Un día tal como hoy, 31 de julio, pero de 1848, Tucupita adquiere «carta de nacimiento» a la luz de la historiografía regional y local. Cuando yo vine al mundo, en 1961, ya Tucupita (Sultana del Manamo) para poetas y tovadores que han cantado a sus encantos primorosos, Tucupita ya era centenaria, pues ya contaba en su devenir cronológico 113 años de andadura como entidad geoespacial con estatuto de entidad político administrativa.

Hace poco más de dos décadas me ví forzado a abandonar mi amado terruño por motivos políticos y decidí asentarme con mis bártulos y enseres en la vecina ciudad de Maturín, mejor conocida por sus amados hijos monaguenses como «La Sultana del Guarapiche». Reza un dicho harto conocido que «uno sabe dónde nace pero nunca dónde nos toca morir». Dios y el tiempo, su más fiel e inapelable hechura, saben la hora y el lugar de nuestra partida de este mundo y dichoso y cruel que nos es dado asimir como existencia.

Hoy 31 de julio arriba a sus 175 años y yo, uno de sus hijos más heridos y lastimados por la larga culebra de la nostalgia, evoco sus últimas 4 décadas de desarrollo histórico desde una lejanía y una herida abierta en mi espíritu que lejos de cicatrizar se abre en carne viva y me recuerda que su pasado glorioso y «con o sin penas ni glorias» más nunca volverá a ser lo que fue un día del cual guardo fiel e imborrable recuerdo.

Obviamente, su longevo y siempre nuevo y jovial Caño Mánamo, siempre ha estado, está y estará ahí a un costado como una marca divina y natural que le otorga a su fluvial condición un rasgo de permanencia y continuidad como una sustantiva arteria acuática entre su treintena de brazos fluviales que tributan al océano Atlántico como el vivir infinito que a la mar va a parar…

En este nuevo aniversario que sitúa al Delta de mis tormentos a apenas un cuarto de siglo de convertir a Tucupita como ciudad bicentenaria, evoco aquellos tiempos irremediablemente idos y desvanecidos entre las evanescentes brumas de mis recuerdos y constato que mis amigos de finales de la década de los años ochenta y toda la década de los noventa han partido de este mundo. Como dice el poema de mi querido e inolvidable poeta Pepe Barroeta: «Todos han muerto».

Naturalmente, no escapa el Delta a la inexorable e inevitable dinámica estructural que signa a Venezuela en estos tiempos tan singulares de emancipacionismo compulsivo y de liberación a juro. Las calles y avenidas de mi entrañable Delta no distan mucho de parecerse a las de cualquier ciudad del resto del país. La gente que habita sus 43.646 kilómetros cuadrados sigue teniendo las mismas esperanzas y expectativas de redención que movilizó los ideales de quienes hace 3 décadas éramos unos utópicos y rebeldes revolucionarios y anárquicos inconformes que queríamos tomar el cielo por asalto y cambiar la vida como querían el bardudo de Tréveris y el alucinado Rimbaud.

En este nuevo aniversario de Tucupita «nunca lo lejos arremetió tan cerca», como sostuvo el poeta. Jamás la urgencia de bajar el paraíso celestial y fundarlo aquí abajo en la tierra fue tan perentoria como hoy por hoy. A mis amigos, conocidos y relacionados que aún quedan vivos y viven y sobreviven y pernoctan en ese «paraíso terrenal que semeja al Edén» (palabras dicha por el Almirante de la mar Océana Cristóbal Colón) no desmayen ni cejen en el sueño de construir lo posible que aunque parezca mentira aún es posible lo imposible.

¡Feliz cumpleaños, Tucupita!


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