Trump
Foto: Brendan Smialowski / AFP

Quien entendió a Chávez entiende a Trump. El tipo es igual de caradura, o peor.

Los “Proud Boys” de Chávez dispararon desde Puente Llaguno, cerca de Miraflores, contra los manifestantes antichavistas que se dirigían al palacio presidencial, mientras francotiradores hasta ahora no identificados lo hacían desde lo alto de edificios a lo largo de la avenida Baralt.

Águila 1, el Trump de Sabaneta, le ordenó al gordo general Rosendo que reprimiera a la multitud con toda la fuerza necesaria, una orden que no fue atendida y que provocó que en poco tiempo el comandante del Ejército le dijera a su comandante en jefe que ya no podía contar con su lealtad.

Después de estar un tiempito preso en La Orchila y su gobierno haber sido rescatado por su compadre, el general Baduel, Chávez se presentó como un arrepentido, reconoció que el despido público humillante, con pitico y todo, de los empleados de Pdvsa fue una provocación, y con una imagen de Cristo en sus manos expresó su acto de contrición. No faltó mucho tiempo para que ratificara el despido de los 18.000 empleados calificados de la industria petrolera, una de las múltiples razones por las cuales esa empresa está en ruinas, y enviara a la cárcel 7 años después al compadre que lo reinstauró en el poder, todavía preso.

Trump es de la misma escuela. Después de haber alimentado durante meses entre sus partidarios, incluso antes de los comicios, que las elecciones en Estados Unidos eran amañadas; después de hacerlo el propio día de la votación, cuando se conocían las tendencias en cada estado; después de haber perdido todas las batallas legales y de haber presionado sin éxito a legisladores regionales y autoridades electorales de su propio partido para que cambiaran los resultados a su favor, invitó a sus fanáticos a que fueran a Washington, a reclamar su triunfo el 6 de enero, el día en que se contarían los votos de los colegios electorales en el Congreso, un acto formal de validación.

Con las masas alebrestadas desde el día anterior, Trump decidió el mismo 6 dirigirse a su fanaticada, en las afueras de la Casa Blanca, para agitarlos más y animarlos a que fueran al Congreso a exigir con fuerza a sus legisladores lo que les habían arrebatado (los débiles –weak– no consiguen nada), confirmando sus mensajes anteriores por Twitter de que debían ser salvajes (wild). Le hicieron caso. Trump les prometió que los acompañaría, pero después de la arenga incitadora, su limosina viró hacia la Casa Blanca, para desde allí apreciar por TV el show junto con sus hijos y su jefe de gabinete, bajo una tienda que montaron en uno de los jardines de la residencia presidencial. Don Jr., muy excitado, grabó la ocasión, con su novia bailando de alegría y una amplísima sonrisa de Meadows, el jefe del Gabinete. Los tuits de Trump y su hija Ivanka no cesaban de advertir el “patriotismo” de los manifestantes.

Entretanto, el jefe de la policía del Capitolio pedía autorización para solicitar refuerzos de la Guardia Nacional del Distrito de Columbia, dependiente del presidente, que no llegaron sino tres horas después de que los congresantes, sus ayudantes, el vicepresidente Pence y su familia, estaban escondidos en lugares secretos, o en oficinas, y las turbas ya habían ocupado el edificio y reclamado colgar a Pence, poniendo en peligro la vida de todos los presentes.

La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y el líder demócrata del Senado, Chuck Schumer, llamaron por teléfono a Trump desde su escondite, y le pidieron que calmara a sus partidarios y los instara a retirarse del Capitolio. Trump entonces grabó un video donde les pedía a los tomistas que se fueran a su casa en paz, que no arremetieran contra la policía, y que los amaba, “ustedes son especiales”.

