Ilustración: Javier Otero

En una noche de tormenta a fines de enero de 2022, Darielvis Sarabia Santoyo, una joven madre de un pueblo costero en el oriente de Venezuela, no pudo ocultar su sonrisa después de una inesperada llamada telefónica de su esposo, Yermi Santoyo. Con lágrimas en los ojos, abrazó a Yaelvis, su hijo de 16 meses de edad, sintiendo de repente el peso de los 8 largos meses que habían pasado desde la partida apresurada de su esposo a la nación insular de Trinidad y Tobago. La pareja tomó una decisión tan difícil después de que la situación en su país de origen se volviera insoportable. Durante los últimos años, las condiciones de vida de la mayoría de los venezolanos se deterioraron dramáticamente con la inflación más alta del mundo y la escasez de alimentos y combustible. Se hizo imposible cubrir incluso las necesidades humanas más básicas; por ello, la familia Sarabia Santoyo decidió unirse a los millones de migrantes que han abandonado Venezuela en busca de un futuro mejor. Una noche a mediados de 2021, Yermi partió hacia Trinidad dejando atrás a su esposa e hijos con la promesa de reunirse lo antes posible.

Tras llegar a la isla, Yermi fue acogido por algunos de los familiares de su esposa que ya estaban allí y pasaron a formar parte de los más de 20.000 refugiados y solicitantes de asilo venezolanos que, según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, se encuentran actualmente en Trinidad buscando normalizar su situación legal para poder vivir y trabajar en la patria que aspiran. Muchos otros habían intentado y fracasado en completar el viaje. La prensa estaba llena de tristes historias sobre la desaparición de muchas embarcaciones que habían sido devueltas por Trinidad en mar abierto, sin ninguna asistencia de agua o combustible, causando más de 130 muertes venezolanas, casi dos tercios de ellas mujeres y niños. Y muchos de aquellos que llegaron a la isla fueron capturados por las autoridades y presos en cárceles con delincuentes comunes para luego ser deportados a Venezuela, muchas veces separando familias en violación de numerosos acuerdos internacionales suscritos por Trinidad.

Después de varios meses y grandes esfuerzos, Yermi pudo establecerse como agricultor y generar suficientes ingresos para mantener a su esposa, al pequeño Yaelbis y su hermana Danna, de dos años y medio de edad. También logró que un amigo local le prestara el dinero necesario para pagar el viaje de su familia en un barco programado para partir en la noche del 5 de febrero de 2022. Consciente de los peligros del viaje, pero con grandes esperanzas de reunir a su familia, hizo la llamada telefónica a Darielvis y le dio instrucciones sobre cómo llegar al barco que la llevaría a Trinidad unos días después.

En la fecha acordada, la mujer reunió sus pocos efectos personales y se dirigió a un lugar apartado en la costa venezolana, sosteniendo a sus amados hijos en los brazos. Era una noche oscura y sin luna cuando Darielvis, Yaelvis y Danna llegaron a un pequeño muelle donde decenas de personas se habían reunido para despedirse de sus seres queridos a punto de salir de Venezuela hacia Trinidad. Se sintió muy nerviosa cuando vio que el barco era de pescadores, muy viejo y con 2 motores fuera de borda que ya habían visto sus mejores días. Su corazón se hundió aún más cuando contó los muchos pasajeros que ya estaban a bordo, 18 niños y 16 adultos para ser exactos, que junto con ella y sus hijos sumarían 37 viajeros. Pensó en regresar y olvidarse de todo, pero reunió todas sus fuerzas y abordó el transporte lleno de gente.

