Los Lanceros. Argenis Rodríguez

Una nueva oportunidad se le presenta a la malograda zona histórica de Puerto Cabello, en donde observamos la proliferación de hermosas posadas y buenos restaurantes, dispuestos a atender a los turistas que visitan la ciudad marinera, también a los lugareños que hacemos vida en ella. Mejoras igualmente han sido introducidas por el sector gubernamental en el malecón, Plaza Flores, los alrededores de la Casa Guipuzcoana y muchos colores en la calle Bolívar que, aunque no de nuestro completo gusto, implican mejoras innegables de los espacios públicos. Sin embargo, todavía hay mucho por hacer, grandes retos que enfrentar, sobre todo, evitando incurrir en los errores del pasado. A pesar de que un decreto de la Junta Nacional Protectora y Conservadora del Patrimonio Histórico y Artístico de la Nación, de finales de la década de los setenta, supuso algún tipo de protección a los inmuebles y monumentos que integran la zona histórica (mal llamada colonial), esta decisión no ha evitado el continuo proceso de destrucción en las pocas calles que se encuentran comprendidas en la poligonal.

Ya a finales de los años cincuenta algunas casas coloniales comienzan a ser reemplazadas por modernas construcciones que para nada respondían al estilo, tampoco al entorno, tal y como ocurrió con la sede del entonces Banco de Carabobo (1959), en la calle Bolívar. Todavía hoy no se comprende cómo pudo construirse algo allí con una fachada totalmente ajena a la arquitectura que la rodea; la tragedia continuará con la fiebre demoledora que se apodera de los gobernantes de turno, dando al traste con el recordado hotel de los Baños, la imponente vieja aduana, el centenario Club El Recreo, el hotel La Riviera y otras edificaciones de importancia, ejecutorias que en ciertos casos, duele decirlo, fueron apoyadas por la acción u omisión de muchos coterráneos: “Además del edificio del hotel de Los Baños, deben ser demolidas todas las construcciones desde la calle Girardot hasta la calle Independencia…”, escribía en la prensa regional de forma categórica, un reconocido personaje de la época. Hubo intentos importantes en el pasado, claro está, para el rescate de la zona histórica, nos referimos a los trabajos adelantados durante la gestión del gobernador Henrique Salas Römer, lográndose el rescate de las fachadas, algunas calles, plazas y mejoras en los servicios públicos, pero siempre insuficientes al no abarcar aquéllos la totalidad de los inmuebles y materializar su efectiva reconstrucción. Ya lo dijimos en el pasado, los recursos del puerto descentralizado bien pudieron servir a este propósito, apalancando un programa de gran escala para la rehabilitación de la zona colonial, pero no sucedió así.

¿Por qué entonces si tenemos una zona histórica protegida por decreto, si logró acometerse el rescate parcial de ella, resultan pocos lo logros alcanzados? Quizás porque solo se ejecutaron acciones espasmódicas y desarticuladas, siendo que el conjunto arquitectónico en general nunca ha recibido los beneficios reales de un plan bien estructurado que garantice su restauración integral y, más importante aún, su conservación en el tiempo. Urge, entonces, una rectoría que ponga orden en la zona, introduciendo criterios históricos y técnicos para su rescate, uso y mantenimiento sostenido. Después de todo, se trata de una zona que es historia y debe sacar provecho de ella, poniéndola al servicio del turismo y, desde luego, para el disfrute de los todos porteños. En la Venezuela de hoy, golpeada duramente por un agobiante entorno económico y una cruda realidad cambiaria, Puerto Cabello tiene grandes posibilidades de sacar provecho del turismo, como fuente de ingresos que compense las mermas del negocio naviero, portuario y aduanero; y la actividad turística tiene muchas más posibilidades de sacar ventaja de nuestra zona histórica y de la historia misma del puerto.

La modernidad no siempre está reñida con lo antiguo, si se encuentran modos de coexistencia de la que se beneficien ambas. De lo anterior hay sobrados ejemplos alrededor del mundo. Y es que como bien lo dijera don Mario Briceño Iragorry, en su breve pero valiente  Introducción y Defensa de la Historia: “… hay necesidad de que sean respetadas las puertas, los zaguanes, los aleros, los altares, las calles, las piedras donde aún pertenece enredado el espíritu de los hombres antiguos. Al lado de la civilización y del progreso que piden ancho espacio, deben quedar las antiguallas que dan fisonomía a las ciudades, del mismo modo como la poesía y los cantos populares tienen legítimo derecho a ser conservados junto con los cantos de los grandes poetas, como expresión fisonómica del pueblo. En la lucha que plantea la modernidad del tránsito frente a la ciudad que insiste en mantener sus antiguas líneas personales, precisa no sacrificar inútilmente los antiguos valores arquitectónicos donde se recuestan los siglos”.

La contemplación del mar nunca cansa, y ese es el principal atractivo del malecón y nuestras playas, pero tampoco puede cansar al turista -mucho menos a los porteños- conocer cómo adquirió fisonomía la ciudadela primigenia al impulso comercial de la Compañía Guipuzcoana y las guerras de antaño, y cómo el boom cafetalero terminó por apuntalar la pintoresca ciudad en los años finiseculares, semillero de hermosas tradiciones y grandes personajes. Sería tonto, por decir lo menos, que esto pueda suceder si antes no hacemos un esfuerzo supremo por conservar los pocos inmuebles y monumentos de interés que aún quedan en pie, de contar las hazañas y hechuras de nuestros hombres  ¡La zona histórica no es solo el malecón y la calle Bolívar! Las inversiones en la zona histórica son importantísimas, pero también las mejoras en los servicios públicos y la atención al público, entre muchos otros aspectos. Sin embargo, fundamental resulta que la modernidad no atropelle lo antiguo, de manera tal que las viejas casonas adquieran personalidad, respetando su fisonomía y privilegiando su raigambre histórica para conocimiento de los visitantes. Solo así devolveremos a esta zona el esplendor de tiempos pasados, para maravilla de los visitantes y disfrute nuestro.

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@PepeSabatino


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