Giorgia Meloni y el presidente de la Liga, Matteo Salvini | Europa Press

En la década de los sesenta en los autobuses y trenes de Roma solíamos presenciar discusiones entre pasajeros con respecto al pasado, presente y futuro de Italia, en las cuales era frecuente escuchar en son de pregunta o afirmación Fascisti erano tutti? o Tutti erano fascisti! Se pronunciaban, también, en la Universita’ Degli Studi di Roma, con la preocupación de quienes habíamos venido de otros países en procura de aprender algo más, pues los pleitos conducían al cierre de las facultades respectivas.

No dejaba de alarmar, pues, la historia concebía al “Imperio Romano” como “la estructura sociopolítica más extensa del Occidente”, lo cual indujo al emperador Diocleciano, en aras de superar las dificultades de gobernarlo desde Roma a crear uno en Oriente y otro en Occidente. Pero, asimismo, como admiradores de la influencia cultural profunda de Roma, se asumía que “el fascismo de Benito Mussolini”, como el de su “camarada” Adolf Hitler en Alemania, había quedado en el olvido como leyenda del cual el mundo, sin excepciones, juraba que no se repetiría nunca más. Se humillaba a sí mismo quien recordara a aquel triste capítulo de la humanidad y se despreciaba a quien se descubriera como su propulsor. Y con los peores epitafios.

En los países de América Latina para entonces se había generado lo que Samuel Huntington desde su Cátedra de Harvard terminó llamando “las olas democráticas”, identificadas como “cambios repentinos con respecto a la distribución del poder entre las grandes potencias, lo que crea tanto oportunidades como incentivos a fin de introducir reformas radicales” a favor del respeto a la soberanía y las libertades ciudadanas. Esto justifica que quienes teníamos la buena o mala suerte de escuchar aquellas discusiones y negaciones o confirmaciones con respecto al oprobioso fascismo, nos sorprendiéramos de los usuales pleitos de los italianos. Nos parecía, simplemente, inaudito.

Pero la historia sorprende, pues casi cuatro décadas después, o sea, en 2022, Italia, uno de los países más politizados del globo, sacrifica a Mario Draghi, como primer ministro, ante la mirada de angustia que ha debido expresar Sergio Mattarella, electo presidente para un segundo mandato por el Parlamento y los representantes regionales en sesión conjunta, conforme a la Constitución. No escapó la “península” de la tradicional metodología de una Asamblea Constituyente electa por el pueblo, de forma directa o indirecta, para la elaboración de “la Ley Suprema”. Sus “Disposizioni transitorie e finali” dejan atrás a la monarquía por una “República”, la hipotética abolición del partido fascista y el exilio de “la familia real”. Ninguna persona quedaba legitimada, mas por el contrario, recayó sobre toda la prohibición constitucional de aspirar a jerarquía monárquica alguna. Los italianos, ha de tenerse en cuenta para entendérseles bien, que a lo largo de las discusiones entre ellos manifiestan verbalmente un desacuerdo, pero al final terminan entendiéndose. Y a pesar de la complejidad y particularidades del régimen político que los rige.

El escenario, pudiera afirmarse, pareciera revelar que “el fascismo como que tiene vida eterna. Nunca muere”. En fechas recientes, de hecho, manifestantes más que de ultraderecha y herederos de Benito Mussolini tomaron el Palacio de Gobierno en una actitud como la que se produjera no hace mucho tiempo cercana al Capitolio en Estados Unidos, con agresiones a la policía, gases lacrimógenos, violencia desatada y asaltaron la sede del principal sindicato de Italia, la cual dejaron destruida. Ello sucedió frente a las barbas del todavía primer ministro Draghi y del propio jefe de Estado Mattarella.  Evidencia y no cuento para afirmar Tutti erano fascisti! ¿Y tal vez, mucho más idóneo preguntarnos y hasta con sorpresa Fascisti erano tutti? La hoy vieja Roma lagrimeaba, apreciación pertinente acudiendo a las metáforas.

Pero lo más preocupante es que el capítulo no termina con esas primeras lágrimas, pues los italianos acaban de votar electoralmente como primer ministro a la elegante Giorgia Meloni, a quien se vincula con Matteo Salvini, en quizás la más rancia ultraderecha de Europa. El periodista catalán Daniel Verdú al referirse a este último cuestiona la violencia, pero argumentando la razonabilidad de a quiénes tutelar la salud, los derechos, la libertad y el trabajo. El giornalista agrega que se trata del reiterado razonamiento de Salvini en procura de remontar la pérdida de apoyo en la ultraderecha. No es desechable, por tanto, preguntarse, ante tanta confusión, si la dupla Giorgia & Matteo no comenzará a gritar desde el próximo gobierno ganado por Meloni Heil Hitler! No sabemos si el grito estaría acompañado con “el levantamiento del brazo derecho”. Sí, como el propio Fürher.

La contradicción, evidente. Pues, como leemos, Italia a nivel regional es la tercera economía de “la eurozona” y “la octava” más grande en el mundo. A pesar de una deuda externa de 1.989 millones de dólares, aproximadamente.

LA BBC puntualiza que Giorgia Meloni es la primera primer ministro de ultraderecha, después de Benito Mussolini. Y Marco Masillo, presidente de la región de Abruzzo, ha manifestado que ¡tiene el coraje de un león!

Italia, a pesar de los pesares, pareciera tener la fortuna de que todo le sale bien. No deja de ser una esperanza.

Irónicamente, tal vez, por ello, responde así un italiano cuando se le pregunta por su tierra: E un dissatro, pero si mangia molto bene!

@LuisBGuerra


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