El inmenso liderazgo social y político venezolano, el mismo que conforman desde los partidos políticos y las múltiples expresiones de la sociedad civil organizada miles de personas que luchan día a día por la liberación democrática de Venezuela, se encuentra hoy en el medio de dos realidades.

Por un lado, al agravamiento acelerado de las condiciones de vida de los venezolanos, con su secuela de hambre, enfermedad y pauperización generalizada, se suma el repunte de una violencia crónica que ya había alcanzado desde hace varios años niveles de escándalo. Además de la altísima cifra de homicidios –más de 16.500 en 2019- que nos ubica trágicamente como uno de los países más violentos del mundo, y de lo reseñado por el Informe de la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos sobre la tortura, las ejecuciones extrajudiciales y las desapariciones forzosas como política sistemática del Estado venezolano, se agregan ahora –como confirmación lamentable de lo anterior–  episodios en solo la última semana de una atrocidad obscena. La matanza de prisioneros en la cárcel de Guanare, la toma sangrienta de Petare por parte de bandas armadas, y la actuación represiva de paramilitares oficialistas mal llamados “colectivos” en el 23 de Enero y otras zonas de Caracas y del interior, vienen a corroborar la indefensión de los venezolanos frente a un Estado fallido que, o bien perdió en su descomposición el control sobre la violencia, o se vale de ella como estrategia de control social.

Por el otro lado, esta realidad de pobreza, desamparo y violencia convive con otra caracterizada por severas limitaciones de movilización física, conectividad electrónica precaria, persecución y riesgos personales que acompañan cualquier actividad política y social conducente o siquiera asociada con la liberación del país.

La coexistencia de ambas realidades constituye el escenario real en el que la lucha democrática tiene que darse. Y de allí se deriva para el liderazgo social y político el problema, ya mencionado en un artículo anterior, sobre cómo conectarse de mejor manera con ese país sufriente, pero indignado y en ebullición, a fin de acompañarlo y ayudarle a encontrar los cauces políticos necesarios para transformar su legítima rabia ciudadana en mecanismos eficaces de solución.

Por supuesto que la contestación es difícil y compleja. Sin embargo, a pesar de esa complejidad, es posible adelantar algunas ideas de lo que, en medio de tantas dificultades y lejos todavía de ser una respuesta acabada, pudieran constituir tareas que nos acerquen a la pregunta del párrafo anterior.

En primer lugar, nunca dejar de dibujar el futuro posible. La política tiene mucho que ver con la capacidad de enamorar con la idea de un sueño, con la habilidad para transformar los deseos en metas, con convencer en la necesidad de no renunciar a ellos y de luchar por conseguirlos. La política tiene que lidiar con realidades concretas, pero también con motivar y mantener viva la esperanza que vale la pena y es posible incidir en ellas hasta cambiarlas. Es el arte y la ciencia de hacer posible lo deseable, para lo cual un elemento crucial es nunca dejar de soñar y creer que ese deseable es posible. En medio del océano de incertidumbre que rodea a los venezolanos, esta función esencial de la Política debe servir como una isla de certidumbre, en cuanto recuerda siempre no solo el norte hacia el cual nos dirigimos, sino además el compromiso por no cejar en la lucha hasta alcanzarlo.

Una segunda tarea irrenunciable y urgente de nuestro liderazgo es privilegiar, ahora más que nunca, la docencia política. Esta función de pedagogía política debe priorizar el informar y explicar siempre (evitar el peligro que parte importante de la población se quede solo con las versiones y “maneras de echar el cuento” del gobierno) y señalar siempre al responsable de los problemas que sufre la gente. Las limitaciones de movilización física no deben frenarnos. Si las universidades, por ejemplo,  están migrando a terminar el año privilegiando las vías digitales por encima de las presenciales, los actores políticos y sociales estamos invitados a hacer lo mismo.

Por último, hay que estimular y dar la bienvenida a que todos los sectores de la sociedad civil se organicen y hagan sus propuestas para enfrentar la tragedia y viabilizar la liberación. Que cada quien aporte su idea, y tratemos de buscar lo que es común a todas ellas, pero sobre todo entendamos lo que significa en términos de presión social sobre la dictadura el hecho de que, lejos de acostumbrarnos, nos mantengamos discutiendo, organizándonos y preparándonos para la colosal pero hermosa tarea de levantar y construir un país desde sus ruinas.

Alguien pudiera decir, no sin razón, que estas tres tareas son insuficientes y por tanto desdeñables. Lo primero es cierto. Se trata solo de pequeños pasos o labores en la complicada y ardua faena de la salvación de Venezuela. Pero lo segundo no. Recordemos la advertencia de Edmund Burke, en el sentido de que el peor error es no hacer nada por pensar que es poco lo que se puede hacer.

@angeloropeza182 

 

 


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