Ya han pasado dos semanas, y la efervescencia noticiosa por el triunfo opositor en el estado Barinas ha bajado su nivel. No así las consecuencias políticas de dicho triunfo para las fuerzas democráticas y para el país en general. Sin embargo, y como siempre, esas consecuencias van a depender en mucho de las lecturas que se hagan de lo sucedido, y de los aprendizajes (o no) que se adquieran a partir de él. Y son estos aprendizajes –más que el hecho mismo- lo realmente importante en la hoja de ruta estratégica de la oposición democrática.

Al sol de hoy, han aparecido en el escenario opinático dos lecturas interpretativas extremas –y ambas peligrosamente equivocadas- sobre lo ocurrido en Barinas el pasado 9 de enero. Para un sector (ciertamente minoritario pero con mucho acceso a los reflectores comunicacionales), el triunfo opositor en Barinas es simplemente una inteligente trampa del gobierno. Según esta tesis, Maduro habría ordenado perder la elección a propósito, con el fin de vender tanto a lo interno como fuera del país una imagen de demócrata respetuoso de los resultados electorales, y de paso engañar a sus adversarios buscando que bajen la guardia. No es la primera vez –de hecho ocurría mucho con Chávez- que se le adjudican al gobernante inteligencia y habilidades extraordinarias para mover la realidad a su simple antojo. De hecho se decía que en Venezuela no se movía una hoja sin que Chávez lo quisiera. Así, en un claro ejemplo de lo que se conoce en psicología cognitiva como la “distorsión por acentuación perceptiva”, el deseo y la mente superior del hegemón serían la única explicación para los hechos políticos.

La otra lectura, igualmente simplista y por tanto errónea, es que el triunfo en Barinas nos pone ya –y de manera casi automática- en la antesala de un seguro triunfo electoral nacional. Esta lectura parece olvidar que la victoria del 9 de enero, como corresponde a todo evento electoral que se realice en el marco de una autocracia tiránica, no depende sólo de la voluntad de la mayoría. Otras veces ha habido enorme fervor popular y no ha sido posible que ese fervor se traduzca en victorias electorales.

Lo cierto es que en Barinas se conjugaron para el triunfo elementos de naturaleza política (unidad de las fuerzas democráticas, un candidato opositor único y de consenso, respaldado además por todos, una inteligente campaña electoral). Pero estos elementos, necesarios más no suficientes, se combinaron con otros dos. Unos de naturaleza técnica (por ejemplo, cobertura de testigos en todas las mesas electorales) y otros de carácter social como lo fue sin duda un nivel de activación y organización popular que permitía presagiar no sólo el respaldo en las calles de la decisión del pueblo barinés, sino una fuerte respuesta de la población a los intentos por expropiar nuevamente la voluntad ciudadana.

Tratar de analizar el triunfo de la unidad democrática sin tomar en cuenta la acción combinada de estos tres elementos (los políticos, los técnico-electorales y los sociales, pero en especial éstos últimos), más que una equivocación grave, es una irresponsabilidad. Porque llevaría otra vez a descuidar donde está lo central y lo que más se necesita para enfrentar con éxito un evento electoral en condiciones autocráticas.

Esta grave equivocación – la hipertrofia simplista de la monocausa- ha venido además siendo acompañada en algunos círculos políticos y comunicacionales por otra peligrosa falla, la de suponer que llegó la hora de amenazar y advertir al chavismo que sus días están contados. Esta vuelta al discurso revanchista y vengativo, de generalizarse, terminará como en otras ocasiones aglutinando a todos los que sientan que no forma parte de la oposición, y dándole fuerzas a un sector radical del oficialismo que hoy está demostradamente golpeado.

Es necesario –pero además es lo políticamente inteligente- entender que es el momento de acercamiento con los sectores moderados y pragmáticos del oficialismo. Presentar el discurso inicial del nuevo gobernador de Barinas, Sergio Garrido, como un ejemplo de lo que se busca: una transición pacífica y ordenada, sin revanchismo y con apertura, para construir un país viable y de progreso donde todos se sientan parte.

Es el momento para despolarizar, y en esto los sectores sociales juegan un papel clave. Lo mejor que le puede pasar al madurismo (y al mismo tiempo lo peor para Venezuela) es una vuelta a la polarización falsa de dos sectores políticos enfrentados por el poder, oposición y chavismo, olvidando la real naturaleza del conflicto, un inmenso país sufriente y un grupito que se enriquece día a día con ese dolor. Caer en la previsible estrategia repolarizante del gobierno sería no sólo una muestra de penosa irresponsabilidad política, sino el mejor favor que le podamos hacer a Maduro y a quienes se han apropiado del país.

Tropezar con la misma piedra es uno de los errores más frecuentes. Y al mismo tiempo más dolorosos. La severa crisis humanitaria de la mayoría de nuestros hermanos nos impone evitar hacerlo. Debemos rehuir a la tentación de creer y aceptar lecturas parciales porque nos gustan, y no querer acercarnos a las que no coinciden con nuestra preferencia. Es necesario evadir la piedra de irnos por las tareas más fáciles y que estamos acostumbrados a hacer, y con esa excusa no asumir las más difíciles pero más necesarias, como la de construir organización popular y presión cívica interna sin la cual votar en dictadura pierde mucho de su potencial eficacia política.

Por último, es imperioso evadir la tentadora y siempre presente piedra de confundir movilización popular efectiva con hiperactividad impulsiva, esa que nos lleva a creer que es lo mismo moverse en cualquier dirección a caminar de manera efectiva hacia un objetivo definido. No es coincidencia que la hiperactividad impulsiva -hay que hacer algo, lo que sea, pero algo- se relacione con tendencia a distraerse fácilmente, exaltación desordenada, incapacidad para concentrarse, actividades excesivas sin eficacia (esas que no conducen a nada, pero ocupan todo el tiempo de la persona) y comportamientos similares.

El político francés del siglo pasado Leon Blum afirmaba que “la política es un juego severo, donde no todos los aciertos se cobran, pero donde todos los errores se pagan doble”. Ese juego severo requiere ciertamente de pasión, pero sobre todo de inteligencia y madurez para evitar tropezar con piedras que ya en el pasado han hecho más difícil el camino.

@angeloropeza182

 

 

 


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