Antes del video y con la violenta incursión en el Congreso en pleno desarrollo, Trump había emitido varios tuits. En uno atacaba a Pence por no ayudarlo en su esfuerzo por cambiar los resultados electorales. Después puso otro, donde sin pedirle explícitamente a sus partidarios que abandonaran la sede legislativa, les pidió que apoyaran a la Policía del Capitolio y a los agentes del orden, “ellos están verdaderamente del lado de nuestro país. ¡Manténganse en paz!”

Como la Guardia Nacional de Washington no llegaba, la policía de la ciudad, distinta a la del Capitolio, envió refuerzos insuficientes para contener a los más de 8.000 manifestantes. Policías de condados vecinos de Washington, de Maryland y Virginia, contribuyeron con algunos contingentes. La Guardia Nacional de Maryland fue el primer grupo militar que entró a la ciudad, después de que el gobernador de ese estado logró el permiso del Pentágono para poder trasladarlos a la capital de la nación.

Ya hay una investigación judicial sobre la actuación de todas las fuerzas del orden público que debieron intervenir para sofocar a tiempo la insurrección contra el Congreso. El FBI y la unidad de inteligencia antiterrorista de la Policía de Nueva York habían advertido a la Policía del Capitolio sobre lo que podía pasar el 6 de enero. Las redes terroristas domésticas de los Proud Boys, QAnon y otros sembradores de teorías conspirativas anunciaban lo que querían hacer; recolectaban fondos para los traslados a Washington desde otras partes del país, sugerían el tipo de armas que podían llevar. Las turbas que incursionaron en el Congreso estadounidense iban con cascos antimotines, algunos con chalecos antibalas, con cintillos con cierres para maniatar a los congresantes, rociadores antimotines, máscaras antigás. Se encontraron bombas molotov en algunas oficinas y un camión con armas de fuego en una calle aledaña al edificio. Hay sospechas de que hubo complicidad interna, porque el ingreso a algunos lugares del edificio resultó a veces muy fácil para los intrusos. Se han visto videos donde policías del Capitolio dejan pasar a las turbas mientras detienen a periodistas.

Después de que las fuerzas del orden público tomaron el control y los congresantes pudieron reanudar su sesión, fue a las 3:00 de la mañana cuando senadores y representantes cumplieron con la misión encomendada de contar los votos emitidos en cada estado por los colegios electorales para seleccionar al próximo presidente. Ya entrado el jueves 7, los principales líderes demócratas en el Congreso, un representante republicano y algunos senadores de ese partido empezaron a pedir la renuncia de Trump. Durante el día crecía el número de voces que pedía la salida del mandatario, de diversas formas, fuera a través de su renuncia voluntaria, a través de la aplicación de la enmienda 25 de la Constitución, que establece su destitución por solicitud del vicepresidente y la mayoría del gabinete, o a través de la investigación acusatoria (en la Cámara Baja) y enjuiciamiento del Congreso (desde el Senado).

Los medios de comunicación se hacían eco durante el día de la alarma general por lo sucedido la noche anterior y de la responsabilidad atribuida al presidente por lo ocurrido. Aquí es donde Trump, siguiendo el manual del líder de Sabaneta, midió el ambiente y apeló a su acto de contrición. Publicó un nuevo video en las redes sociales.

“Como todos los estadounidenses, estoy indignado por la violencia, la anarquía y el caos”, dijo en tono de consternación. “Para aquellos que participaron en actos de violencia y destrucción, ustedes no representan a nuestro país. Y los que violaron la ley, lo pagarán”. (Guao).

Luego afirmó que su decisión de buscar vías legales para impugnar los resultados de las elecciones fue en el espíritu de la democracia. “Acabamos de atravesar una elección intensa y las emociones son altas, pero ahora los ánimos deben estar tranquilos y restaurados”, dijo. Y por fin, sin nombrar a Biden, anunció que su enfoque se centraría ahora en “garantizar una transición de poder fluida, ordenada y sin problemas». «Este momento exige sanación y reconciliación».

