Antes que nada quiero dar gracias a El Nacional, y a todo el muy valioso y valiente equipo humano que lo compone, y que hace posible la continuación de esta gran institución, durante 79 años y más. Desde mi primer artículo en este diario, en 1989, han pasado 33 años en los que he tenido la oportunidad de expresarme con total libertad respecto de su línea editorial. He asumido, por supuesto y como corresponde, mi condición de hombre que practica los riesgos que conlleva el ejercicio de tal libre expresión de ideas y pareceres, sin cortapisas. Más aún a partir de abril de 2002, cuando el régimen dictatorial inició el masivo despido y persecución de los trabajadores de nuestra industria Pdvsa; gravísimo error con el que provocó la destrucción de una de las mayores fortalezas institucionales con la que tenía que seguir contando Venezuela para la potenciación de su desarrollo económico, social y político-cultural como país.

Leídos recientes artículos de los muy estimados Luis Almagro, Trino Márquez y Werner Corrales, pienso inoficioso dedicarnos a contradecir a Almagro o no en sus apreciaciones. Argumentar sobre razones y posiciones que se tuvieron antes, en otras circunstancias. Repetir hasta el agotamiento la discusión sobre si lo viable es reintentar como único camino de retorno a la democracia unas constitucionalmente agendadas elecciones de 2024. O si se debiera restablecer una negociación con el régimen de Maduro. Por cierto, la nomenclatura esta de “régimen de Maduro” solo la usamos  precisamente a título de identificación. Y es que esa consideración es parte clave que nos ayudará a esclarecer por dónde pudiéramos ir encontrando flancos a esta locura de caja de Pandora que abrió Chávez cuando optó por darle velas en lo que él convirtió en nuestro entierro nacional, a la hora de prendarse como doncella de Fidel Castro y casarse con su Cuba comunista.

No solo fue expulsar la misión militar de nuestros aliados norteamericanos. Fue imitar a Cuba en su entrega militar a Rusia. Con la posterior designación a su muerte de un Padrino López aprobado por el castrismo como permanente ministro amanuense ante los rusos de la llamada “nueva doctrina militar venezolana”. Buscar aliados antinorteamericanos donde los hubiera, como la teocracia de Irán. Sin excluir negociados con otros regímenes autoritarios y corruptos como los de Bielorrusia, o la Turquía de Erdogan para mercadear con nuestro oro. Ahora la resultante Colombia de las negociaciones de Juan Manuel Santos con las FARC, en Cuba precisamente, abren un nuevo capítulo de la realidad latinoamericana.

Acá lo esencial que nos queda para reaccionar a tiempo, y para subirnos quizás al último tren del camino de paz para Venezuela que nos queda para estos tiempos, antes de ser arrastrados por la demencia sociopática de guerreristas, y que finalmente podría intentar consolidar el entreguismo de nuestro territorio, lo que pudiera efectivamente solo dejarnos la opción belicista, puesta en practica la teoría del conflicto como maligna solución cíclica de la historia de las naciones que se destruyen, envolviendo de muerte todo a su paso, para luego renacer si quedan sobrevivientes para rehacerlo todo desde las cenizas.

Los militares venezolanos que, aunque han acompañado esta locura de régimen Frankenstein para el beneficio de sus cúpulas, aún les pueda doler ver a sus familias y descendencias, que en muchos casos son las nuestras, atrapadas dentro de nuestras fronteras. Familias encerradas junto a un monstruo-dragón de múltiples cabezas que se ha creado, y que iría echando candela y quemando todo a su paso cuanto encuentre: ciudades, niños, mujeres, ancianos. Sería exponernos a llorar lágrimas de sangre, ya en una tardía e inútil reacción de intento de desterrarse, para intentar sumarse a los otros 7 millones de venezolanas y venezolanos desplazados del territorio, por la guerra previo de bombardeo sin fuego, pero sí de bombardeo de hambre, represión y miseria diaria a la cual se le somete.

La posible salida, como nos la pinta con su ejemplo uruguayo de 1952 el uruguayo al cual califico como compatriota, Luis Almagro, seguramente es inducida por su sensibilidad humana de tanto observar el sufrimiento de nuestros pueblos, y como político curtido en múltiples batallas. Reposa seguramente su atrevida iniciativa de intento de romper la secuencia de un camino “sin bifurcación» como él mismo lo llama, la esperanza de que abracemos la construcción de la salida de un infernal laberinto al que pareciera a veces que nos empeñamos más bien en trancar, más y más. Salida de beneficio para la inmensa mayoría de las venezolanas y venezolanos, y para la región tan afectada por la migración continuada y desesperada de decenas de miles de más venezolanos.

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