La primera hora de su viaje fue sin incidentes hasta que uno de los motores se apagó, el barco perdió velocidad y se volvió tan inestable que los pasajeros se alteraron mucho. Muchos de los niños comenzaron a vomitar, por lo que el olor nauseabundo se sumó al momento estresante. Afortunadamente, el piloto pudo encender de nuevo el motor y continuaron su viaje. Después de una hora más, pudieron ver las tenues luces de la costa sur de Trinidad, y todos sintieron un gran alivio. Sin embargo, la alegría duró poco ya que el motor defectuoso se detuvo nuevamente y el piloto no pudo maniobrar el bote. Luego, inesperadamente, vieron una luz de bengala iluminar el cielo sobre ellos e inmediatamente después, vieron otra que ahora venía directamente hacia el bote acompañada de ininteligibles y metálicas voces humanas. El piloto puso en neutro el motor operativo y los pasajeros pudieron ver un buque militar que se acercaba. De repente, todos en el bote sintieron fuertes golpes y se dieron cuenta de que les estaban disparando desde un barco de la guardia costera trinitaria a unos 30 metros de distancia. En los momentos siguientes, el tiroteo se intensificó y las balas volaron alrededor de los aterrorizados pasajeros que trataban de esconderse donde pudieran.

El miedo y la confusión congelaron a Darielvis por lo que se quedó inmóvil aferrada a su pequeño hijo que lloraba más fuerte que las balas que se acercaban. La pequeña Danna miraba todo sin entender.  De repente, Darielvis sintió un dolor agudo en el hombro y su bebé dejó de moverse, por lo que desesperadamente giró a Yaelvis y vio sangre fluyendo de su cabecita. Luego sacudió al niño gritando su nombre, pero no tuvo ninguna respuesta. Fue solo cuando Darielvis emitió un grito aterrador que el tiroteo se detuvo. El esquife de la guardia costera se acercó cada vez más. Los soldados de la marina, al darse cuenta de la cantidad de personas en el bote venezolano, pidieron refuerzos y poco después se les unió un barco más grande que podría acomodar a todos los inmigrantes ilegales. También se dieron cuenta de que habían herido a una madre y matado a su hijo pequeño, por lo que los soldados trasladaron a todos los pasajeros al bote más grande y se dirigieron a Chaguaramas, donde dejarían a los prisioneros en un centro de retención localizado en el helipuerto local.

Cuando llegaron a la costa, Darielvis fue separada de su hija y trasladada a un hospital local bajo una fuerte guardia. Poco después, Yermis fue informado de la tragedia y perdió el control, hundiéndose en la desesperación por la muerte de su hijo y el sufrimiento de su esposa e hija. Varios días después, las autoridades trinitarias permitieron que solo sus parientes consanguíneos visitaran a Darielvis en el hospital y además devolvieron el cadáver del bebé a su familia. El pasado viernes 18 de febrero de 2022, justo el día del entierro de Yaelvis, las autoridades trinitarias sacaron del hospital a la convaleciente Darielvis y la llevaron a un interrogatorio judicial evitando que pudiera decirle el ultimo adiós a su hijo asesinado. Como si esto no fuera suficiente, el gobierno deportó sumariamente a todos los demás pasajeros a Venezuela para evitar cualquier declaración a la prensa o contacto con otras partes interesadas en la isla.

Esta terrible historia va mucho más allá del sufrimiento humano de la familia Sarabia Santoyo, a quienes envío mi más sentido pésame y solidaridad. Tan pronto como la noticia de la muerte de Yaelvis llegó a los medios de comunicación, varios sectores en Trinidad repudiaron públicamente el incidente y denunciaron a la administración Rowley. La respuesta del primer ministro no se hizo esperar, replicando que los denunciantes eran unos oportunistas, que el incidente había sido un accidente y que estaba protegiendo a Trinidad de los criminales y contrabandistas de armas venezolanos. Su nueva política parece ser «disparar primero y preguntar después», sin importar a quién lastime. Además, sus acciones parecen estar coordinadas con el régimen de Maduro, que solo ha emitido respuestas muy débiles a la grave situación de los migrantes y cuya posición pública sobre esta tragedia es que la oposición política está utilizando el asesinato de Yaelvis para nefastas razones desconocidas y para dañar las relaciones bilaterales.

La cruda realidad es que, hasta que la terrible crisis económica y social en Venezuela llegue a su fin, la gente va a seguir dispuesta a arriesgar su vida para llegar a mejores destinos. Respetar la soberanía y la seguridad de Trinidad es defendible, pero mucho más importante es el respeto a la vida de los migrantes y particularmente la de los niños inocentes, quienes están protegidos por las legislaciones de derechos humanos en todo el mundo.

 


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