El vicepresidente Pence no parece dispuesto a apelar a la 25° Enmienda, a pesar de haber estado acechado junto con su familia por las turbas que pedían su linchamiento por cumplir con el mandato constitucional. Que Trump renuncie es un supuesto negado, dada su personalidad y conformación psicológica. Queda el “impeachment” y enjuiciamiento en el Congreso. Y aquí es donde los “otros” tienen que medir los pasos que van a dar.

El jueves 7 y el viernes 8, el futuro político de Trump se veía muy oscuro. Hasta senadores que acom

pañaron a Trump en su show del Congreso y objetaron lo inobjetable finalmente condenaron lo ocurrido en el parlamento. Defender a Trump se puso bastante cuesta arriba. Las redes sociales se envalentonaron y clausuraron sus cuentas personales y oficiales. Y ahora, por fin, prometen que no darán cabida a más teorías conspirativas, al desconocimiento sin base del triunfo electoral de Biden y a las incitaciones a la violencia

El ambiente desde el 6 de enero hizo que el lunes, grandes corporaciones patrocinantes del Partido Republicano y sus candidatos anunciaran que cortarían sus donaciones a los 147 miembros del Congreso que votaron contra la certificación de la elección presidencial la semana pasada. Algunas indicaron que suspenderían todo tipo de contribución política. Entre ellas están AT&T, Marriott, American Express, Goldman Sachs y JP Morgan.

Si nos dejamos llevar por el pulso social medido por las grandes corporaciones, los medios tradicionales de comunicación, por las redes sociales, por líderes políticos de los dos partidos nacionales y por las encuestas, la sociedad en general, mayoritariamente, desaprueba la incitación de Trump y sus aliados hacia la insurrección, hacia el desconocimiento de la voluntad popular ejercida mediante el voto y las consecuencias que ello trajo el 6 de enero. Uno entiende políticamente que los demócratas quieren hacer que el presidente rinda cuenta por esos hechos, que no deseen dejarlo pasarlo por alto. Se entiende también políticamente que quieran torcerles el brazo a los líderes republicanos y obligarlos a manifestarse: al vicepresidente, exigiéndole que aplique la 25° Enmienda, y a los senadores, para que aprueben el enjuiciamiento a Trump e inhabilitarlo políticamente.

Pase lo que pase a partir de hoy en el Congreso, Trump deberá enfrentarse a querellas judiciales en su contra, civiles y penales, en el estado de Nueva York, sin descartarse otras que pudieran surgir en otros estados. Con los hechos del 6 de enero, se creó un ambiente más propicio para que vaya preso si es condenado penalmente. Ello no lo inhabilitaría para ser presidente de nuevo, pero sin duda arruinaría de algún modo el prestigio que le quede.

Si los senadores republicanos accedieran a castigarlo antes de que salga de la presidencia, el golpe para Trump sería contundente. Pero por ahora, eso no parece probable. El líder del senado, el republicano McConnell, no piensa reconvocar a la cámara hasta un día antes de la toma de posesión de Biden, lo que indica que quiere dejarle el muerto completo a los demócratas.

La mera consideración del “impeachment” ha provocado que los aliados de Trump en la Cámara de Representantes, los mismos que objetaron el triunfo de Biden en los estados claves, digan ahora que un debate para acusar y enjuiciar a Trump no ayuda a la ansiada reconciliación que promueve Biden. Desde esa posición hasta criticar como parcializada la posible inhabilitación no hay más que unos cuantos pasos.

Me recuerda cuando Chávez estaba en La Orchila y los militares que lo retenían allí se negaron a enviarlo a Cuba. En muy poco tiempo, estaba de regreso a Miraflores. ¿No será mejor que Trump se vaya a Mar-a-Lago y allí empiece a preocuparse por los viejos juicios pendientes y hasta por los nuevos? Pienso otra vez en cómo el rol del “otro” es tan importante en la política.

@LaresFermin

 


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