaña de Cal junto a Nedo.

Pensaba que allí terminaba todo, pero faltaba la sorpresa mayor: Mariano Picón Salas.

Era amoroso con nosotros, comprensivo. Adriano trataba de engañarlo con sus jugosas estratagemas literarias, pero Don Mariano era mucho más despierto. Adriano sostenía una columna llamada «Señal de Hispanoamérica» y esa semana no tenía material para escribirla y se puso de acuerdo con Luis García Morales e inventaron a Diego Carpena, un poeta hondureño. Creo haber contado esta historia y seguiré narrándola porque la encuentro perfectamente sublime. La crónica que escribó Adriano sobre Carpena resultó envidiable y perfecta. A medida que observaba ciertas resonancias modernistas en la obra poética del hondureño sorprendía temblores rimbaudianos y algunas caídas románticas y no era para menos porque García Morales escribía el poema ilustrativo acuñando referencias modernistas  y sombras de Rimbaud y de Verlaine y alguna menuda lluvia romántica.

Yo estaba junto a Don Mariano, quien repartía las tareas: Al referirse al «Bolívar» de Salcedo Bastardo exclamó: «!Salcedito ofreció un Bolívar, pero nos entregó un mediecito!»; y luego al comentar para sí mismo el texto sobre Carpena, dijo sonriendo: ¡Este Adrianito se las da de atrevido!, pero publicó el texto. ¡Don Mariano entró en el juego de Adriano y yo admiré al maestro aún más!

El Fondo de Cultura Económica publicó en México, en 1959, el que considero uno de los libros mas deleitosos de Don Mariano: Regreso de tres mundos (Un hombre en su generación) y regaló al joven Grupo Sardio uno de sus mas espléndidos capítulos: «Añorantes moradas». Cada uno siente su propia cicatriz, y aún en el amor más ardiente, en la cópula más dichosa de los cuerpos y las almas, todavía subiste en la piel y el aliento un poco de rebelde soledad. «Hay un sitio, amada, de mi memoria y de mi conciencia donde no llega tu compañía, acaso décimos en la hora de amor más perfecto».

Este es el libro que también hoy entrego porque creo con Don Mariano que soy el hombre solo que extiende su camisa, tira sus zapatos manchados de polvo y cierra el conmutador de la luz. «Mañana -si no hay catástrofe, cae una bomba atómica o invaden los marcianos- las gentes harán las mismas cosas; pasarán los mismos barcos por el río Hudson, vendrán los mismos trenes atestados de trigo y acero, morirá un millonario o un presidente de la Corte Suprema y caerá más niebla y espuma, un poco de más oxidada vejez en la estatua de la Libertad!».

Y el estupor tremendo, la prisa sin pausa de los hombres, la altura de los edificios, el acoso de los avisos, la quiebra del mercader y el suicidio de la muchacha engañada habrán de seguir hasta que no quede memoria de nosotros.

!Lo supieron mis amigos de Sardio cuando dejaron de acompañarme!


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