Trump
AFP

Como es sabido, aunque muchas veces olvidado, la política exterior activa de Venezuela tuvo sus inicios con el primer gobierno de Rafael Caldera, cuando se conjugaron estabilidad de la democracia y aumento significativo de los precios del petróleo, dos  elementos importantes que permitían negociaciones y cooperación con una visión pluralista. Fue en el primer gobierno  de  Carlos Andrés Pérez cuando esta política  se intensificó y si bien Pérez inauguró un período de concertación con las internacionales políticas, en su caso la Internacional Socialista, no disminuyó la visión pluralista en la relación con países y gobiernos de distinto signo, incluyendo dictaduras tradicionales y comunistas. Su sucesor, Luis Herrera Campins, también gobernó en coincidencia con una internacional, en este caso la Democratacristiana. Los gobiernos sucesivos jugaron importantes papeles de conciliación regional, Lusinchi en Contadora y CAP, decapitado por aportar 250.000 dólares de la partida secreta para la democracia nicaragüense en la figura de Violeta Chamorro.

Si bien entre los venezolanos se expresaban simpatías o antipatías hacia sectores políticos de otros lares, creo no equivocarme cuando afirmo que el asunto internacional que más pasiones levantaba era el de los límites con Colombia, que bajó de intensidad cuando la conflictividad limítrofe cedió paso  a la cooperación  fronteriza.

La óptica confrontacional de Hugo Chávez que separó a los países  en buenos y malos, amigos y enemigos y que por su delirio de liderar al mundo derrochó cuantiosos petrodólares, le permitió nutrirse de aliados mercenarios, especialmente en el Caribe, que se sumaron a la ola izquierdista que se apoderó de América Latina, que  logró mayoría en los organismos multilaterales de la región e incluso creó otros a conveniencia, y que a pesar de sus distintas modalidades –democráticos, populistas, con rasgos gorilas de vieja estirpe– hacían frente común en el respaldo y la solidaridad a la retórica del caudillo venezolano y en la ceguera y sordera hacia su bota militar disfrazada con su arbitraria avalancha de elecciones controladas.

Esa soledad que vivíamos los demócratas venezolanos  acarreó  una visión del  mundo supeditada a nuestras problemática, así, por ejemplo, nuestras preferencias políticas  quedaron limitadas por la posición que los gobernantes de esos países pudieran tener hacia el gobierno o la oposición venezolana, por encima de lo que pudiera suceder al interior de esos países, algo así como una no muy santa  reciprocidad de indiferencia.

Gracias a la alternabilidad democrática la correlación de fuerzas regionales dio un marcado vuelco. La tragedia venezolana se visibilizó debido a la ola migratoria que hablaba por sí sola, a lo que se sumaron graves denuncias de violación de derechos humanos, el desconocimiento de la legítima Asamblea Nacional y la fraudulenta reelección de Maduro en 2018, que colocó a Venezuela en el centro del interés mundial y permitió una mayoría en la OEA, así como la creación de instancias de apoyo como el Grupo de Lima.

Este giro reforzó las preferencias ciegas hacia quienes respaldan la causa democrática sin detenernos mucho hacia sus formas de gobernar.

Hago este recuento no por la sola intención de refrescar la memoria, sino por el desconcierto que me produce el apasionamiento con el que muchos sectores han asumido la defensa de la candidatura del presidente Trump, comprando llave en mano el paquete de todas las falacias sobre su contrincante, a quien entre muchas otras cosas acusa de comunista y conducir a Estados Unidos al camino venezolano. Y si bien ha sido muy visible el apoyo de su gobierno a la oposición venezolana, así como su rechazo al gobierno de Maduro, ha habido un micrófono encendido sin resultados visibles para nuestra causa.

Pero aún si quisiéramos obviar las características populistas, supremacistas, xenofóbicas y autoritarias del  personaje, y  sin que existan razones objetivas para dudar del apoyo que Biden ha ofrecido brindar a la democracia venezolana, es importante detenerse en el peligro que representa la amenaza de Trump para la  democracia, y hasta para la paz  mundial de desconocer los resultados en caso de perder las elecciones, cuya repercusión sería catastrófica, porque nos guste o no, y  aún con su  influencia disminuida en los aconteceres mundiales  y regionales,  Estados Unidos sigue siendo la potencia occidental y la mayor democracia del mundo.

Y aún si pensamos en priorizar solo lo que le conviene a Venezuela, es muy flaco el servicio que nos hace una amenaza de esta naturaleza, mucho más si llegara a concretarse, dada su peligrosidad al atentar contra el derecho de elegir, que  produciría un justo y amplio rechazo mundial por sus muy peligrosos atropellos contra los principios básicos de la convivencia civilizada.


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